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Santiago Alba Rico: «Abolir el género por decreto es una idea no solo peregrina, sino totalitaria»

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Santiago Alba Rico, filósofo y escritor, participó junto a la también escritora y ensayista Remedios Zafra y el profesor Daniel Gamper en un coloquio titulado La filosofía de los límites que tuvo lugar el pasado mes de octubre en Dènia, dentro de la programación del Festival de les Humanitats. Durante la conversación, los tres ponentes exploraron cómo los límites del cuerpo y de la filosofía marcan las posibilidades del pensamiento contemporáneo. Y sobre el cuerpo y la corporalidad, y cómo el capitalismo usa estos conceptos para lograr sus fines, hemos conversado con Alba Rico.

Al comienzo de tu libro Ser o no ser (un cuerpo) (Seix Barral, 2017) argumentabas que la civilización capitalista se ha olvidado del cuerpo. Hoy has vuelto a incidir en ello, ¿a qué te refieres exactamente con esta afirmación?

Como hemos visto, en los últimos tiempos se ha relegado a lo innombrable todo aquello que tiene que ver con los procesos de deterioro de los cuerpos, pero también lo relacionado, en términos políticos, con los cuerpos de los otros, sobre todo de los otros más frágiles. Vivimos en una sociedad que pretende vivir a espaldas de la corporalidad y sus procesos de deterioro, una sociedad que vive bajo el signo de una inmortalidad ilusoria donde los cuerpos solo aparecen en los márgenes como vulnerables o como amenazadores.

¿Quiénes tienen cuerpo en nuestras sociedades occidentales? Tienen cuerpo los ancianos, que son inmediatamente ocultados en residencias donde pueden ser incluso exterminados si hay una pandemia. Tienen cuerpo los enfermos, tienen cuerpo los cuidadores y cuidadoras que vienen de fuera, siempre y cuando consigan entrar en nuestros países y no se queden enganchados en alguna valla o en algún muro.

Y tienen cuerpo, por tanto, los que se quedan enganchados en los muros, que son casi siempre personas racializadas y particularmente vulnerables. Y tienen cuerpo los terroristas, que durante un largo periodo han utilizado precisamente su cuerpo para amenazar nuestra ilusión de inmortalidad.

Entonces sí, yo creo que la corporalidad se ha convertido en un obstáculo, en una rémora y en una amenaza. Ocultamos en la red nuestra vejez, tuneamos nuestras fotos para ser idénticos a nosotros mismos, para negar todos los procesos de deterioro que caracterizan el haber nacido de otros cuerpos.

¿Puede haber también consecuencias positivas en el hecho de que las nuevas tecnologías estén difuminando los límites de la corporeidad?

Primero hay que hacerse una pregunta que tiene que ver con el hecho de pensar si los que descubren o innovan tecnológicamente nuevos artefactos lo están haciendo pensando en el bien de la humanidad. Tendemos a pensar que la tecnología ha sido creada con el propósito de introducir mejoras en el espacio humano, pero eso es totalmente absurdo.

La tecnología tiene sus propias dinámicas y más aún si son dependientes de una economía como es la capitalista. Para mí, hay cosas que son objetivamente malas, pero de las que se puede hacer eventualmente un buen uso; hay cosas buenas de las que se puede hacer un mal uso y luego hay cosas u objetos que no admiten más que un solo uso.

Si hablamos de las tecnologías, de la inteligencia artificial, por ejemplo, creo que sus efectos van a ser mayormente negativos, pero ¿quién puede negar que tiene algunos efectos positivos? En medicina, por ejemplo, está siendo utilizada para realizar mejores diagnósticos. Claro que el avance en inteligencia artificial va a introducir mejoras, pero ¿a qué precio?

Aquí yo me haría dos preguntas. En primer lugar, está la cuestión de si compensa mejorar la tecnología para poder hacer diagnósticos médicos si esa misma mejora puede servir, como está sirviendo, para masacrar Gaza. En segundo lugar, habría que plantearse hasta qué punto queremos llevar estas mejoras. En la medicina, por seguir con el ejemplo, hay también una tentación prometeica de negar los límites, de prolongar la vida.

Yo siempre digo esto en una fórmula rápida, y es que el capitalismo nos ha prometido la inmortalidad y nos ha dado vejeces largas y penosas, pero, ¿cuánto queremos vivir? Creo que esto es un dilema que tiene que ver con la ética más elemental y con los límites de la propia corporalidad.

Podemos juzgar desde un cierto punto de vista que las nuevas tecnologías permiten buenos usos o introducen efectos positivos, pero la pregunta es si los queremos. Mi respuesta es que no, no vale la pena vivir tanto tiempo, no vale la pena, por ejemplo, si seguimos hablando de medicina, que el cuerpo deje de ser un organismo para convertirse en un sistema.

Hace 50 años la medicina consistía básicamente en el examen corporal del paciente. Había, por tanto, un reconocimiento del cuerpo. Hoy no ves al médico, está detrás de una pantalla, te manda unas pruebas y luego ve tu cuerpo en la propia pantalla. Tú ya no eres un cuerpo humano, eres un sistema de órganos la mayor parte de las veces desconectados, y yo no sé si esta pérdida de corporalidad se puede compensar con algún efecto curativo o terapéutico realmente decisivo.

¿Cómo se conjuga todo esto con teorías como la de Paul B. Preciado, el filósofo autor de Dysphoria Mundi (Anagrama, 2022), que argumenta que hay corporeidades que nuestra sociedad ha clasificado como patológicas, pero que, en realidad, tienen el potencial revolucionario de configurar un nuevo régimen de saber? ¿Pueden esos cuerpos que se dejan fuera de toda clasificación trascender los límites antropológicos que nos ponemos a nosotros mismos?

A ver, en fin, yo creo que todos los cuerpos aspiran a ser clasificados. Las clasificaciones son siempre peligrosas porque no hay ninguna clasificación que no deje algo fuera. Pero todos aspiramos, de alguna manera, a ser clasificados, y ser clasificados significa ser encerrado en una categoría de la que inmediatamente te quieres liberar.

Preciado hace una defensa del heroísmo de decir que no, que hay algunos cuerpos que no queremos ser clasificados y que la verdadera revolución es la de huir de toda clasificación.

Yo, personalmente, creo que esa propuesta es muy poco revolucionaria, sencillamente porque no puede ser seguida nunca por una mayoría social. Sin embargo, la teoría queer tiene otras muchas propuestas que sí pueden ser perfectamente seguidas por la mayor parte de los humanos, propuestas que tienen que ver con el reconocimiento de los cuerpos raros, de los cuerpos que no se ajustan a las clasificaciones que han venido haciendo el patriarcado y la antropología en los últimos siglos.

Pero creo, de verdad, que todos estamos constantemente aspirando a ser clasificados e intentando huir de las clasificaciones. Por eso se nos puede identificar, pero nunca encerrar del todo. Pienso en aquello que decía Eagleton de que solo hay algo peor que tener identidad y es no tener ninguna. Nos vemos todo el rato entre el deseo de no ser identificados y el deseo de que nos identifiquen.

Y creo que es una batalla muy fecunda, en el sentido de que, gracias a esa batalla, se han hecho enormes conquistas en el campo de los derechos de género. Y luego, aparte, están los héroes como Preciado, que quieren habitar en el límite, fuera de la clasificación.

¿Hablamos de cómo ser reconocido sin ser identificado?

Sí, exacto.

¿Piensas que las proposiciones de Preciado, si bien, en tu opinión, no pueden ser seguidas, pueden servir como horizonte teórico que marque una dirección utópica hacia la que caminar?

Bueno, a la gente que le sirve. Preciado es un pensador muy inteligente, y desde luego sus escritos sirven para que en círculos minoritarios se produzcan ciertos debates que no carecen de interés. Sin embargo, yo creo que, en términos sociales y a largo plazo, estos debates no son relevantes.

Yo opino que, por ejemplo, abolir el género por decreto es una idea no solo peregrina, sino totalitaria. Podemos aspirar a que los individuos no binarios tengan tantos derechos como los binarios. Yo con eso me conformaría, con recuperar un viejo concepto de ciudadanía que incluyese a todo el mundo, y más a la gente que sufre. Pero yo creo que abolir el género no es una buena idea y no es una propuesta revolucionaria, es una propuesta más bien tiránica; y te diría incluso más, te diría que es una propuesta puritana, enormemente puritana.

¿Ves más factibles propuestas como las de la filósofa americana Judith Butler, centradas más en establecer la precariedad tanto en lo referente al reconocimiento como en lo referente a la corporeidad, como ese mínimo común antropológico capaz de aunar diferentes demandas?

Creo que sí, creo que Judith Butler y Wendy Brown lo han entendido muy bien, pues sus teorías consiguen moverse en los dos planos, consiguen hacer al mismo tiempo una lectura histórica y rebelde de las relaciones sexuales y de las relaciones sociales. Me parecen muy interesantes tanto su análisis como sus propuestas.

Creo, además, que esto está muy en la línea de lo que defiendo en Ser o no ser (un cuerpo), la precariedad entendida como condición de existencia. Al final precario viene del latín pregare, que quiere decir rezar, pedir. El precario es el que depende de otros. Y hay una precariedad que compartimos todos, que es un ruego al otro, es ponerte ante el otro rogándole que te ampare, que te abrigue, que se una a ti, que te ayude. Es la dependencia compartida de los demás, y ahí la precariedad dibuja un camino claro hacia la colectividad, hacia a la colectivización de las luchas y, desde luego, hacia la colectivización de los derechos.

 ¿Y crees que de la precariedad interpretada como mínimo antropológico común se pueden extraer principios suficientemente sólidos para crear comunidades resistentes a la exclusión o la relativización?

Creo que el buscar esto es, en todo caso, un acto de involución teórico-política. Pero, aun así, fíjate, pienso en cómo se reía Marx de aquellos que hablaban del ser humano o del hombre como un absoluto. Para él esto era algo tan banal y políticamente tan ineficaz que no tenía ninguna relevancia.

En cambio, hoy, vivimos en un tiempo en el que sí es relevante hablar de esto. Lo que ha hecho el capitalismo ha sido operar cada vez más al margen de los cuerpos. El capitalismo digital y financiero ya no extrae el plusvalor de los cuerpos en las fábricas, extrae el plusvalor del ocio y del tiempo libre. Yo creo que esa es la verdadera revolución de las últimas décadas, cómo se ha desplazado la extracción de beneficio del ámbito de la producción al ámbito del tiempo libre.

Entonces, allí donde, de pronto, el propio capitalismo ha desmaterializado la extracción de beneficio, recordar que todos somos cuerpos por igual tiene una potencia revolucionaria que no tenía en tiempos de Marx. Sin duda, el reconocimiento del cuerpo como algo común que olvidamos, como algo común que ya no atendemos, tiene si no un valor revolucionario, al menos un valor de comunicación entre seres humanos, que de esa manera podrían generar las condiciones materiales para ir más lejos.

Habrá que ir más lejos de los cuerpos, pero si no reconocemos, de entrada, la corporalidad y no los ponemos de alguna manera en contacto, no se pueden generar las condiciones para un cambio ni político republicano ni socioeconómico.

¿Cómo se pueden aunar y construir estas luchas que reivindiquen la corporeidad?

Yo creo que este discurso está cada vez más presente en la obra de mucha gente; lo podemos ver en Yayo Herrero o en Amador Fernández-Savater, por ejemplo. En sus obras encontramos una centralidad del cuerpo y de los cuidados, aunque esta última es una palabra que cada vez me gusta menos, y fíjate que fui de los primeros que utilicé el término y lo sistematicé en Leer con niños (Random House, 2007). Pero después de esta década de derrotas políticas, el término cuidados me gusta cada vez menos, porque cada vez que lo oigo veo un cuchillo que se abate sobre la espalda de alguien.

Esa centralidad está ya ahí presente en términos teóricos y, al mismo tiempo, va acompañada de muchas prácticas que tienen que ver con la defensa de los servicios públicos más relacionados con el cuerpo. La lucha contra los desahucios, la denuncia de las políticas de vivienda y los alquileres abusivos, la defensa de la sanidad pública, la defensa de la educación pública están movilizando a mucha gente.

Yo creo que las prácticas y los discursos en torno al cuerpo son instrumentos inseparables, y creo que es esto precisamente lo que va a marcar el futuro de las próximas revueltas y las próximas protestas contra un capitalismo que es, al mismo tiempo, digital, descorporeizador y que nos está constantemente despojando de nuestras defensas y descarnalizándonos.

Después de esta década de derrotas políticas, ¿ves un futuro esperanzador en estas demandas?

El solo hecho de que se produzcan es ya esperanzador. Yo no soy nada optimista, pero creo que el pesimismo es perfectamente conjugable con la ingenuidad de repetir un mismo gesto, con independencia de que creas o no que te va a llevar a buen puerto. Y me parece que lo que no podemos hacer de ninguna de las maneras, sobre todo las personas de mi edad, es pensar que fuimos los últimos en dar la batalla, los últimos en luchar y además regodearnos en nuestra derrota.

Los jóvenes, que piensan que no tienen cuerpo porque son pura energía, precisamente porque son pura energía están luchando constantemente contra nuevos límites, y en el choque contra esos límites toman conciencia de su cuerpo, su vulnerabilidad y su precariedad.

Es verdad que en estos momentos esta vulnerabilidad está siendo utilizada y explotada por la extrema derecha con discursos que son de protección de lo nuestro, discursos que son muy corporales, pero abyectamente identitarios y nacionalistas. Pero a lo que yo no me atrevería, entre otras cosas porque tengo hijos a los que dejaré en este mundo cuando me muera, es a considerar que los jóvenes son incapaces de hacer otra vez mal lo que yo también hice mal.

Santiago Alba Rico recomienda

Tres películas

Barbarroja (1965), de Akira Kurosawa.

El hombre que mató a Liberty Valance (1962), de John Ford.

Dublineses (1987), de John Huston.

Tres libros

Vibración, de José Ovejero (Galaxia Gutenberg, 2024)

Arena en los ojos, de Laura Casielles (Libros del K.O., 2024)

Hotel Silencio, de Auður Ava Ólafsdóttir (Alfaguara, 2019)

TRES CANCIONES

Maldigo del alto cielo – Violeta Parra

Take This Waltz – Leonard Cohen

Motets – Vivaldi

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