Al arte se puede llegar por muchos caminos. Para unos, es algo innato, nacieron con esa sensibilidad y esa capacidad de creación y recreación del mundo. Otras personas se inician en la pintura o en la escultura por hobby, por distracción. Y las hay que llegan a través de un proceso de crecimiento personal que parte del duelo para llegar a la alegría de estar vivo.
Esto último es lo que le pasó a la artista leridana Núria Companys Castro, quien firma sus obras con el sello Reluet. Pero como toda buena historia, merece que empecemos por el principio.
En 1999, la construcción del pantano de Rialp, en Lérida, sepultó bajo las aguas dos pueblos de la zona. Uno de ellos era Miralpeix, un pueblecito en el que solo vivían tres familias de continuo, aunque se llenaba los fines de semana. Allí vivía Companys con su familia, quienes tuvieron que mudarse a la nueva localidad de Tiurana que habían reconstruido tras la inundación del asentamiento original por el pantano.
De lo que fue Miralpeix, la artista solo pudo llevarse olores, recuerdos y objetos, nada más. Lo demás, su historia, sus juegos de niña por las calles de su pueblo, quedó sepultado bajo las aguas. Nadie parecía recordar aquel lugar. Nadie salvo ella y su abuelo paterno, Josep, al que Companys consideraba las raíces de lo que había sido su vida y su historia en Miralpeix. Y la vida, la nueva vida, siguió su curso hasta que en 2009 el avi Josep murió.
Para entonces, Núria, que ya pintaba y dibujaba, aunque no era ni su profesión ni jamás había hecho ningún curso de arte, tuvo una revelación: encontró en el almacén familiar una vieja puerta de la que había sido su casa. «Cogí esa puerta que había sido de mi hogar, la fraccioné en tres trozos, y a partir de ahí, empecé a pintar. Y ya no paré», explica.
Empezó así una carrera artística que nunca planificó desarrollar, pero que le servía como medio de expresión de algo que llevaba dentro y no era capaz de identificar. La puerta fue lo primero, pero después empezó a dar nueva vida a otros materiales viejos que reciclaba para transformarlos en objetos artísticos. Y hacía, hacía y hacía sin poder parar y sin entender bien por qué. Pintaba, esculpía, ilustraba, creaba muebles…
Entonces llegaron las preguntas: ¿por qué hago esto?, ¿para qué lo hago? ¿Y por qué no me gusta la tela de un lienzo? ¿Por qué prefiero transformar objetos y encontrar en ellos una belleza oculta que antes no veía?
Tras un proceso de crecimiento personal, un día descubrió cuál era la razón de todo lo que hacía: el profundo duelo que llevaba dentro de sí. Primero por la pérdida de su pueblo bajo las aguas de un pantano, y también por la muerte de su abuelo, a quien estaba muy unida porque a través de él sentía la conexión con aquel lugar donde vivió y fue feliz.
Aquel descubrimiento le llevó a entender también el porqué de su firma, Reluet, que no es otra cosa más que el nombre de su casa familiar, Teuler, escrito al revés. Así, a través de su arte y de su sello, cumplía un propósito: «reivindicar la historia de este pueblo» y con ello, democratizar el arte para dar voz a ella misma y a sus sentimientos dormidos, y a cualquier persona que se vea inspirada por sus mensajes de crecimiento.
«A través de las piezas de arte reivindicamos dos mensajes, el de la persona que compra la pieza de arte con su mensaje propio y el de la historia de un pueblo bajo la rúbrica», corrobora.
Núria Companys habla de redescubrimiento cuando intenta definir sus obras. No solo personal, sino también de la belleza oculta de los objetos que damos por muertos. «La primera escultura que hice, la base fue un ladrillo», cuenta. «Y ahora entiendo por qué: porque en los ladrillos es donde se guardan las vivencias. De ahí la belleza oculta y el redescubrir».
Ese redescubrimiento es lo que quiere hacer llegar también a quienes quieran comprar sus piezas o encargarle obras a partir de sus propios objetos con historia. «Hablaríamos. Me contarías qué significado tiene ese objeto que quieres transformar. ¿Qué te gustaría? ¿Dónde te gustaría ponerlo? A partir de aquí, iríamos redescubriendo y empezaría a dar forma a ese objeto como tú quisieras». Así, a partir de un boceto, empezaría el proceso de darle forma.
La artista leridana identifica Reulet con una flor de loto. Esta es la flor que crece en el embalse de Rialp, y tiene unas raíces muy profundas. «Las raíces profundas de mi proyecto son mi pueblo», compara Companys. Además, sus pétalos blancos cobijan cada uno de los hogares que poblaban Miralpeix.
Y así, con figuras supersencillas, apenas definidas con un par de líneas y una pequeña nota de color, Núria completa su crecimiento personal y lo coloca en el espacio por si su mensaje puede servir de brújula para otros. «La belleza no es una cuestión de peso, de volumen o de cantidad», afirma.
«Verás que mis lienzos no son nunca con tela porque la tela la encuentro fría, no tiene alma. En cambio, cuando toco una puerta o una silla me transmiten. Y eso no me pasa cuando toco la tela», comenta Companys. «Las esculturas siempre las hago con materiales reciclados. Veo en ellos un significado más allá. No es un simple palo, por ejemplo; hay una belleza oculta que, si tú la miras desde otra perspectiva, verás que tiene otra cosa».
Miralpeix sigue sumergido bajo las aguas, pero, de vez en cuando, y a través de la mirada de aquella niña que se negó a dejarlo morir, emerge para gritar que sigue ahí. Como si el agua fuera un espejo bajo el que se reflejara toda una vida, aquella que sepultó un pantano.
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