«Las personas que viven solas
siempre tienen algo en su mente
que estarían dispuestas a compartir».
Antón Chéjov (1860-1904), dramaturgo y escritor ruso.
La Segunda Guerra Mundial no solo cambió mapas, también corazones, destinos y la tejedura misma del tiempo para innumerables familias alrededor del mundo. Una de tantas, la que nos atañe en la historia de hoy, abandonó Japón para buscar refugio ante los incesantes bombardeos que estaba sufriendo el país durante el conflicto bélico. Pekín fue la ciudad que los acogió hasta que todo aquello terminase. Y fue allí donde, cinco meses antes de que Japón firmase la rendición, nació un arquitecto que todavía no sabía que lo iba a ser.
Dos años más tarde, la familia Yamamoto volvió a la tierra del sol naciente. El país estaba en plena reconstrucción, tanto física como emocionalmente, y el negocio familiar del clan Yamamoto se desarrollaría en el mismo lugar donde vivían. Esta construcción tradicional de madera, conocida como machiya, les permitió gestionar una farmacia en la parte delantera, mientras desplegaban su rutina en la trasera.
La manera en la que creció Riken Yamamoto toda su infancia, navegando entre lo público y lo privado dentro de un mismo edificio, le marcó profundamente. También lo hicieron los viajes que, junto a su maestro Hiroshi Hara, le llevaron a través de diferentes países alrededor del mundo. Conocer cómo vivían en comunidad otras culturas foráneas sirvió para que terminase de germinar en su interior una semilla arquitectónica que llevaba tiempo plantada.
Al cabo de un tiempo y con el estudio ya establecido en Yokohama, Yamamoto-san se puso a proyectar. Su primer encargo llegó de la mano del señor Yamakawa, quien le pidió una villa que solo se habitaría en verano. Su único requisito fue el de reclamar una terraza que pudiera ser utilizada como espacio versátil. La respuesta del arquitecto llegó en forma de residencia, de una sola altura, donde las habitaciones quedaban separadas las unas de las otras, pero unidas bajo una misma cubierta. Toda la vivienda es una terraza abierta al bosque que lo rodea.
Riken Yamamoto siempre ha sentido especial predilección por los espacios intermedios. En Villa Yamakawa, los pasillos que conectan las estancias forman un gran patio abierto, pero techado para las inclemencias del tiempo. Ocurre algo similar en el ayuntamiento que proyectó para el barrio de Fussa en Tokio, donde desdibuja los límites entre la propiedad pública y la privada: el encuentro del edificio con el terreno es continuo y curvo, igual que las zonas ajardinadas que proyecta en el exterior.
Esos umbrales indefinidos sirven para que los usuarios se tumben a su antojo en un espacio que no se sabe muy bien a quién pertenece. Para Yamamoto, la arquitectura no es más que un lugar de recreo donde los seres humanos jugamos nuestras vidas a placer.
A pesar de haber construido en China, Corea del Sur y Suiza, es en Japón donde se encuentra la gran mayoría de su obra. Es lógico: domina a la perfección el modo de operar de la sociedad japonesa, así como sus necesidades habitacionales.
En Yokohama proyectó su propia vivienda y, aunque ya no fue aquella machiya que lo vio crecer, utilizó mecanismos arquitectónicos que fomentasen ciertos hábitos que sí le habían acompañado tiempo atrás. Uno de ellos —y quizás el más significativo— está presente gracias al aterrazamiento del edificio, ya que los patios y terrazas de la vivienda promueven la interacción con sus vecinos a través de las azoteas.
Cuando una pareja formada por un escultor y una pintora le encargó que diseñara su futura vivienda, Yamamoto planteó un único espacio. El taller donde ambos trabajan se fusiona con la residencia de los artistas, igual que ocurría en la farmacia donde él vivió de pequeño. La pieza más singular de todo el proyecto es una escalinata que se convierte en un graderío y que transforma la sala para que pueda emplearse como pabellón expositivo o sala de conciertos.
Para Yamamoto la arquitectura no es un conjunto de reglas herméticas, por eso en casi todos sus proyectos propone que se compartan los espacios. Este concepto se entiende muy bien en Hotakubo Housing, un proyecto de vivienda social de 110 módulos semiabiertos que se encuentran agrupados en 16 edificios. La gran plaza central de la que participan todas las residencias, junto a las terrazas de los módulos, favorecen que se produzcan encuentros entre sus residentes. Los que deberían ser espacios privados han pasado a ser semipúblicos.
Este mismo concepto lo llevó al límite en Corea del Sur al generar una planta baja transparente que conectase todas las viviendas con una terraza comunitaria. De esta manera, los habitantes de las Viviendas Pangyo (incluso los que viven solos) disfrutan de un espacio común que pueden compartir con el resto de sus vecinos.
¿Y qué ocurre cuando los encargos que le llegan a Yamamoto no son viviendas? ¿Cómo se favorece la interacción social en lugares que ya son públicos por definición? Para la reconstrucción y ampliación de la Escuela Koyasu, ubicada en Yokohama, generó patios abiertos entre los espacios de las aulas con el objetivo de que los niños de diferentes edades se puedan relacionar entre ellos.
Y continuando con esa idea de espacio intermedio, abrió las clases de los pisos superiores a una zona porticada que sirve de graderío cuando los alumnos organizan actividades en el patio. Sus edificios, ya sean residencias, escuelas, universidades, instituciones culturales o espacios cívicos, no imponen la conexión social, pero son lo suficientemente flexibles como para que se favorezcan unos vínculos colectivos.
Riken Yamamoto ha sido coherente desde sus comienzos, desde que descubrió que los límites entre lo natural y lo edificado o lo público y lo privado son mucho más difusos de lo que parecen a simple vista. Su idea de arquitectura compartida, dentro de una sociedad cada vez más individualizada, lleva tiempo apostando por anteponer una filosofía que defienda el bien común por encima del personal.
Estos valores le han servido al japonés para hacerse con el Premio Pritzker de este año, galardón que se otorga desde la Fundación Hyatt y que reconoce al mejor arquitecto del planeta. Y, la verdad, el hecho de que Yamamoto acogiera hace once años en su estudio a quien hoy escribe estas líneas, os dará una pista de la ilusión que le ha hecho enterarse de esta noticia tan merecida.