Hay lugares totalmente gratuitos que, por alguna razón, casi nadie utiliza y quedan relegados a la romantización cinematogáfica, como una biblioteca pública, una fuente de agua o el más infravalorado de todos los bienes públicos que, sin embargo, es clave en escenas icónicas de la gran pantalla: un banco en la calle.
Si uno busca la palabra ‘banco’ en Wikipedia (para su acepción de mueble) encontrará un extenso artículo sobre su historia, materiales y, finalmente, cómo deberíamos utilizarlo de forma apropiada: «El uso estándar implica sentarse en el asiento mirando en una dirección perpendicular al eje largo del banco. Si hay respaldo, esta dirección debe estar alejada del mismo». A continuación, una enumeración de otros usos normativos ilustrada con un tipo que se sienta de todas las formas posibles en un banco cualquiera en Central Park.
Qué ridiculez. Qué insulto al banco. Qué profundo desconocimiento de su potencial.
Pocos lugares públicos son tan íntimos como un banco: en un banco el mundo de uno se para en seco, retumba, se retuerce o explota, mientras alrededor la vida sigue su curso impasible, ajena a todo, obstinadamente indiferente a esos dramas o alegrías de mobiliario público. Los bancos son un discreto y omnipresente testigo del transitar humano, son refugio, una pausa casi existencial donde no solo las conversaciones, sino cada silencio compartido, están imbuidos de una transparencia inevitable.
No hay adolescente que no haya tenido una escena de ruptura en un banco de parque sintiéndose la persona más desgraciada del mundo, protagonista de su propia película, melancólico e intenso como Joseph Gordon-Levitt al final de 500 days of Summer, cuando Zoey Deschanel lo desarma con su reflexión sobre que aquello que tenían no era amor. Todos hemos visto a dos ancianos cualesquiera rompiendo a filosofar a la intemperie, redefiniendo los conceptos de la vida, como el Forrest aferrado a su caja de bombones.
El mayor romance puede surgir bailando claqué en un banco si eres Emma Stone y Ryan Gosling en Los Ángeles, que no solo de rupturas viven los bancos. O lecciones de vida transformadoras como la de El indomable Will Hunting, con dos escenas clave sobre un banco, a falta de una. En la reciente Barbie, es sobre otro banco donde una emocional Margot Robbie tiene una revelación en la que le dice a una señora mayor (Ann Roth, diseñadora de vestuario) «Es usted bellísima»; a lo que la señora responde «Lo sé».
La juventud se contabiliza en horas perdidas con amigos en un banco comiendo pipas o enseñándose tiktoks, y la vejez se asienta en reposar el cuerpo que tantas décadas ha acompañado numerosas vivencias. Sin embargo, entre la juventud y la vejez, en esa vorágine que arrasa con tantas cosas que es la rutina adulta, se pierde el uso del banco.
Es por ello que, la próxima vez que uno se cruce en el camino con este mueble al que Wikipedia no hace justicia en términos de uso, habría que detenerse a redefinirlo, porque quizá surja un romance, se reciba una lección filosófica, se viva una reflexión emocional profunda o Margot Robbie, por qué no, te diga lo bellísima que eres.
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