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Los gorrones europeos

La Unión Europea ha llegado a un acuerdo con Turquía que, en opinión de muchos, es realmente vergonzante. Básicamente, se ha acordado deportar a miles de refugiados sirios para luego volver a traer un número equivalente a cambio de financiación y de permitir a los turcos viajar a la UE sin visado. Convierte a las personas en elementos de una negociación, como si atravesar el Mediterráneo en una lancha hinchable, poniendo en riesgo la vida, fuera un crucero de placer. Es la derrota del derecho humanitario. El Gran Wyoming y sus guionistas, en El Intermedio, propusieron cambiar la bandera de la UE, sustituyendo las estrellas por un alambre de espino dorado. Angela Merkel ya avisó hace tiempo: «Si no logramos una justa distribución de refugiados, habrá que revisar Schengen».

Una defensa de este valor europeo es la que hace Carmen González Enríquez, investigadora principal de Demografía, Población y Migraciones Internacionales de Elcano, en su artículo Schengen: un bien colectivo que nadie defiende. «Los bienes colectivos, como un medio ambiente limpio, la seguridad, la sanidad pública y la ordenación del tráfico en las calles se enfrentan a un dilema bien estudiado por la ciencia política y la economía: aunque todos o la inmensa mayoría reciben sus beneficios […]. Sin un mínimo de compromiso individual de la mayoría, el bien colectivo se hunde y desparece […]. Pero siempre hay ‘gorrones’ que confían en que sean otros los que cumplan las normas y ellos puedan disfrutar gratis de esos bienes colectivos», escribe en el texto.

Al teléfono, aclara que aunque no sabe con exactitud cuántos países gorrones hay, al menos son todos los de Europa del este quitando Lituania, que ha acogido a algunos refugiados. «Estos países no comparten la idea de que hay que acoger a los refugiados ya que no forma parte de su cultura ni experiencia anterior», explica, «mientras que en Europa occidental es algo que se da por supuesto ya que lleva recibiendo inmigración, tanto externa como interna, desde los años 60».

Esto también tiene que ver con que de la Europa oriental que hay dentro de la Unión Europa han salido muy pocos refugiados, solo en momentos puntuales, como cuando en 1956 los tanques soviéticos entraron en Hungría. «El sistema soviético del pacto de Varsovia lo que hacía era traer a gente de otros países a los que protegían como Cuba o Angola, pudiendo encontrarte un cubano congelado en la universidad de Moscú», bromea González, «pero nadie huyendo de una dictadura pedía refugio en Rusia, Polonia o Rumanía y la migración que existía era interna y estaba muy controlada».

La educación en la convivencia que tiene el otro lado de Europa, argumenta, no existe allá, siendo su única multiculturalidad los idiomas minoritarios que hay en ciertas zonas. A esto hay que sumarle la imagen estereotipada que se tiene de la población musulmana, que es la parte del león de los refugiados. Viktor Orban no anuncia un referéndum sobre las cuotas de desplazados sin saber que lo va a ganar. Para Enríquez, es paradójico que los países del este, que son los más se han beneficiado de Schengen, sean los que ahora menos hacen por sostenerlo.

Cuando en el verano pasado se realizaron los primeros cierres de fronteras en el este, Enríquez suponía que habría una reacción de la Unión para parar el fenómeno, pero ocurrió el efecto contrario. «Hasta Suecia, el país tradicionalmente más generoso en su concesión de asilo, ha cerrado su frontera con Dinamarca, que, en reacción, ha cerrado la suya con Alemania». Esta hace lo propio con Austria, que a la vez cierra la suya con Eslovenia. Y a finales del 2015, el gobierno de Holanda propuso un mini espacio Schengen, en el que estuviesen Alemania, Austria, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo. Berlín, generoso como siempre, dijo que también entrase Francia. Casualidad o no, prácticamente los mismos países para los que se propuso, durante lo más duro de la crisis de la moneda común, que tuviesen un euro fuerte frente a una divisa débil del sur.

«Esta propuesta es especialmente dañina para la supervivencia de la Unión Europea», razona Enríquez, «ya que cuesta imaginar que los Estados del sur de Europa que se quedasen fuera de ese mini Schengen fueran fieles y solidarios con los que se quedan dentro a la hora de proteger sus fronteras exteriores». Italia, por poner un ejemplo, no tendría ningún tipo de incentivo para evitar que los que llegan de forma irregular atraviesen su territorio y entrasen en Suiza o Francia. Solo podría evitarse construyendo un muro en los Alpes. Enríquez lo ve impensable. «Por ahora».

Joaquín Estefanía, en un análisis en El País, extrapolaba esta situación y el gorronismo a la crisis del euro. «Mutualizar era un concepto odiado por la Europa hegemónica (Alemania y su glacis) durante los peores momentos de la crisis del euro. Entonces, se opusieron a mutualizar la deuda pública […]. Ahora, ese concepto de mutualización se ha hecho más simpático entre los mismos países halcones, en el momento en que son ellos los que tienen que soportar en mayor parte la nueva crisis que asola a la UE: la de los refugiados», escribe.

Dice el tópico que la Unión Europa solamente avanza a golpe de crisis. De ser aún cierto, cuando por fin amaine esta tormenta perfecta que va camino de convertirse en una década de temporal, no va a reconocer el continente ni el toro que lo secuestró en la mitología griega.

Por Carlos Carabaña

Carlos Carabaña es periodista. Puedes seguirle en @ccarabanya

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