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Si caen bombas, colóquese el bombín


El periodista español Manuel Vicent escribe en su libro Aguirre, el magnífico que el fallecido Jesús Aguirre, cura, filósofo y esposo de la duquesa de Alba, contaba esta historia familiar: “Jacobo, mi suegro, el embajador, era muy elegante. En Londres, durante la guerra, cenaba en la embajada siempre con esmoquin. Cuando empezaba el bombardeo, los famosos V-2, entraba el mayordomo, le ayudaba a quitarse el esmoquin y le ponía un mono de obrero por si se desplomaba el techo, le cubría la cabeza con un casco de acero y seguía cenando como si nada”.
Sin lugar a dudas, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, duque de Alba (1878-1953), no hubiera tenido que hacer cola para entrar a la Blitz Party, una fiesta que se celebra mensualmente en Londres desde hace dos años y que consiste en tomar unas copas y bailar swing, con ropa de los años 40, en una sala decorada como un refugio antiaéreo: sacos terreros, lámparas de aceite, bombillas rojas y reflectores de emergencia que simulan el inicio de un bombardeo mientras los jóvenes del siglo XXI se piden otro cóctel de vodka con un chorrito de champán.

La fiesta se hace en la sala Village Underground, un antiguo almacén de carbón del East End, la zona obrera tradicional de Londres que quedó arrasada por el Blitz, el bombardeo nazi sobre la capital de Inglaterra. La Luftwaffe, el ejército de aviación de Adolf Hitler, atacó Londres desde septiembre de 1940 hasta mayo de 1941. Murieron 20.000 personas.
“¿Por qué vais a celebrarlo?”, le preguntó Peggy a su nieta, Alison Tanner, cuando esta le contó que se iba de marcha con sus amigos a la Blitz Party. Alison comprende que la señora se extrañe, pero ella no se toma la cita como una frivolidad. Cierto que se ha disfrazado para la conmemoración de una matanza: en la mano lleva la copia de un periódico del jueves 29 de agosto de 1940 con un titular a cinco columnas: Los nazis atacan Londres y otras 13 ciudades; trae en el bolso una cartilla de racionamiento (no faltan la mantequilla y el beicon, tan ingleses) y un carné de identidad de la época. Pero debajo de estos adornos, cuenta Alison, está el respeto por sus antepasados. Sobria, e interesada en hablar del asunto, dice que a un tío abuelo suyo lo mató un bombazo cuando salía de su club de jazz favorito, que su abuela Peggy formó parte de la Women’s Land Army, una organización nacional de mujeres que trabajaban el campo mientras los hombres combatían, y recuerda que su abuelo, un inglés coqueto, siempre llevaba la mano derecha metida en el bolsillo de su abrigo para disimular que tenía el brazo en cabestrillo por un balazo de guerra.

Del pecho de Alison Tanner, vestida como una campesina en tiempos de guerra, cuelga la cruz cristiana de su abuela. A su alrededor hay grupos de chicos y chicas que beben, charlan y bailan; ellos, con atuendo civil, zapatos, pantalones de pinzas, tirantes y camisa, o con el uniforme del Ejército Británico; ellas, con peinados nostálgicos llenos de bucles, collares de perlas y los labios pintados de rojo con la decisión de una madrina de guerra.
Por momentos, parece que estemos en 1940 a punto de que toda esta algarabía quede atrapada entre escombros en cualquier instante. Solo por momentos. ¿Se puede saber qué hace ese tipo vestido con una camisa hawaina? Más de un asistente a la Blitz Party le hubiese señalado el objetivo a un piloto de la Luftwaffe…



Este artículo fue publicado en el número de mayo de Ling Magazine

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