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La Vampira del Raval: España también tuvo su Jack el Destripador

Sentimos una curiosa, insana e irresistible atracción por las historias truculentas y los repentinos relámpagos de maldad. La desaparición de las secciones de sucesos no significa que eso haya cambiado: repentinamente, El Caso, el semanario al que la gran mayoría de los periodistas miraba por encima del hombro y que indagaba con todo lujo de detalles en crímenes e historias tortuosas varias, protagoniza hoy una serie en TVE y es reivindicado como el mejor ejemplo periodístico. Mientras tanto, psycho killers de ficción como Hannibal Lecter se han convertido en referentes hipnóticos en los que el glamour se mezcla sin problemas con la casquería.

Enriqueta Martí

Hace pocas semanas, El Ministerio del Tiempo trenzó un capítulo de puro funambulismo en el que enlazaba a las Sinsombrero (las mujeres de la Generación del 27 que fueron olvidadas, tapadas por la sombra de los Lorca y compañía) y las adopciones ilegales de los 80 con lo más parecido a Jack el Destripador que haya dado nuestro país: Enriqueta Martí, barcelonesa que en 1912 fue acusada de secuestrar y matar a un indeterminado número de niños en aquella ciudad sacudida por las revueltas sociales y la inestabilidad de una sociedad polarizada entre una minoría riquísima y una mayoría que malvivía rebozándose en la miseria. Y como no puede haber monstruo sin nombre, la prensa tuvo el acierto de adjudicarle uno que resultó todo un éxito: la Vampira del Raval. Corto, contundente, fácil de recordar.

El ejemplo del ministerio más fantacientífico que haya dado la producción televisiva española no es único. En los últimos tiempos, se está viviendo una auténtica recuperación de la historia truculenta de Enriqueta Martí: novelas, musicales, películas… Los curiosos se acercan a ver la casa de Poniente (hoy Joaquín Costa), 29, en la que, según las crónicas periodísticas de la época, entre febrero y marzo de 1912 se sucedieron toda una serie de macabros hallazgos: comenzaron por los de dos niñas, una de ellas secuestrada hacía unos días en la calle, y que respondía al nombre de Teresita Guitart, y una segunda, Angelita, y a quien, pese a ser visitada por angustiosos padres de pequeñas desaparecidas, nadie acababa de encontrarle filiación.

Teresita Guitart con los policías que la rescataron

Una ceremonia macabra que llegó al paroxismo con la descripción de dobles fondos llenos de huesos de infantes, de frascos que contenían sustancias sospechosas y mantecosas que supuestamente vendía a los ricos como remedios contra la tuberculosis, y toda una retahíla que convirtió a la mujer, de 41 años de edad en el momento de su detención, en el sinónimo del Mal absoluto.

El escritor, poeta y periodista Jordi Corominas, que ha publicado en la editorial Sílex Barcelona 1912. El caso Enriqueta Martí, probablemente el más exhaustivo y desmitificador de los relatos en torno a la acusada, tiene sin embargo otra visión mucho menos tremenda y, seguramente por eso, también más decepcionante para el público en general. Una visión que, curiosamente, no ha surgido porque haya tenido acceso a ninguna fuente documental nueva ni haya hecho un descubrimiento deslumbrante, porque todo está ahí… para quien lo quiera ver: «Se puede comprobar en las hemerotecas que en la cultura popular, de habladurías callejeras a medios de comunicación e industria editorial moderna, ha prevalecido la versión inicial de la prensa hasta que la misma, ante evidencias y resultados forenses, se escapó de la verdad porque ya no le nutría para sus intereses».

Entonces, ¿qué hay de cierto en toda esta historia? «Más bien poco. Que el 10 de febrero de 1912 Enriqueta Martí secuestró a la niña Teresita Guitart no ofrece lugar a duda. El resto, desde la serial killer infantil a sus mil dones para la brujería, son cosas falsas, como lo de su suicidio o linchamiento en la cárcel: murió de cáncer de útero. Nunca sabremos por qué secuestró a la niña. En vida, tras casarse en 1895 con un pintor medio chiflado, trabajó en los Encantes [un mercado barcelonés], quizá regentó un merendero y al final fue pedigüeña profesional. Por otra parte, perdió un hijo por desnutrición infantil, fue desahuciada en mil ocasiones y ejerció al menos en una ocasión el proxenetismo con una adolescente. Su existencia fue la de una desgraciada del «precariato» barcelonés de la época, un grupo social que podía representar el 30% de la población de la Ciudad Condal».

Entonces, ante la ausencia de hechos, ¿cómo se construye el relato? Corominas confiesa su estupefacción. Él mismo comenzó a investigar el caso para una serie de colaboraciones sobre crímenes señeros ocurridos en Barcelona, dando por supuesto que todo lo que había oído era verdad, hasta tal punto que se ha venido repitiendo por más de un siglo hasta convertirse en una ‘verdad’ sabida e indiscutida: «No sabremos los motivos que hicieron del suceso un motivo de tanto interés.

»En parte, todo surgió por un robo en casa de Enriqueta que, supuestamente, destapó horribles crímenes, pero lo cierto es que sorprende ese giro del caso, al cabo de diez días de empezar el jaleo. Siempre me ha hecho pensar en intereses de los poderosos para buscar una distracción en un momento de resaca tras la Semana Trágica de 1909, una ligera crisis del catalanismo tras la disolución de Solidaritat Catalana y el aire de fin de época tras el auge modernista».

Elsa Plaza, autora del ensayo Desmontando el caso de La Vampira del Raval (Icaria Editorial), va en la misma línea, aunque señala también el hecho de que, en ese momento, existía una gran violencia contra los niños, que en gran número eran secuestrados para dedicarlos a la prostitución y que, incluso, eran sacados clandestinamente por las mafias para trabajar en las fábricas francesas. Para Plaza, no resulta casual que, en la misma semana en que se detiene a Enriqueta Martí, se encontrara un prostíbulo infantil en el que estaban involucrados policías que también se encargarían de la investigación del caso de Enriqueta, que se convirtió así en la cortina de humo perfecta para desviar la atención.

Por eso, lo realmente aterrador de esta historia es darse cuenta de que, sin haberse encontrado un solo cadáver, Enriqueta Martí ha pasado a la memoria colectiva como una asesina sin escrúpulos. Y a pesar de que sea prácticamente imposible averiguar por qué secuestró a una niña (Corominas apunta, aún consciente de que nunca se podrá saber a ciencia cierta, que fue el hecho de haber perdido a su hijo por no poder alimentarlo lo que la pudo desequilibrar hasta el punto de querer tener a una pequeña consigo), sorprende que, por ejemplo, los trapos manchados en sangre encontrados en su casa fueran automáticamente atribuidos por la prensa a resultados de sus crímenes, cuando una explicación más plausible fuera que los manchara con las hemorragias provocadas por su enfermedad, la que finalmente acabó con ella en la cárcel, y no el supuesto linchamiento de sus compañeras de reclusión.

Esta historia ejemplifica también el inmenso poder que tienen las teorías conspirativas. Cuando los exámenes de los forenses determinaron que los huesos y restos de supuesto cuero cabelludo encontrados en las sucesivas casas de Enriqueta Martí no eran humanos, como se había afirmado en un principio, sino de origen animal, la reacción de los periodistas, y por extensión de la opinión pública, fue señalar que se estaba intentando manipular las pruebas para permitir que salieran impunes los ricos a los que, según decía el relato que había ido creciendo, servía Enriqueta. Un relato, por cierto, que había llegado al delirio de afirmar que la mujer pedía por el día vestida con harapos, mientras que por la tarde se ponía ropas y joyas carísimas para moverse entre la alta sociedad del Liceo. Nada de eso, otra vez, era cierto.

Sin embargo, las grandes fabricaciones, encabezadas por el dramaturgo y corresponsal de ABC en Barcelona Luis Antón del Olmet (quien, curiosamente, terminaría asesinado en 1923 en el estreno de una de sus obras) nunca fueron desmentidas (al fin y al cabo, es habitual que, si un hecho que ha supuesto correr ríos de tinta, se descubre al cabo de un tiempo que no fue así, suele ser desmentido con un simple breve). Vino en socorro de la atención de los lectores, además, el hundimiento del Titanic y las crónicas de la Semana Santa. La muerte de Enriqueta Martí en prisión impidió, asimismo, que el asunto terminara en juicio oral, lo que habría hecho revivir el macabro culebrón. Para rematar la faena, la mayor parte del sumario desapareció devorado por las ratas.

Pero lo más inquietante es que, simplemente, nadie quiere dejar que la historia real, sencilla y poco interesante, devore al mito. Desde ese punto de vista, contar con una gran asesina cuyas andanzas puedan ser seguidas in situ en una especie de ‘ruta vampira’ puede ser demasiado jugoso: «Lo de la asesina en serie es posterior, más de nuestra época a partir de un artículo de Pedro Costa en El País y de la novela La mala dona, de Marc Pastor. La marca BCN rellena todos los huecos de la ciudad y, pese a mi investigación y la de otras personas como Elsa Plaza, la idea que prevalece es la truculenta, que la prensa, a lo largo de nuestro siglo, ha fomentado tanto en artículos como en documentales por pereza a la hora de buscar los datos.

»La mayoría cogió los de los primeros días, obvió el informe forense y lo hizo porque la historia sensacionalista del caso es un relato de terror perfecto que se ha ido deformando con tanta repetición de lo mismo. Igual ocurre con la historia oral, sólo que, en este caso, la invención de la asesina en serie ha sido un fenómeno posmoderno». Elsa Plaza es aún más contundente: «Enriqueta Martí forma parte de la marca Barcelona».

Puede que, en definitiva, todo se limite a que viste mucho que una ciudad cuente con su correspondiente monstruo criminal. Al fin y al cabo, si Jack el Destripador sigue dando pingües beneficios, y hasta existen souvenirs dedicados a recordar sus ‘hazañas’, ¿por qué no hacer lo mismo en el caso de Enriqueta Martí, la falsa Vampira del Raval? Sólo que, si con el inglés todavía existe el beneficio de la duda y la niebla sobre lo que de verdad ocurrió, en realidad, en el de Enriqueta todo parece bastante claro. Puede que ese sea, precisamente, el problema.

 

Por Miguel A. Delgado

Escritor, periodista, divulgador, comisario de exposiciones y siempre presto a meterme en líos que me motiven. Mi último libro es "Las calculadoras de estrellas" (Destino), y mi última expo, "La bailarina del futuro" (Espacio Fundación Telefónica).

3 respuestas a «La Vampira del Raval: España también tuvo su Jack el Destripador»

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