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Ramón Alemán: «Debemos profesar un respeto casi reverencial a la ortografía»

El nombre de la marca de Ramón Alemán ya supone una declaración de intenciones en sí mismo: Lavadora de textos. El corrector y periodista canario lleva años dedicándose a limpiar los manchurrones ortográficos y gramaticales que salpican todo escrito que cae en sus manos, y a difundir el buen uso del español desde su blog.

Así que cuando la editorial Penguin Random House le propuso publicar un libro en el que escribiera «lo que quisiera», pero siempre en la línea de lo que ya hacía en Lavadora de Textos, tuvo claro que el título debía jugar con esos conceptos. Así nació Un idioma sin manchas. Cien caminos en busca del español correcto (2022), un libro que, según sus propias palabras, viene a ser «la crónica de una aventura personal en busca del conocimiento del español, siempre con la conciencia de que la corrección lingüística es un territorio de fronteras muy inestables».

Por ambicioso —en cuanto a la intención— que resulte el título, lo cierto es que Alemán no busca ser un talibán de la norma. Esta etapa, asegura, ya la ha superado. «Este libro es más bien la confesión de que, cuanto más conocemos la lengua española, más tolerantes debemos ser en lo que respecta a la supuesta corrección o a la norma», aclara.

Por eso él ahora prefiere mantener una posición de observador que, no obstante, defiende lo que cree que es más adecuado en cuanto al uso del idioma. «Pero el español, no lo olvidemos, lo hablan más de 500 millones de personas, por lo que resulta imposible establecer una única norma. De hecho, hay varias normas, pues se trata de una lengua pluricéntrica, que se manifiesta de manera plural a lo largo y ancho de América, y también en España y en algunos otros lugares del mundo».

[pullquote]«Cuanto más conocemos la lengua española, más tolerantes debemos ser en lo que respecta a la supuesta corrección o a la norma»[/pullquote]

Las manchas, como el corrector las llama, son los peldaños sobre los que se construirá el español del futuro. De alguna manera, lo enriquecen porque le obligan a reflexionar sobre sí mismo, y al hacerlo, crece. «Esa es la razón por la que en el libro yo defiendo, por ejemplo, que podemos decir de motu propio en lugar de motu proprio sin tener que pedirle permiso a nadie. Eso es una mancha que algún día se convertirá en un hermoso estampado en nuestro idioma».

Sin embargo, rebate, hay otras manchas que sí hay que limpiar; «especialmente las ortográficas, pues la ortografía es nuestro código para entendernos en la escritura y, por lo tanto, debe ser igual para todos. Otro asunto es la gramática entendida en sentido amplio. Te pongo un ejemplo: en España es una mancha horrenda decir “Habían treinta personas”, pero en muchas partes de América no solo no lo es, sino que es la forma que ya está triunfando entre los hablantes».

Si todo es relativo, surgen entonces, dos preguntas: ¿qué es lo primero que se le debe explicar a un hablante sobre la corrección (o no) lingüística? ¿Qué debe saber y entender sobre su lengua?

«Yo creo que los hablantes tendrían que saber dos cosas. La primera es que le deben profesar un respeto casi reverencial a la ortografía, que es, como digo en el libro, “un acuerdo entre iguales”, un código que nos permite saber qué piensan otras personas a través de unos dibujitos. La ortografía, desde mi punto de vista, es sagrada, aunque también ahí hay niveles: no es lo mismo enviarle un wasap a un amigo que escribir una tesis doctoral».

«Y lo otro que deben saber es que, en términos generales, todos hablamos relativamente bien el español, con independencia del lugar en el que hayamos nacido y de nuestra condición social o cultural», continúa respondiendo.

Aunque es importante no cometer errores sintácticos, léxicos o de otra índole, hay que tener claro que «nadie –ni siquiera la RAE– tiene autoridad alguna para decir que una palabra “no existe”, o que tal o cual expresión “está mal dicha porque en mi ciudad se dice de otra manera”, o que el seseo, por poner un ejemplo, es una forma pintoresca de hablar español. Por cierto, si esto fuera verdad, resultaría que un 90% de los hispanohablantes hablamos de forma pintoresca», remarca Ramón Alemán.

«Dicho esto, también creo que es conveniente, a la hora de usar un lenguaje formal, el conocer ciertas reglas gramaticales para evitar malas conjugaciones verbales, el laísmo y otras incorrecciones que afean el idioma».

ERRORES A PRISIÓN Y ERRORES QUE MERECEN EL INDULTO

Pocos charcos de la norma lingüística deja sin pisar el corrector canario en su libro. Algunos errores que cometemos al hablar y escribir son imperdonables, en opinión de Alemán.

«En el habla, me quedo con el uso anafórico de mismo: “la plaza es preciosa y en el centro de la misma hay una fuente”. Muchas personas hacen esta construcción en la creencia de que es elegante, pero, como ya decía la RAE hace 50 años, no pasa de vulgar y mediocre. En cuanto a la escritura, el error que más detesto —y uno de los más comunes— es la ausencia de coma para separar el vocativo, como en el enunciado “hola, Pepe”. Esa coma, que no marca una pausa —como no lo hacen muchas comas—, es imprescindible para ordenar sintácticamente la oración, pero la echo de menos a diario en correos electrónicos y wasaps».

[pullquote]«Merece el indulto cualquier fenómeno gramatical que, pese a lo novedoso o extraño que parezca, recibe la bendición de cientos de millones de hispanohablantes y además resulta efectivo para comunicarse»[/pullquote]

Por el contrario, hay otros pecados que merecen el indulto. «Cualquier fenómeno gramatical que, pese a lo novedoso o extraño que parezca, recibe la bendición de cientos de millones de hispanohablantes y además resulta efectivo para comunicarse», así de rotundo se manifiesta.

«Tal vez el caso más notable, por lo extendido que está y porque pocos saben que los gramáticos lo condenan, es el uso de la preposición en para indicar plazo: “nos vemos en diez minutos”. Ahí, los lingüistas proponen decir “nos vemos dentro de diez minutos”, pero pocos son los que lo hacen. Otro error, que el propio Cervantes cometía, es usar le en lugar de les para anunciar un complemento indirecto que está en plural: decimos “¿qué le pides a los Reyes Magos?” en lugar de “¿qué les pides a los Reyes Magos?”, y se trata de una discordancia que yo corrijo cuando estoy revisando un texto, pero que yo mismo cometo a veces cuando hablo».

¿PERO OTRA VEZ VAMOS A HABLAR DE LA TILDE EN SOLO?

Sí. Y todas las que haga falta hasta que entandamos por qué es innecesaria. Ramón Alemán no es el único que defiende la decisión de la RAE al suprimirla, pero lo explica así de bien:

«Esa tilde nunca debió usarse, y la única razón por la que algunos la siguen poniendo se llama costumbre. Y no debió usarse porque la finalidad de la tilde diacrítica es indicar en la escritura que una palabra es tónica, frente a otra idéntica pero átona. En el libro lo explico con un ejemplo que no es mío: “el té relaja” y “él te relaja”».

[pullquote]«La única razón por la que algunos siguen poniendo la tilde en ‘solo’ se llama costumbre»[/pullquote]

«Aquí, la diferencia en la acentuación oral es tan clara que resulta evidente la necesidad de usar las tildes diacríticas; sin embargo, cuando pronunciamos solo, ya sea adjetivo o adverbio, siempre lo hacemos de manera tónica, por lo que la regla de la tilde diacrítica no nos vale. Y al que esté pensando ahora que sin tilde no se elimina la ambigüedad yo le pregunto: ¿qué significa “cuando arregles los frenos iré seguro en tu coche”? Ahí tenemos dos posibilidades: que seguro sea un adjetivo (sin riesgo de tener un accidente) o que sea un adverbio (sin ningún género de dudas). Pero no le ponemos tilde a ninguno de ellos. ¿Por qué? Porque no es correcta».

«El contexto nos salva de la duda en todas las situaciones de ambigüedad, que son infinitas en la comunicación diaria, y con solo pasa lo mismo».

Y punto.

BARRER PARA CASA

Siendo, como es, corrector de textos, Ramón Alemán habla de esta figura profesional en su libro. Y lo hace para hablar de la importancia de su labor.

«Como humanos que somos, todos cometemos errores. Por otra parte, a la hora de usar la lengua existen varios niveles, desde los más coloquiales hasta los más formales». Partiendo de esas dos ideas, hay ciertos niveles de comunicación, «que son todos aquellos en los que las palabras van a ser compartidas con muchas personas», en los que la incorrección ortográfica y gramatical, la ininteligibilidad y otros vicios resultan inadmisibles.

Y ahí es donde cobra importancia la figura del corrector: «personas tan imperfectas como quien escribió el texto que se va a corregir, pero que tenemos ciertas habilidades para detectar esos errores. El corrector de textos es un operario que da pátina a la escultura que sale del taller del fundidor, un asesor de imagen para una cita, un entrenador de fútbol en el vestuario… Desde mi punto de vista, somos tan imprescindibles como invisibles».

Quizá por ello, los últimos capítulos de su libro los dedica a ensalzar a los «guardianes de la lengua», esos que «no castigan, sino que cuidan», como agradecimiento.

«Yo no tendría los conocimientos que tengo actualmente si no hubiera recurrido a ellos diariamente cada vez que me surgía una duda lingüística. En esa lista siempre aparecen personas como José Martínez de Sousa, María Moliner, Manuel Seco o Humberto Hernández, pero esta vez también quise incluir a una serie de lingüistas jóvenes y muy brillantes que se mueven mucho en las redes sociales, como Paulina Chavira, Paco Álvarez, Alberto Bustos, Lola Pons o Álex Herrero, y a otros con los que estaba en deuda desde hace tiempo en cuanto a la gratitud pública, como Álex Grijelmo o Gonzalo Correas».

Además de Un idioma sin manchas, Alemán es también autor de Cincuenta sonetos lingüísticos (Pie de Página, 2020) y del reciente Libro de estilo del Gobierno de Canarias. Se trata de una guía de consulta auspiciada por el gobierno canario sobre el buen uso de la lengua, tanto hablada como escrita. Y sin ser su objetivo resaltar las peculiaridades de la variante canaria del español, en la primera parte de esta guía sí se hace una defensa de esta variedad, algo que, además, está recogido en el estatuto de autonomía de esta comunidad autónoma.

Las tres particularidades de esta variante del español que se indica que deben respetarse en cuanto a la comunicación son las cuestiones fonéticas, en especial el seseo; gramaticales, como el uso del ustedeo (el uso del pronombre ustedes para la segunda persona del plural), y el léxico canario, muy rico, que incorpora voces tanto del portugués como de países caribeños, con los que ha tenido mucha relación.

«En la parte final del libro de estilo, que hay un diccionario de dudas, se recogen unos 400 canarismos, y se indica en qué cuáles pueden ser utilizados en un contexto formal y cuáles no, ya que muchos son coloquiales, otros son rurales y otros forman parte del habla general canaria», indica el corrector y periodista.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Una respuesta a «Ramón Alemán: «Debemos profesar un respeto casi reverencial a la ortografía»»

“¿qué le pides a los Reyes Magos?” en lugar de “¿qué les pides a los Reyes Magos?”. Pues discrepo. Ni una cosa ni la otra porque ambas expresiones son redundantes. O pones ¿qué pides a los Reyes Magos? o pones ¿qué les pides?

En cuanto a que la tilde de «solo» hay que quitarla porque no la lleva «seguro». ¿Está usted segúro? ¿No sería mejor utilizar el acento diacrítico también para seguro? El contexto no siempre delata el sentido. El mismo ejemplo que pone usted del coche es ambivalente. Para contar chistes, da mucho juego; pero en la expresión escrita no es conveniente para evitar malas interpretaciones.

Y puestos a felicitar a maestros de la lengua, antes de nombrar a jóvenes contemporáneos que deben ser amiguetes suyos, no debería omitir a gente como Lázaro Carreter o Luis Miranda Podadera, que tanto enseñaron a tantas generaciones.

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