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‘Amor y asco’: el feminismo acrílico de Rebeca Khamlichi

Rebeca Khamlichi habla poco. Da la impresión de querer que sean esos ojos profundos y enormes que asoman con gravedad por encima de la mascarilla los que lo digan todo. Presenta la exposición Amor y Asco en la galería Modus Operandi en Madrid. En el escueto patio del edificio, en torno a una mesa redonda conquistada por un cenicero, bolsas de tabaco de liar y librillos OCB, charla con varios amigos. Ella y Cindy, vecina en su misma zona, tienen la teoría de que los policías que circulan por el barrio han subido el volumen de las sirenas de sus coches.

La Rebeca Khamlichi de hoy es conocida por sus cuadros, su activismo y porque, como buena milenial, se desenvuelve con una efectividad pasmosa en las redes sociales (45.300 seguidores en Instagram). De la Rebeca que era ya habló en Las hijas de Antonio López, el libro ilustrado que publicó en 2018. El resto lo resume ahora como una construcción a base «de los errores, de la suma de las cosas en las que me he equivocado». Pero haciendo gala de optimismo y sentido poético también de todos los cuadros que le quedan por pintar, los lugares que le quedan por visitar y los libros que le quedan por leer.

La comida fría de Rebeca Khamlichi.

El germen de esta exposición es un diario; los relatos adolescentes de Bebi Fernández. La que antes era conocida en Internet como SrtaBebi conquistó el universo de la influencia en redes sociales allá por 2012. Como una creación salida de las meninges de Elon Musk, su popularidad ha seguido una trayectoria ascendente desde entonces. Impulsada por el feminismo deslenguado que predica en redes sociales, a sus miles de seguidores se suman ya cuatro libros. El primero de ellos, el que nos ocupa, publicado en 2016, en forma de unos diarios redactados entre los 14 y los 18 años. Literatura efectista y viralización a partes iguales. Una combinación explosiva de la que ya dan fe los más de 95.000 ejemplares vendidos que anuncia la contraportada del libro.

Rebeca cuenta que la colaboración se sucedió porque no podía no hacerlo. «Cuando Bebi y yo nos descubrimos tuvimos un inmediato flechazo artístico». Los diarios de Bebi resonaron con Rebeca y el resto es historia. «Esos textos eran un fusil cargado con balas de desesperación, balas de desengaño, balas de dolores eternos. Balas, en fin, de vida efervescente, con la brutal intensidad de las primeras veces. El reto para mí era poder cargar esa voz adolescente en los pinceles de alguien de más de treinta años».

Lo sabía de Rebeca Khamlichi

Los cuadros que cuelgan de las paredes de Modus Operandi no dejan lugar a dudas. Hay en ellos mucho de expresión personal, de reflejo de las vivencias personales, pero también, de identificación. Sobre el sufrimiento que describe Bebi Fernández casi puede leerse en los cuadros de Khamlichi. «En los diarios de Bebi las tristezas son rotundas, explosivas. Yo creo que hay muchas formas de ser feliz, pero solo una de estar triste: estarlo rotundamente. O así es al menos como yo lo vivo. Por eso creo que la tristeza es el edificio en el que pueden compartir piso una adolescente de quince años y a una treintañera en crisis».

De la colaboración nació una versión ilustrada de los diarios en la que se puede rastrear una temática que ocupa gran parte de la obra de ambas: el feminismo. Un campo al que Rebeca ha llegado después de transitar otras temáticas cuya influencia no solo late bajo su pintura, sino también a lo largo de su viaje vital. Es el caso de la iconografía religiosa. Motivo aportado por la radicalización cristiana de uno de sus padres y que inspiraba una de sus primeras etapas artísticas.

Así, parte del mensaje del diario Amor y asco es profundamente feminista. No en vano habla del feminismo en términos de esencialidad.

Os ha salido feminista.

—No. Os ha salido de la jaula.

Y ahí encuentra en parte, la inspiración la Rebeca de hoy, casi recién llegada al ecuador de la treintena. Y así, ha evolucionado a ojos vista de aquella «deconstrucción irónica de la iconografía religiosa» a una pintura «cargada de feminismo».

Decidir de Rebeca Khamlichi

Decía Aristóteles que el objeto del arte no es representar la apariencia de las cosas, sino su importancia interna. Y no son pocos los casos en los que las etapas en la obra de un artista reflejan el curso de su existencia. Es por eso que, en el caso de Khamlichi, puede uno rastrear su transición de una temática a otra. «Mirando los lienzos de las diferentes etapas por las que he pasado en los más de diez años que llevo pintando podría escribir mi autobiografía».

De su militancia feminista, la artista destaca que para ella se trata de «aprender, aprender, aprender y aprender». Quizá la necesidad más acuciante de toda esta sociedad nuestra que aún pelea por quitarse de encima los remanentes de la sociedad que era para llegar a ser la que debe. Para Khamlichi ese aprendizaje pasa por ser «más consciente cada día de todas esas situaciones que son discriminatorias y merman nuestros derechos, pero que, hasta ahora, hemos considerado patrones normales o incuestionables».

Pero es que, además, su obra no solo se convierte en un reflejo de esa educación sentimental, sino que tiene claro que es también una manera de influir en la realidad que se despliega en torno a ella. «Cualquier lienzo que refleje una idea está haciendo política. Porque toda idea es política en cuanto que todas las ideas plantean en el fondo una forma de relacionarnos entre nosotros como sociedad o de distribuir los recursos».

De cara al 8 de marzo, Día de la Mujer, la pregunta es obligada. ¿Qué le pide Rebeca Khamlichi al 8M? Ella dice que todos los años le pide lo mismo. Que sea «uno menos de los que faltan para que llegue el día en que la fecha deje de ser reivindicativa. Que sea la celebración de que se ha conseguido». Los planes para sí misma son mucho más modestos y, spoiler alert, están cubiertos de acrílico en textura superflat. Porque para Rebeca, el futuro pasa por «poder pintar mañana. Y que mañana se repita la situación y pueda volver a pintar pasado mañana».

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