Cuando planificamos una cita y tenemos expectativas de acabar en la cama, hay un detalle que solemos tener en cuenta: preparar una cena con una botella de un buen vino. Puede que todo venga de las llamadas «bacanales» del Dios Baco, donde vino y orgía iban irremediablemente unidos, o puede que el vino actúe como afrodisiaco por la connotación social que le damos.
Lucía Martín, periodista y escritora, realiza talleres presenciales sobre vino y seducción, y explica que esta relación radica en que «el vino ya en sí mismo seduce»; hay quien siente pasión solo por su consumo. «Cuando tomamos vino, siempre hablando de consumo moderado claro está, nos sentimos mejor, más abiertos a la conquista, más desinhibidos, más proclives al tonteo, por eso sexo y vino han ido muchas veces de la mano», explica.
Algo en lo que se muestra de acuerdo Ignacio Giralte, experto en marketing y en el mundo del vino, que apunta que la botella de vino «es un elemento que a priori ya estás compartido con la otra persona y ese principio de compartir algo con alguien que no conoces es de por sí muy seductor, es una especie de promesa que acerca a las personas».
La idea que transmite Giralte es que observar cómo bebemos el vino durante la cita puede ser una antesala de cómo será el postre, «solo por cómo se comunica la persona con su copa de vino, cómo coge la copa, la rapidez de su sorbo o cómo disfruta del vino en la boca».
Además, desde un punto de vista más técnico, «es una bebida perfecta para compartir, porque no es ni demasiado débil en su graduación, como las cervezas, ni demasiado fuerte, como los destilados». De esta forma, «permite que sus efectos de relax sean más paulatinos, lo que hace —entre muchas cosas—, que sea perfecto para una cita o una noche».
La explosión de los cinco sentidos
Otro de los nexos entre el vino y la sexualidad es que ambos son un homenaje a los cinco sentidos. Como relata Lucía Martín, «en ambos dos entran en acción todos los sentidos, o al menos deberían». Además, ambos también despiertan una serie de sensaciones similares como «generar expectativas, emoción, y todo ello unido al disfrute y al placer», algo que según la escritora «también ocurre con el sexo». Concretamente, beber una copa de vino, para quién sabe deleitarse en ella incluye diferentes fases, según Giralte.
Primero, una apreciación visual; a continuación, un acercamiento a la copa mediante el olfato, y solo después, la fase gustativa. Sin embargo, Ignacio Gilarte advierte que «hay una cuarta fase, quizás menos conocida, que es la del tacto, ya que el vino en cierto modo se toca en la boca, podríamos decir, para valorar la untuosidad, el paso de boca o descriptores como la astringencia, por ejemplo».
Además, el experto reseña que hay indicios de que «las personas que se dedican a evaluar sensorialmente las propiedades del vino de forma recurrente y metódica (entrenando los sentidos) desarrollan más la amígdala», uno de nuestros centros de placer. Todo ello lleva a «ser más perceptivo en cuanto a todos los sentidos y eso no puede ser más seductor».
Los efectos del vino
Más allá de ser un catalizador de los sentidos, el vino tiene otros efectos en el cuerpo, y el que más tiene que ver con el sexo es el hecho de que sea un potente vasodilatador. Lucía Martín apunta que «hay estudios que demuestran que el vino, sobre todo el tinto, le sienta bien al riego sanguíneo y por tanto a la erección y al riego sanguíneo en la vulva».
Sin embargo, hay que tener en cuenta que todo depende de las cantidades. Si bien Ignacio Giralte recuerda que «no existe una cantidad límite, pues cada persona tiene su umbral de tolerancia para que no afecte a su rendimiento sexual».
Hay que tener en cuenta que influyen muchos factores: peso, tolerancia, frecuencia de bebida, cansancio… Pese a ello, el experto aporta que dando datos generalizados, media botella para una pareja durante una cita «es una cantidad perfecta para una cena prometedora». Más de esa cantidad, sobre todo si no se está acostumbrado, «es comprometer la velada».
Así, en el libro S=ex², el científico Pere Estupinyà explica que si bien «en dosis moderadas, el alcohol es, efectivamente, uno de los afrodisíacos más infalibles que existen», si se pasa del límite que nuestro cuerpo permite «llegamos a ese especie de paradoja que consiste en sentirse muy excitado pero tener dificultades para alcanzar el clímax».