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¿Sueñan los astronautas con tener sexo en Marte?

Lo de viajar al espacio parece que ya es algo superado. Ahora el sueño es otro: colonizarlo, crear asentamientos humanos en la Luna, en Marte o en cualquier otro planeta que pueda cumplir mínimamente con los requisitos de la vida terrestre. Así que no es difícil imaginar y prever que la siguiente era espacial estará encaminada —de hecho, ya lo está— a conseguir esas colonias extraterrestres.

Además de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), ya existen diversas misiones tanto particulares como de agencias estatales que persiguen esa meta. Pero en esa carrera espacial, donde la tecnología es la reina, se ha quedado fuera, en parte, un elemento fundamental: el humano. Si hombres y mujeres han de vivir en esas colonias extraterrestres, ¿se ha pensado en cómo será la vida en Marte o en la Luna a nivel sociológico? ¿Cómo van a prosperar y ser felices allí los nuevos colonos? Y ya que hablamos de felicidad y de bienestar, ¿acaso el sexo no es importante para la condición humana?

Sex Tech in Space? The relevance of sexual wellness and intimate products for space agencies and the public es un informe realizado por Simón Dubé y Maria Santaguida, del departamento de Psicología de la Concordia University (Montreal), y Dave Anctil, del International Observatory on The Societal Impacts of Artificial Intelligence and Digital Technology (OBVIA) en Laval University (Montreal), para la firma de juguetes eróticos We-Vibe y Erobotics, un grupo de investigadores de diferentes universidades americanas.

En dicho informe se explora la relevancia de la sexualidad en los futuros viajeros espaciales, demostrando que lo de tener sexo en el espacio tiene más complicaciones que las que el cine nos deja ver. Y que aún queda mucho por investigar en este aspecto.

OBSTÁCULOS PARA UNA SEXUALIDAD SATISFACTORIA EN EL ESPACIO

La falta de investigación y el tratamiento tabú por parte de las agencias espaciales, se dice en el informe, son los mayores obstáculos con los que choca eso de tener orgasmos fuera de la órbita terrestre. La consecuencia es que no existen aún muchos estudios que analicen cómo se comporta el cuerpo humano en cuanto a sexo se refiere, aunque ya se advierten ciertos problemas.

Uno de ellos es la gravedad. Sin ella, se advierte en el informe, los cuerpos no se atraen entre sí, así que el contacto entre la pareja de amantes supondría un esfuerzo enorme. Sin roce no hay placer, y tener sexo en gravedad cero se parecería mucho a tenerlo en una piscina, con todo el esfuerzo físico que conlleva.

Por otro lado, tampoco se sabe demasiado de cómo afectan los vuelos espaciales a la libido, aunque sí se cree que pueden suponer un estrés fisiológico que afecte a las hormonas relacionadas con el deseo sexual (testosterona, oxitocina, estrógeno, progesterona y vasopresina).

«Gran parte de lo que sabemos sobre los efectos de las condiciones espaciales en los niveles hormonales se basa en estudios sobre muestras de astronautas masculinos, y apenas hemos arañado la superficie con lo que sabemos sobre los efectos de la microgravedad en los impulsos sexuales de los astronautas», explica Maria Santaguida, coautora del informe. «Se necesita mucha más investigación sobre los impulsos sexuales de los astronautas de todos los sexos y géneros».

Luego está el problema del espacio físico. Una cápsula espacial, tal y como la conocemos hoy en día, deja muy poco lugar para la privacidad. Y ya se practique en pareja o en solitario, el sexo pide intimidad. Además, tampoco parece el entorno ni el ambiente ideal que inviten a la lujuria.

[pullquote]«La privacidad es limitada a bordo de las naves espaciales y, como se puede imaginar, esto podría frenar la excitación sexual»[/pullquote]

«Es cierto que el entorno actual de las naves espaciales está orientado al trabajo, el soporte vital y las maniobras. Pero creemos que las empresas espaciales comerciales acabarán disponiendo de una gama más amplia de decoraciones y entornos más centrados en el ser humano y que se asemejen más a lugares como las habitaciones de hotel», aventura Johana Rief, directora de Empoderamiento Sexual en We-Vibe.

«La privacidad es limitada a bordo de las naves espaciales y, como se puede imaginar, esto podría frenar la excitación sexual», añade Santaguida. «Las actividades sexuales, ya sean en solitario o en pareja, pueden ser indiscretas y provocar ruidos, olores y excrementos de fluidos corporales». Y ahí surge otro problema.

«Más allá de las cuestiones de privacidad, los cosmonautas tendrán que seguir protocolos estrictos para garantizar que sus entornos se mantengan seguros e higiénicos cuando realicen actividades sexuales. Los astronautas reciben formación para asegurarse de que siguen las mejores prácticas para comer, asearse, limpiarse y excretar en las naves espaciales, y estos mismos principios deberán aplicarse a sus relaciones sexuales e íntimas», apunta la investigadora.

«Si consideramos la masturbación como un aspecto importante del cuidado personal, especialmente en las misiones de larga duración y en los viajes de turismo espacial, como las recientemente anunciadas lunas de miel espaciales, algunos de esos entornos tendrán que acomodar humanamente el placer sexual tarde o temprano», concluye Rief.

COMIDA, OXÍGENO… Y JUGUETES SEXUALES

Así pues, si esos viajes espaciales serán cada vez más frecuentes y más largos, la sexualidad de los astronautas será una de las prioridades a tener en cuenta, junto con la comida y el oxígeno. Y una vez más, la tecnología acude en su ayuda ofreciéndoles un amplio abanico de soluciones. Una de ellas son los juguetes eróticos, que les permitirían tanto interactuar sexualmente con sus compañeros de viaje como masturbarse, o incluso practicar sexo a distancia.

Firmas como We-Vibe cuentan en su catálogo con juguetes que podrían ser utilizados a larga distancia de la Tierra gracias a su tecnología BlueTooth o aplicaciones como We-Connect, y han desarrollado mecánicas hápticas en el control remoto de algunos vibradores de pareja como el We-Vibe Chorus.

Ahora bien, ¿funcionarán igual esos dildos en el espacio? Maria Santaguida no cree que la gravedad cero o la microgravedad afecten al funcionamiento de estos juguetes, aunque advierte que aún no ha encontrado ningún estudio al respecto. «Lo más importante es que las empresas de juguetes sexuales tendrían que considerar y evaluar cuidadosamente si todos sus componentes (por ejemplo, las pilas) se ajustan a las normas de salud y seguridad de las agencias espaciales».

[pullquote]Los materiales de los que están hechos estos dildos es algo que hay que tener en cuenta para la posible fabricación de juguetes sexuales aptos para el espacio[/pullquote]

Luego está el aspecto de la limpieza de dichos juguetes, lo que nos lleva de nuevo al problema de los protocolos sanitarios espaciales. Los materiales de los que están hechos estos dildos es algo que hay que tener en cuenta para la posible fabricación de juguetes sexuales aptos para el espacio. El caucho y el vinilo, por ejemplo, ofrecen un mejor entorno para la proliferación de bacterias que otros menos porosos, como la silicona usada en medicina y el acero inoxidable. Por eso, Santaguida recomienda el uso de estos últimos en su fabricación, aunque «se debería probar su seguridad y durabilidad cuando se expongan a soluciones de limpieza espaciales».

En este sentido, la coautora de Sex Tech in Space? apunta al posible uso de toallitas antimicrobianas como instrumento de limpieza en una cápsula espacial, pero debe investigarse si esas toallitas son o pueden ser aptas para ese entorno. «Otra consideración importante es que cuando alguien utilice un juguete sexual en un entorno de microgravedad, habrá fluidos corporales y lubricantes que podrían flotar en el aire. Parte del proceso de limpieza para el uso de juguetes sexuales implicaría la eliminación de estos fluidos a través de un dispositivo de vacío o tubo de succión».

Pero qué ocurre si se quiere usar ese juguete con la pareja que ha quedado en la Tierra. Los avances tecnológicos en esta industria también pueden ofrecer una solución al problema de la distancia.

«Los teledildonics son juguetes sexuales de alta tecnología o inteligentes que se conectan a través de internet y pueden ser utilizados por las parejas para permitir el sexo a distancia», explica Maria Santaguida. «Esta tecnología permitiría una conexión bidireccional entre las parejas sexuales para que puedan controlar las funciones del juguete sexual del otro (por ejemplo, las vibraciones) desde grandes distancias. La teledildónica es muy prometedora para facilitar las conexiones sexuales e íntimas entre personas en el espacio y sus parejas en la Tierra».

«Con las suficientes adaptaciones para la conectividad, no hay ninguna razón por la que una persona en la Tierra no pueda controlar el juguete de un astronauta (su pareja) en Marte y viceversa», razona por su parte Johana Rief, quien afirma que ya tienen la tecnología que podría ayudar a superar esos desafíos con las suficientes adaptaciones.

Sin embargo, aún queda trabajo por hacer. «Una de las mayores barreras técnicas para el uso de la teledildónica en el espacio sería la calidad de internet en las naves espaciales. La ISS lleva más de 10 años con acceso a internet y, durante la mayor parte de ese tiempo, ha habido problemas con la fiabilidad y la latencia (es decir, retrasos en el intercambio de datos) de su conexión a internet, sobre todo cuando los astronautas la utilizan para actividades recreativas», recuerda Santaguida, arrojando un pequeño jarro de agua fría a eso de tener relaciones sexuales en remoto.

Pero deja una ventana para la esperanza. «Esta barrera técnica para el sexo a distancia entre el espacio y la Tierra está cambiando gracias a las mejoras en la conexión a internet de la ISS y a los avances en las redes de satélites de alta velocidad. La conectividad entre los astronautas y los habitantes de la Tierra está mejorando, y esto ofrecerá posibilidades cada vez más interesantes para su vida sexual e íntima».

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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