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El día que Personet reemplace a Internet

En 2100, los cambios en el clima han transformado significativamente la geografía humana. Las metrópolis que capearon la subida del nivel del mar, a su vez, se han enfrentado a la escasez del agua que solo han podido resolver quienes tuvieron acceso a grandes fuentes energéticas, particularmente reactores nucleares de torio o las colosales instalaciones termosolares que han sacado partido de la desolada desertificación de lo que antes eran zonas aptas para la agricultura. En cualquier caso, aunque muy rentables, son sistemas energéticos que exigen inversiones enormes y que no están al alcance de todas las comunidades.

El gobierno mundial de facto está gestionado por el Consorcio de Sociedades para el Progreso, un cártel corporativo que se reparte el mundo en planes quinquenales que teóricamente no existen. Las naciones se mantienen solamente para escenificar la legitimidad de las decisiones que realmente toma el Consorcio. Internet es ahora más ubicua que nunca.

Ahora la llamamos Personet: redes de área personal, basadas en toda clase de microdispositivos vestibles o protésicos que multiplican las capacidades de los usuarios. Los ciudadanos son libres de incorporarse o no a Personet, pero la mayoría se implanta la prótesis bajo el cuello porque sabe que de otra forma no encontrará un trabajo digno.

La privacidad digital solo es testimonial. Está regulada por las naciones a instancias del Consorcio y es ilegal usar sistemas que no estén formalmente aprobados. Los disponibles están incorporados a los sistemas de monitorización del entorno del Consorcio.

Microsoft aún existe: aguantó muy mal los cambios tecnológicos de las dos primeras décadas del siglo, pero supo diversificarse y ahora su división agroalimentaria explota miles de millones de hectáreas en zonas de África, Asia e Iberoamérica, con colosales máquinas robóticas que recolectan los alimentos que se enviarán al Mundo Bueno tras ser procesados en gigantescas factorías locales, casi completamente robotizadas. Solo escapan ciertas tareas para las que es más rentable explotar a los pocos locales que restan después de la Gran Extinción de los Desgraciados, como jocosamente se llama en los círculos del Consorcio a la serie de plagas que exterminaron a las 4.000 millones de personas que no tuvieron acceso a los dos antibióticos que aún funcionan, a la medicina regenerativa con micromáquinas y a las nuevas sustancias medicinales diseñadas por el Colegio de Doctores (que no es otra cosa que una red de ordenadores cuánticos operados por miembros del Consorcio que diseñan, simulan y verifican nuevas sustancias proteínas con resultados extraordinarios).

Ya no hay guerras, solo contrainsurgencia. Ejércitos completamente robóticos dirigidos por ejecutivos del Consorcio hacen valer sus intereses, acá o allá, y solamente hay combates en zonas que habiendo sido ignoradas anteriormente (y por eso disfrutando de algún grado de independencia) caen ahora en el mapa de objetivos del Consorcio.

También hay focos de insurgencia en lo que vosotros llamabais el mundo desarrollado. Al principio hubo reticencias y hasta enfrentamientos armados conforme las políticas públicas se fueron, digamos, transformando, porque el Consorcio ya no podía tolerar más esa estupidez del estado del bienestar.

«¿Qué somos? ¿Comunistas?», bromeaban socarrones en el ascensor los ejecutivos de Bienestar Financiero (Goldman Sachs Group tuvo que cambiar su nombre a principios del XXI por cierto escándalo en los medios; hoy día eso ya no sería siquiera necesario porque los medios de prensa son generados automáticamente según los lineamientos del Consorcio).

Las mencionadas insurgencias fueron aplastadas por la fuerza de los hechos y de las agencias de seguridad, casi en su totalidad robotizadas, que bajo mandato legal destruyeron primero todos los focos de resistencia urbanos y posteriormente todos los reductos rurales según las necesidades y objetivos del Consorcio. Hoy día quedan muchos grupos, minúsculos, que huyendo de las obligaciones con el Consorcio mantienen comunidades autogestionadas en zonas de difícil acceso o sin interés comercial.

Los llaman catetos. Dado que la mejor tecnología incorpora mecanismos de control y seguimiento del Consorcio, los más extremistas necesitan fabricar sus propios artefactos. A estos infelices les llaman jipis y sus reuniones comunitarias vespertinas son en realidad sesiones de autoayuda y terapia de grupo necesarias para ser capaces de levantarse al día siguiente y trabajar hasta deslomarse solo por mantener su ilusión de dignidad. Pero en el Mundo Bueno, el de los ejecutivos del Consorcio, también trabajamos muy duro: que el mundo sea un jardín que podamos explotar no significa que se explote él solo.

Pero reconozco que jugamos con ventaja. Podemos pagar la medicina regenerativa que necesitamos para recuperarnos fisiológicamente del estrés. Algunos, que han sido capaces de ser muy ricos, han ahorrado lo suficiente para retrotraer su organismo hasta los 20 años y viven su «jubilación» en una serie encadenada de orgías adolescentes. Los que toman este camino, en general, lo siguen hasta agotar todo su dinero, entonces suelen suicidarse porque ya no les apetece nada volver a la presión que supone trabajar en el Consorcio.

Los demás combatimos el hastío con nuevas sustancias recreativas, como el soma, diseñadas por el Colegio de Doctores (afortunadamente el tabaco se abolió: era demasiado sucio para el Mundo Bueno, pero siguen consumiéndolo en los países de Desgraciados). Es cierto que la depresión ataca al 70% de la población, pero con el tratamiento de cócteles sintéticos casi puedes hacer una vida completamente normal.

Como la población no tiene acceso a las armas (monopolio de las agencias de seguridad del Consorcio), las únicas víctimas de los no tan infrecuentes brotes psicóticos son por arma blanca. Ahora ya se habla de nuevos cuchillos de sección variable cuyo filo puede ser controlado en remoto o incluso modificarse si el propio dispositivo detecta lo que puede ser un intento de asesinato.

Las modificaciones corporales también son muy populares aunque ya empiezan a ser aburridas. Los tatuajes digitales abrieron el camino a otras prótesis más estrambóticas: los tres pechos estuvieron muy de moda entre las ejecutivas del Consorcio, tanto que algunos hombres también las imitaron (algunos usando las mismas tallas) y desde que es posible generar órganos nuevos genéticamente compatibles, la gente está haciendo cosas que probablemente están fuera de vuestra imaginación. Hace 20 años fue famoso aquel «artista» de Singapur que se implantó 10 vulvas con sus correspondientes vaginas por diferentes partes del torso. La tradición moralista de Singapur tenía aún vigencia por aquella época y acabó condenado a muerte por corrupción.

Qué ironía ver cómo han cambiado los tiempos. También ha vuelto la moda de jugar con el género: los hay desde quienes cambian de cóctel de hormonas de cinco en cinco años «por experimentar» a los que lo hacen cada mes «por divertirse». Hay bastante libertad con el uso de las hormonas y de las prótesis orgánicas.

A los que trabajamos en el Consorcio solo nos piden cierta discreción bien entendida en horas de trabajo y no les importa si después nos vamos trasvestidos a una orgía o si jugamos con monos folladores (estuvieron de moda como juguetes sexuales unos robots con forma de algún animal grande y genitales desproporcionados) o si simplemente te pones ciego de soma hasta el día siguiente. A mí personalmente a veces me gusta ver pelis antiguas. Me divierto mucho con esas que llamabais de ciencia ficción. Menuda sartá de tonterías es Matrix, lo que nos reímos. También me gustó mucho La Fuga de Logan: encantadoramente ingenua.

Ismael Olea es tecnólogo.

Imagen de portada: Infrogmation of New Orleans, reproducida bajo licencia CC.

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