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Si mañana te quedases sin nada, ¿cómo reaccionarías?

Resiliencia: capacidad de un sistema para absorber y reorganizarse frente a cambios, reteniendo esencialmente su misma función, estructura e identidad.

Si mañana te quedaras sin tus fuentes normales de electricidad, sustento y comida ¿estarías preparado para sobrevivir temporalmente sin ellas?

Hay escritos que tienen una gran capacidad para hacernos reflexionar sobre situaciones incómodas que nuestra mente pasa por alto en el día a día en una ciudad. Un entorno que puede llevar erróneamente a pensar que, pase lo que pase, el agua siempre va a salir del grifo y el frigorífico siempre va a funcionar.

En el libro de ensayos The Wealth of the Commons, Rob Hopkins dedica un capítulo a hablar de la resiliencia, un barómetro que utiliza para medir la capacidad de supervivencia que tendríamos si las cosas que damos por sentadas se alteraran inesperadamente.

En los últimos años nos hemos acostumbrado a escuchar la importancia de la sostenibilidad, especialmente desde el sector empresarial. Pero como señala el pensador británico, el enfoque casi siempre apunta al continuismo con la excusa de lo verde como pretexto.

En otras palabras, no hay ninguna mención de que quizá lo que hace falta es deshacernos del 90% de los coches privados en una ciudad y optar por otras opciones de transporte menos contaminantes. Lo que se propone es simplemente producir esos mismos coches con menos recursos. Estas acciones que se definen como ejemplos de “desarrollo sostenible”, para Hopkins, no son más que palabras que se contradicen.

[pullquote align=»right»]Rob Hopkins: El término desarrollo sostenible es un oximoron[/pullquote]

La cuestión de la resiliencia como factor a tener en cuenta en todo lo que hacemos no solo se ha pasado por alto, nos hemos distanciado de ella hasta puntos extremos. Solo hace falta ojear los titulares de cualquier periódico para constatarlo.

Qatar está cerrando un acuerdo con Chile para suministrar con agua dulce de la Patagonia a la población del país árabe. Bien es cierto que Qatar tiene muchos recursos fósiles para transportarlo en barco pero ¿qué pasaría si el precio del petróleo se triplica de repente? Desde un punto de vista de resiliencia, esta estrategia está llena de puntos débiles.

También cabe preguntarse qué pasaría si se produjese un apagón prolongado en ciudades que han apostado por edificios muy altos. Es cierto que la verticalidad es ecológica ya que permite a mucha gente vivir en densidad reduciendo la destrucción de la naturaleza al concentrar el desarrollo en menos espacio. Pero trae consigo algunos problemas también.

En ciudades como Dubai, por ejemplo, edificios como el Burj Khalifa, se harían prácticamente inviables en caso de un fallo eléctrico. El empresario indio, dueño del apartamento situado en el piso 102, tendría que buscar una manera ingeniosa para acceder a su casa o caminar durante horas para llegar a su hogar.

US NAVY (Dominio Público)
US NAVY (Dominio Público)

Ok, me habéis pillado. El Burj Khalifa cuenta con generadores que empezarían a funcionar en caso de un apagón. Pero no todos los edificios cuentan con estos recursos, y los generadores antes o después se quedarían sin gasolina. Esto no es un alegato contra las ciudades densas pero el ejemplo sirve para resaltar nuestra vulnerabilidad ante factores inesperados.

Cualquiera que ha estudiado un poco de historia se habrá encontrado con relatos de comunidades que lograron sobrevivir durante semanas al asedio de sus enemigos encerrados en los muros de su fortaleza. Lo lograban porque tenían la capacidad organizativa de ser resistentes frente a estos casos extremos. Si mañana no tienes acceso a tu coche o transporte, la gasolina sube a 200 dólares el barril o se paraliza la distribución de comida en tu ciudad, ¿seríamos lo suficientemente resilientes para aguantar el temporal? Es probable que lo tuviéramos crudo.

“Phoenix es una ciudad de aire acondicionado. Si hay un apagón, la gente se fríe”

Si existiera un ranking de las ciudades menos resilientes, Phoenix probablemente estaría en la cima. Concentrar a más de 4 millones de personas en su área metropolitana ha sido posible en gran parte gracias al aire acondicionado. En un lugar del mundo en el que la temperatura sobrepasa los 37 grados durante más de 100 días al año, la asistencia de estas máquinas hace posible sobrevivir en un entorno completamente hostil para el humano.

Un complejo sistema de presas y ríos que traen agua del río de Colorado posibilitan la llegada de esta materia a una zona desértica, pero no se puede contar que llegue para siempre.

Otros errores que debilitan su resistencia están en la densidad de construcción. La urbe ha seguido un modelo de desarrollo de construir kilómetros y kilómetros de casas unifamiliares, en barrios alcanzables solo con coche. Si se acabase el petróleo o escaseara, transportar mercancías y personas se volvería complicadísimo. Según la Wikipedia, la ciudad tiene una densidad de 2.797 personas por milla cuadrada comparado con las 11.000 personas por milla cuadrada en Filadelfia.

Imagen: Paul Robinson bajo lic. CC
Imagen: Paul Robinson bajo lic. CC

La infraestructura que sostiene este estilo de vida también está planteada, como cualquier ciudad moderna, de forma equivocada. El asfalto genera islas de calor que incrementan las temperaturas en una media de 3 grados. Si las previsiones sobre cambio climático se confirman, mantener la vida en esta ciudad exigirá un mayor esfuerzo que a la vez necesitará más energía. En palabras de un artículo semiapocalíptico de The Nation sobre el futuro de la capital de Arizona, el autor no se anda con rodeos. “Phoenix es una ciudad de aire acondicionado. Si hay un apagón, la gente se fríe”. En el examen de resiliencia Phoenix suspende de forma brutal.

Este es un caso extremo, pero seguro que estos problemas se pueden aplicar a cualquier ciudad a nuestro alrededor en mayor o menor escala.

Tomemos por ejemplo el sistema de alcantarillado que usamos. Cada vez que tiramos de la cadena nuestros desechos desaparecen junto con una media de 6 u 8 litros de agua. Esa materia acaba viajando kilómetros y kilómetros hasta llegar hasta una planta que lo trata. Este proceso utiliza cantidades ingentes de agua, electricidad y energía. Comparémoslo con un sistema de baño seco que convierte nuestros desechos en abono sin necesidad de utilizar agua ni alcantarillado. Esta modalidad es mucho más resistente y autosuficiente pero necesitaría un cambio de mentalidad brutal para ser implementado aunque solo fuera para el 10% de los hogares españoles.

Luego está la resiliencia económica de tu entorno. Si compras a un comercio local una buena parte de ese dinero se queda en la comunidad: si compras en una cadena internacional de supermercados, una buena parte de ese dinero se va a accionistas que probablemente viven lejos de donde te encuentras, y con intereses y prioridades muy distintas a las tuyas.

Volviendo a Hopkins, el pensamiento resiliente “puede inspirar un alto nivel de pensamiento creativo que puede que nos lleve más cerca a soluciones a más largo plazo. Soluciones resistentes al cambio climático puede incluir empresas energéticas que son propietarias de la comunidad y que instalan sistemas renovables, la construcción de edificios muy eficientes puede usar muchos materiales locales como arcilla, paja y cáñamo”. Propuestas que, según dice, puede liberar un enorme excedente de “creatividad y emprendeduría”.

[pullquote align=»right»]»Reflexionar sobre cómo hacer que nuestras comunidades sean más resistentes es una oportunidad histórica para repensar cómo nos proveemos de comida, alojamiento y calefacción o refrigeración»[/pullquote]

Si las comunidades consiguen tener el control de sus fuentes de energías renovables, eso “incrementaría dramáticamente su capacidad de resistencia”.

Incrementar la dependencia sobre nosotros mismos no significa necesariamente ser completamente autosuficientes. En un mundo globalizado probablemente sea inviable. Pero Hopkins sostiene que si la mayor parte de las cosas que suministramos están cerca de nosotros, nos obliga a gestionarlo bien en vez de delegarlo a países lejanos de los que no sabemos si lo que proviene de allí es destructivo o no.

El británico defiende que reflexionar sobre cómo hacer que nuestras comunidades sean más resistentes es una oportunidad histórica para repensar cómo nos proveemos de comida, alojamiento y calefacción o refrigeración.

Para ello propone tener en cuenta los siguientes puntos:

– Cultivar comida en todas partes (en vez de lugares concretos y lejanos)
– Pregúntate cómo funcionaría este negocio, desarrollo o comunidad si el petróleo estuviera a 200 dólares el barril
– Apoya nuevos desarrollos de energía, construcción y agricultura que sigan principios de propiedad y gestión en comunidad
– Identifica necesidades locales y cómo pueden ser correspondidas de manera local
– Involucra a todos
– Cuenta historias que cautiven. Esto es un proceso cultural, no un proceso medioambiental

Si el tema medioambiental te trae sin cuidado este test se podría reescribir para aplicarlo a nuestras vidas para hacer una auditoría personal de resiliencia. ¿Si mañana pierdo mi trabajo, sería capaz de seguir durante un tiempo con mi modo de vida? ¿Sería capaz de adaptarme y reaccionar o estaría abocado hacia un hundimiento repentino? ¿Tendría que renunciar a todo o solo a un poco?

Está claro que pocas personas tienen el privilegio de no tener que cambiar sus hábitos si se quedan sin trabajo pero todo es cuestión de escalas. Dependiendo de tu resiliencia, uno puede sufrir un leve golpe o un derrumbamiento total ante el cambio.

Por lo menos, esta auditoría personal puede valer para recordarnos de vez en cuando a no dar nada por sentado. A ejercitar nuestra mente para estar preparada para lo que pueda venir inesperadamente sin obsesionarnos por ello.

 

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