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Practicar la carpintería sin cortar un árbol

Iván Octavio Medina era un carpintero con un problema de base: odia la tala de árboles. El oficio que había heredado de su padre no se le daba mal, pero le podían sus ganas de «ayudar al planeta». «Me di cuenta de que se gastaba muchísima madera haciendo muebles», dice este mexicano. Entonces se le ocurrió montar una empresa de objetos de madera con una peculiaridad casi inverosímil: prohibido cortar un solo árbol para crear sus productos.
«La solución era sencilla», narra el método con la que hace dos años fundó su empresa de lámparas artesanales, Roble Rojo. «Yo, que vivo a las faldas de los bosques de Cuernavaca (México), siempre he encontrado ramas que los árboles dejan caer. Esa madera ya está cortada, no hace falta talar ningún árbol. Lo que hago es observar estos pedazos esparcidos por el suelo para encontrar los que me llamen la atención por su forma estética, y ahí empieza el proceso».

Medina apenas modifica la forma de las ramas que va recolectando cuando llega a su taller. Tal y como la encontró, la limpia, la pule y la convierte en una «pieza única de decoración gracias a su belleza natural».
Reconoce que quizás no se hubiera animado a instalar cableado y bombillas a los pequeños troncos caídos del bosque si no fuera por el impulso que le dio ver «el éxito que tiene ahora lo hipster-rústico». Después de estudiar comunicación y a pesar de ejercer como músico, le hacía falta una fuente más de ingresos para costearse los estudios que ya no podían seguir pagando sus familiares. Ahora, tras poner en marcha Roble Rojo en Ciudad de México, busca financiación colectiva «para poder llevar este proyecto de diseño comprometido con el medio ambiente también a Cuernavaca». Vuelve a ser carpintero.
«La idea no es hacer un negocio millonario, sino humanista», esgrime. Sus lámparas, que vende entre 200 y 300 pesos (entre 12 y 18 euros), por el momento llevan incorporados «cables de diseño», pero está trabajando en que «funcionen con corriente alterna» para terminar de afianzar su «compromiso con la naturaleza».
«Me gustaría que Roble Rojo se convirtiera en un depósito de árboles muertos», dice Medina, «involucrar más a las personas y que ellas mismas nos traigan, por ejemplo, los árboles de navidad u otros árboles ya sin vida que ya no les sirvan. Nosotros se los regresaremos convertidos en lámparas. No es necesario cortar árboles para hacer eso».

 

Por Jaled Abdelrahim

Jaled Abdelrahim es periodista de ruta. Acaba de recorrer Latinoamérica en un VW del 2003. Se mueve solo para buscar buenas historias. De vez en cuando, hasta las encuentra.

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