En estos tiempos de cogérsela con papel de fumar y de evitar que los que tienen la piel excesivamente fina enarbolen la bandera del respeto parecería una tautología el propugnar desde aquí que deberíamos evitar ser groseros con los demás. Sí, deberíamos. Pero por otras razones que poco tienen que ver con el umbral de sensibilidad vigente o para demostrar que somos educados.
Deberíamos evitar ser groseros con nuestros allegados porque las groserías son algo así como conjuros de magia que hacen un daño que se puede medir objetivamente, sortilegios verbales y gestuales que son originar toda una cascada de cambios psicosomáticos que no solo debilitan el sistema inmunitario y produce estrés, sino que alteran la inteligencia y la creatividad.
Ser amable es una buena estrategia
No es necesario que comulguemos con el «buenos días» o que cedamos el paso a las señoritas. De lo que se trata es que tratemos al otro con un mínimo de respeto y amabilidad. Aunque suene a tópico: que tratemos a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros.
De no hacerlo, indirectamente estaremos desgastando psicológicamente a la otra persona. De hecho, cada vez hay más pruebas de que las personas que se hayan sometidas al estrés producido por la falta de civismo de los demás también ven disminuido el funcionamiento de su sistema inmunológico, propiciando una serie de problemas de salud como son la diabetes, el cáncer o las enfermedades del corazón. Es lo que sugiere un estudio publicado el Journal of the American College of Cardiology.
El comportamiento hostil y las palabras groseras, incluso, pueden causar cambios a largo plazo en la química del cerebro que aumentarían el riesgo de problemas psiquiátricos. Y también pueden reducir la creatividad.
Menor creatividad
Es lo que sugiere otro estudio llevado a cabo por Amir Erez y Christie Poraz, con el que probaron varios escenarios diferentes con 275 estudiantes en los que afloraba la grosería.
Los estudiantes tenían que llevar a cabo una tormenta de ideas para los usos creativos de un ladrillo, entre otras tareas. En uno de los escenarios, al grupo se incorporó un alumno (un gancho del investigador) que llegaba seis minutos más tarde de la hora estipulada. El recién llegado se disculpaba, pero igualmente era expulsado de la clase. Eso es todo lo que vio un primer grupo de alumnos.
En otro grupo, sin embargo, el experimentador echaba de la clase al alumno que llegaba tarde con muy malos modos, y luego se quejaba de forma muy grosera de los estudiantes en general, y de los estudiantes de la Universidad del Sur de California en particular, a la cual acudían todos aquellos universitarios.
En un tercer grupo simplemente se solicitó que se imaginaran los dos escenarios anteriormente descritos.
Lo que sucedió es que los alumnos que presenciaron las groserías del investigador resultaron ser mucho menos solventes en sus tareas creativas. De alguna manera, aquella muestra de grosería originó un obstáculo en sus mentes. Pero incluso en el caso del grupo de alumnos que solo habían imaginado el escenario del investigador grosero, entre ellos también hubo un rendimiento inferior al del grupo de control, si bien fue superior al grupo que presenció la grosería en directo.
Estrés y productividad
Otro estudio que implicó a 171 personas del ámbito jurídico sugiere que la recuperación tras un trabajo estresante fue menor en los días en que las personas experimentaron algún tipo de rudeza o mala educación en el trabajo. Era como sufrir una resaca que, en vez de provenir de un exceso etílico, procedía de un exceso de grosería.
Los comportamientos groseros ajenos, pues, no solo nos hacen sentir más cansancio y estrés, sino que pueden afectar a nuestra concentración y, por consiguiente, nuestra productividad, como señala el periodista Danny Wallace en su libro F*** You Very Much:
Incluso se ha demostrado que las personas que aprenden nuevas habilidades, como tocar el ukelele o hablar el esperanto, no pueden concentrarse en estas tareas tan bien como lo hacen en los días normales. La grosería está contribuyendo directamente a la muerte del ukelele.
Lo más sorprendente del poder desgastador de la grosería es que sus ondas de choque alcanzan no solo al interpelado, sino a quienes solo han sabido de ese hecho por otras personas. La grosería es como un gas mefítico que contamina el ambiente y alcanza a todos, en mayor o menor medida.
El simple hecho de estar leyendo este artículo plagado de ejemplos de groserías, quizá, está incidiendo de algún modo en la parte más sensible a la mala educación, provocando que se active más de la cuenta. Para evitar en la medida de lo posible un apocalipsis de grosería capaz de arruinar carreras y vidas, y a riesgo de que suene un poco como si fuera Ned Flanders, solo concluir con un «gracias por leerme» y un «que pases un buen día».