«¿Reconoces esta firma?». «¿La has visto en algún cuadro?». Preguntas de esta guisa circularon durante meses en redes sociales y medios de comunicación. El objetivo era tratar de averiguar cuántas personas poseían o sabían del paradero de cuadros rubricados con aquel monograma compuesto por una R y una V entrelazadas, la firma de Rosario de Velasco (Madrid, 1904-Barcelona, 1991).
Su sobrina nieta, Toya Viudes de Velasco, fue la promotora de aquella campaña con la que pretendía volver a reunir y sacar del olvido la obra de su tía, una de las grandes artistas españolas de la primera mitad del siglo XX.
La ardua labor dio sus frutos. Numerosos propietarios respondieron a la llamada y en pocas semanas reaparecieron varias decenas de pinturas de las que se había perdido el rastro y que habían permanecido durante décadas en las paredes de coleccionistas o particulares que los conservaban en sus casas sin saber el valor que atesoraban.
Por fin era posible rendir el homenaje que Rosario de Velasco se merecía. De eso iba a encargarse el Museo Thyssen, que hasta el próximo 15 de septiembre acoge la primera exposición monográfica dedicada en este siglo a la artista figurativa. Comisariada por la propia Toya Viudes de Velasco y Miguel Lusarreta, la muestra, puesta en marcha junto al Museo de Bellas Artes de Valencia, reúne más de 60 piezas, entre las que se incluye también una sección dedicada a su trabajo como ilustradora.
En ella no faltan obras de su primera etapa, esa que transcurrió entre las década de los 20, 30 y 40 del siglo pasado y que fue, sin duda, la más prolífica y reconocida de la artista. Entre ellas, Adán y Eva, del Museo Reina Sofía, y con el que Rosario ganó una segunda medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932 y el reconocimiento internacional. La fuerza de la obra y la original y compleja perspectiva a vista de pájaro, que Rosario emplearía después en otras de sus piezas, conquistó a la crítica del momento, que la consideró como uno de los grandes descubrimientos de la temporada.
La escritora Estrella de Diego cataloga ese juego perspectivo como «difícil de describir, tal y como ocurre en las obras de Norah Borges, Maruja Mallo o Ángeles Santos». «Además de los rostros y los gestos, desvelan a menudo el Renacimiento italiano como una de sus principales fuentes de referencia. Y tiene algo de Mantegna, sin duda también», añade.
Aquel no sería el único galardón que conseguiría la artista a lo largo de su carrera. Durante aquellos años que precedieron a la guerra, Rosario de Velasco era una asidua en las reseñas (la gran mayoría positivas) de la prensa y también en la exposiciones nacionales e internacionales, como lo atestigua su presencia en la Exposición de Arte Moderno Español de Copenhague de 1932, la del Carnegie Institute de Pittsburgh en 1935 o en varias ediciones de la Bienal de Venecia.
Siendo una artista reconocida en su época, ¿cómo se explica, entonces, el olvido al que se vio sometida décadas después? La respuesta rápida la da el propio ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el catálogo de la exposición cuando dice que Rosario tuvo que sortear el mismo «velo de desmemoria que la quiso borrar del relato establecido del arte y de la historia», al igual que muchas de sus coetáneas, como las propias Sinsombrero.
Aunque, como reconoce también el propio Urtasun, el caso de De Velasco era diferente al de aquellas. De familia acomodada y unas profundas creencias religiosas, pudo gozar durante la dictadura del reconocimiento que se negó a otras artistas de la época, comprometidas con la causa republicana, más teniendo en cuenta que llegó a militar en la Falange antes de que estallara la contienda.
«Pero no fue así», concluye Urtasun, para añadir la necesidad de entender la obra de De Velasco «desde la plenitud de matices de un legado pictórico que, al apartarse de estrictas categorías, definiciones sencillas o de relaciones unívocas con el canon artístico, tuvo que afrontar también su correspondiente cuota de olvido».
Porque Rosario de Velasco fue siempre una artista difícil de catalogar. Como alumna aventajada de Fernando Álvarez de Sotomayor, director del Prado y académico de San Fernando, contó con una formación clásica que tenía entre sus referentes a los grandes artistas españoles que dominaban el dibujo.
A la influencia academicista de Sotomayor debe Velasco, entre otras cosas, la precisión a la hora de tratar los tejidos, así como por la representación de paisajes o escenas protagonizados por personajes ataviados con trajes regionales. Es el caso de Maragatos, obra con la que Rosario se alzó con un segundo premio en el Concurso Nacional de Pintura de 1934 y que se conserva en el Museo del Traje de Madrid.
Pero Rosario no era ajena a las corrientes vanguardistas que venían soplando fuerte desde Europa. Mientras España vivía su propia guerra y el resto de Europa y el mundo se preparaban para la siguiente gran contienda, movimientos como los nuevos realismos procedentes de Alemania o el Novecento italiano se convertían en nuevos referentes para Rosario y coetáneos con inquietudes artísticas similares.
De ahí que, para Estrella Diego, De Velasco sea tan difícil de clasificar: «Cómo abordar a una artista que dedica su carrera a los retratos, los bodegones, las escenas de género, las escenas de niños, incluso al paisaje…, y que, al mismo tiempo, colabora con la revista Vértice desde el mismo año 1937, y también ilustra libros como Cuentos para soñar, de María Teresa León…»
Precisamente, la exposición del Museo Thyssen también reserva espacio a la faceta de Rosario de Velasco como ilustradora. Estrella Diego considera que no es casual que esta fuera una actividad tan frecuente entre las artistas de la época:
«Tal vez en aquella sociedad masculina donde abundaron las «artistas de una sola obra», el mundo que abría a las creadoras su trabajo en la ilustración se acercaba a cierta estrategia de camuflaje, esa a la que tan a menudo han recurrido las mujeres a lo largo de la historia: dedicarse a la ilustración era, para la mirada del poder, se sobreentiende, subrayar el amateurismo, la desactivación de las aspiraciones a ser una «gran artista»».
Aunque la propia Rosario de Velasco, en más de una ocasión, dejó claro que su trabajo como artista no respondía a un mero entretenimiento femenino.
Al igual que en sus pinturas, Rosario de Velasco demuestra en estos dibujos su capacidad para adaptarse a diversos estilos, en función de lo que el escritor o escritora querían contar en su historia. Aunque también lo que ella misma quería transmitir. Así, mientras en Cuentos para soñar fue capaz de captar con sus dibujos el eclecticismo y la mezcla entre lo antiguo y moderno que desprenden los textos, en las realizadas para otro de los libros de la misma autora, La bella del mal amor. Cuentos castellanos, consigue transmitir su lado más reivindicativo y su rechazo a las normas tradicionales que subyugaban a la mujer en aquel momento.
1936 marcaría un antes y un después para Rosario de Velasco. Nada hacía presagiarlo cuando, a principios de julio, la artista presenta en la Exposición de Bellas Artes en el Palacio de Cristal de Madrid su aclamada obra La matanza de los inocentes, en donde la artista vuelve a centrar el protagonismo en dos de sus temas más recurrentes: las mujeres y lo cotidiano.
Pero solo unos días después estalla la contienda y con ella una nueva etapa en su vida. La exposición se cierra y Rosario, afiliada a Falange y a la Sección Femenina, se ve obligada a huir primero a Valencia y luego a Barcelona tras ser delatada, supuestamente, por la portera de su vivienda. Allí, en la Ciudad Condal, será encarcelada. Es el médico de la prisión, Javier Farrerons, quien, al ayudarla a escapar, la salva de una muerte casi segura. A finales de ese mismo año, contrajo matrimonio con su galeno y salvador.
Tras exiliarse a Francia, regresa a España una vez acabada la guerra, primero a Burgos y después a Barcelona, donde residiría hasta su muerte. Allí continúa su labor como ilustradora. Uno de sus encargos más sonados fue el dibujo para el sello de correos Homenaje al Ejército, con el que se convertía en la primera mujer en España en ilustrarlo.
También continúa participando en numerosas exposiciones internacionales, como la Bienal de Venecia, donde vuelve a ser invitada en varias ocasiones; o en el II Salón de los Once, celebrado en la madrileña Galería Biosca en 1944, donde es seleccionada por Eugeni D’Ors.
El paso de los años no impidió que Rosario siguiera con su intensa actividad artística. «En los ochenta, continúa su obra que, sin dejar de ser figurativa, se aleja por completo del realismo que la había hecho destacar en el pasado», recoge en el catálogo de la exposición la conservadora del Museo Elena Rodríguez Carballo.
Rosario de Velasco murió en Barcelona en 1991, dejando un legado que, pese al velo del olvido al que se vio sometido durante algún tiempo, ha vuelto a resurgir de manera irremediable. Es lo que tiene el talento genuino.
Este post fue modificado por última vez el 9 de diciembre de 2024 10:18
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