Campaba, feliz, señorial, el signo de apertura de la interrogación por las líneas de las cartas y los textos hasta que al final del siglo XX aparecieron unos teclados de goma, minúsculos, que decidieron desoírlo. A los que escribían les importaba más ahorrar tiempo y espacio en un SMS que escuchar cuándo arrancaba el canto ascendente de una pregunta.
En parte, fueron los humanos. Muchos de los que escribían, emocionados con sus nuevos teléfonos móviles, pensaron que una interrogación al principio de la frase era un estorbo. En una pantalla pequeña, y planteando incógnitas de andar por casa (¿Cuándo llegas? ¿Has comprado pan? ¿Me quieres?), no hacía falta gastar un espacio más.
Y en parte, fueron las máquinas. Los teléfonos inteligentes lo pusieron difícil. En sus teclados la ¿ no está a mano. Requiere más pasos, más tiempo, más esfuerzo que marcar solo la ? Entonces, ¿para qué sudar la gota gorda si la pregunta se entiende igual sin ese mayordomo que anuncia que se va a plantear una duda?
No puedo vivir si IPhone no trae signo de interrogación de apertura. #GrammarFreak
— Penny Lane ✌ (@giina_ruiz) May 27, 2016
Regresé y Twitter ya tiene 280 caracteres. ¿Qué sigue? ¿Whatsapp con Timeline? ¿iPhone con signo de interrogación de apertura? No mamen.
— Cris (@ChrisOnABike8) January 23, 2018
Los teclados están poniendo en peligro un signo que lleva tres siglos patrullando entre las palabras del español. Algunos, aterrados, levantan la voz en una exclamación que llora la posible muerte de este signo. Pero poco puede hacerse ante la voluntad de la multitud y ante los cambios que acarrean el paso del tiempo. Lo dijo el filósofo Theodor Adorno: «La esencia histórica de los signos de puntuación se manifiesta en el hecho de que en ellos queda anticuado precisamente aquello que en otro tiempo fue moderno».
Ocurrió, por ejemplo, con los signos de exclamación. En sus notas de literatura, Adorno escribió que ya nadie soporta que se alcen como si fueran una autoridad, tan estirados y mandones como la batuta de un director de orquesta. Pero la música que desprende, el sforzato, sigue siendo tan necesaria como lo era en los tiempos de Beethoven.
Puede que el desprecio o el desinterés por la ¿ sea el anuncio de nuevos tiempos. Podría ser la prueba de que en el nuevo mundo, los programadores y los ingenieros que diseñan los teclados tienen más poder sobre la lengua que los lingüistas. Quizá las teclas de una máquina dicten los nuevos hábitos de escritura con más fuerza y poderío que el de los propios hablantes, rendidos ante la pereza de sus pulgares y la economía del lenguaje.
En ese caso la máquina habrá podido con el humano y le despojará de ese signo al que muchos se aferran hoy con pasión. Y así, la interrogación que se impuso por el fervor de los ciudadanos, sucumbiría ante el smartphone.
La felicidad está en pequeñas cosas: Un signo de interrogación de apertura, una tilde diacrítica, una mayúscula… https://t.co/ni0edogu3H
— Torre del Silencio (@torresilencio) January 28, 2018
Habrá que sacar algún episodio de abusos de Goya para que la dejen de celebrar, o al menos le cambien el nombre. Propongo los premios "Signo de interrogación" (el del apertura) Hay que reivindicarlo ¿
— Enkidu Tesla (@EnkiduTesla) February 4, 2018
Fue el pueblo el que se enamoró de la interrogación. Hasta 1741 a los españoles les bastaba una ? para hacerse preguntas. Era lo correcto, según la Ortografía que se publicó ese año. Pero en 1754, «después de un largo examen», la Academia aconsejó utilizar la ¿ si la frase de la pregunta era muy larga. Así se evitarían malentendidos, cuenta Juan Romeu en su libro Ortografía para todos.
Y los escribientes se entusiasmaron. Les encantó el signo y lo usaron a lo loco, con fervor, en cada interrogante. Cientos, miles de ¿ llenaron los textos. De pronto, había tantas que a la Academia, en 1815, le pareció un escándalo. Bien estaba escuchar su consejo pero eso ya era un desmadre porque lo usaban hasta en preguntas de una o dos palabras y ahí, decían los académicos, «no se necesita». Pero la RAE acabó a las órdenes de los hablantes y en la Gramática de 1870 elevó el estatus de recomendación que había dado a la ¿ a regla obligatoria.
¿Estaríamos volviendo, entonces, a los argumentos y las razones de los académicos del XIX cuando un chaval omite la ¿ para preguntar por WhatsApp algo tan sencillo como «cuándo vienes» o «has pillao»? Y entonces, el lingüista de Sinfaltas.com Juan Romeu se pregunta: «Si surgió para evitar confusiones, ¿por qué no se puede quitar en muchos casos en los que está claro dónde empieza una pregunta, sobre todo en los nuevos sistemas de mensajería, en los que la pregunta queda perfectamente delimitada por su globito?».
«Si de verdad fuera necesario», opina, «lo pondríamos, igual que ponemos el de apertura de paréntesis». Ese signo no hay quien nos lo arrebate. Destrozarían el orden de circulación de las palabras y las líneas se llenarían de embotellamientos, colisiones y ruidos de claxon. Despojarían a los signos de la identidad de señales de tráfico que les dio Adorno cuando decía que los dos palos de las exclamaciones eran el rojo y los dos puntos, el verde.
A Yolanda Tejado, de Fundéu, una regla basada en «frases largas» y «frases cortas» le parece confusa. «¿El tamaño importa? 😎 », desafía, con un emoji chulapón. «Es verdad que en frases cortas, en las que a un golpe de vista se ven todos los elementos, puede parecer innecesario el uso del primer signo, pero ¿dónde está el límite?, ¿cuándo se considera que una frase es corta o deja de serlo?».
—Y, usted, Juan Romeu, que tan revolucionario es con el lenguaje, ¿cree que el signo de apertura de interrogación puede acabar desapareciendo porque resulta incómodo utilizarlo en muchos teclados?
—Sí, puede acabar dejándose de usar —responde, convencido—. En la mayoría de los casos se puede prescindir de él sin que se corra el riesgo de que el enunciado se interprete mal y, como dices, es difícil de teclear. Ayudaría que lo pusieran más fácil en los teclados. En Sinfaltas ya propusimos a la RAE un teclado donde se ve bien grande.
El ocaso, si ocurre, no parece estar a la vuelta de la esquina. Mario Tascón, consultor de Fundéu y experto en lenguaje y tecnologías digitales, no cree que este signo vaya a desaparecer pronto, aunque «es cierto que es difícil de poner en los teclados de muchos móviles» y «sí que se nota una tendencia a que aparezca menos, sobre todo, en redes sociales».
Pero en defensa de este signo, el autor de Twittergrafía asegura: «Prescindir de él no es tan sencillo porque en español, a veces, no es fácil saber desde el principio de una frase si es interrogativa como sí puede saberse en otros idiomas porque la propia construcción es distinta».
Tampoco Yolanda Tejado ve a este signo agonizar. Ni siquiera lo considera pachucho: «Los signos de apertura tienen más capacidad de resistencia de lo que parece». Los hablantes lo mantendrán y sabrán distinguir cuándo es importante y cuándo es prescindible: «He ido a mi teléfono a comprobarlo y he corroborado que, hasta en el grupo que tengo con compañeros de la carrera de Filología, ninguno lo utilizamos».
El día a día puede más que la norma en los canales de escritura en los que no juzgan nuestra cultura por la ortografía. En los mensajes privados y las conversaciones instantáneas de Telegram, WhatsApp o el chat de Facebook, el pragmatismo se impone sobre la corrección y la belleza de la escritura. La charleta de bar, con su espontaneidad y dejadez, arrincona a la elegancia de las frases construidas con encajes y puntillas.
«Desde un punto de vista puramente ortográfico, no pasa nada por prescindir del signo de apertura en mensajes que están bien delimitados», considera Romeu. «Yo muchas veces no lo pongo y me consta que la RAE ha dado alguna respuesta en la que admite su omisión en soportes como el WhatsApp o el Twitter, donde el mensaje aparece en su propio cajetín».
Así es. Elena Hernández, responsable del Departamento de Español al día de la RAE, explica que «es normal que en las aplicaciones de mensajería, tipo WhatsApp, cuando la interrogativa directa es el único enunciado de una de las interacciones, se prescinda del signo de apertura. En enunciados breves y aislados, no resulta tan necesario marcar el comienzo de la interrogativa, pues este es obvio. Pero no debe extrapolarse esa costumbre a la escritura ordinaria».
https://twitter.com/Paradonovalia/status/957086559186178055
Y esto hace más visibles a los hablantes distinguidos, los que se toman el tiempo y la molestia de escribir este signo maltratado por los teclados. «Hoy día me parece que supone un detalle y una muestra de cuidado ponerlo en todos los casos», indica Romeu. Y cuenta que le resulta gracioso eso que se preguntaba alguien en un tuit: «Me gustaría saber qué hace la gente con el tiempo que se ahorra al no poner el signo de apertura de interrogación».
Lo mismo piensa Elena Hernández: «El usuario especialmente escrupuloso con la corrección lingüística se preocupará de saber dónde encontrar este signo y de aplicarlo conforme a las reglas del español».
Pero hay quien percibe esta exquisited de forma distinta. («Hay gente pa to», como dijo el matador El Gallo cuando le presentaron al filósofo Ortega y Gasset). Algunos ven en la precisión de los puntos y las comas una insolente bordería. Acabar una frase con un punto en un mensaje de WhatsApp puede interpretarse como un golpe en la mesa, como el que dice: «Y punto. No hay nada más que hablar», explica el profesor de lingüística Mark Liberman. Incluso hay quien toma ese minúsculo píxel como un pelotazo de frialdad o cabreo. O el que dispara y, tendida ya su víctima en el suelo, la remata con el punto. ¡Bang!
Parece que es la electricidad lo que ha dado al punto esta supuesta virulencia porque, en un papel –comprobó el lingüista–, nadie pega un respingo por encontrarse, así, de pronto, con un punto al final de una frase.
Eres más facha que el signo de apertura de interrogación.
— Mercutio (@Mercutio_M) January 29, 2018
Pero hay emociones y expresiones donde el pobre signo de apertura de la interrogación lo tiene chungo de verdad. En esos estallidos de sorpresa o escándalo que parecen dejar en las frases una especie de derrape («Qué dices????????») es aún más insólito encontrarse a una legión de signos de apertura anunciando el pasmo («¿¿¿¿¿¿¿Cómo???????»). A pocos importa que la oración quede desequilibrada, que el peso del significado caiga rodando en picado hacia la derecha (Aaaaahhh!!!!!!). Lo habitual es que todo el alboroto se lo endiñen al signo de cierre de la interrogación.
En los años 60 hubo un intento de vestir con cierta delicadeza al vocerío que ya empezaba a sonar en algunas preguntas chillonas. En los anuncios de Estados Unidos se hizo habitual un tipo de enunciados que unían la interrogación y la exclamación en un mismo gesto (Haven’t you tried yet?!, ¡¿No lo has probado aún?!). Los copywriters le tomaron el gustillo a las preguntas retóricas y un día de 1962, Martin K. Speckter, contrariado, escribió en su revista Type Talks un artículo en el que cuestionaba «Who would punctuate a sentence like that?!» («¡¿Quién puntuaría una oración como esta?!»). [Fff… lo que le quedaba por ver].
En ese texto, titulado Making a New Point, decía: «Hasta hoy no sabemos exactamente qué tenía en la cabeza Cristóbal Colón cuando dijo “Tierra a la vista”. La mayoría de los historiadores insisten en que gritó “¡Tierra a la vista!” pero hay otros que aseguran que lo que realmente dijo fue “¿Tierra a la vista?”. Puede que el intrépido descubridor estuviera a la vez emocionado y dubitativo pero ni entonces ni ahora tenemos un símbolo que combine la interrogación y la exclamación».
Speckter, dueño de una agencia de publicidad y gran aficionado a la tipografía, propuso varios diseños para este signo que representa la mezcla de dos expresiones. Y pensó también un par de nombres: «exclamaquest» o «interrobang», relata Ke¡th H*uston en su libro Sh@dy Charac ☨ers.
Muchos quedaron admirados con el interrobang. Periódicos como Wall Street Journal o New York Herald Tribune presentaron el nuevo signo y entonces, envalentonado, Speckter escribió en el siguiente número de Type Talks que había inventado este símbolo para «hacer la comunicación más efectiva» y que si de verdad querían popularizarla, deberían empezar por la publicidad porque «hay más personas que leen anuncios que personas que leen libros».
Pero su idea cayó rodando por la alcantarilla. Los escritores y los académicos se negaron a esbozar el signo. Hubo incluso un crítico literario, William Zinsser, que, graciosillo el hombre, llegó a plantear en LIFE Magazine: «Look at Spanish. ¿I mean, do they need all that stuff just to ask a question? ¡Ridiculous! We need plain words to express plain truths» (Mira el español. ¿Quiero decir, necesitamos todo esto solo para hacer una pregunta? ¡Ridículo! Necesitamos palabras sencillas para expresar verdades sencillas).
Speckter no fue el primero en proponer un signo específico para las preguntas retóricas y las dudas con admiración ni el primero en fracasar en su intento. Mucho antes, en 1575, el editor Henry Denham empezó a darle vueltas al signo de interrogación para ver cómo podría especificar que una pregunta era retórica y, entre giro y giro, dio con lo que podría ser un nuevo carácter. Invirtió el signo y de ahí salió el snark o «punto de la ironía».
Pero, quizá, por ironías del destino (o el desatino), nunca triunfó. Hoy no es más que un capricho de tipógrafos, una rareza, un aviso sordo al que nadie presta atención. Lo que impera ahora es formar un largo chorizo de interrogaciones.
—Y usted, Mario Tascón, que tanto juega en Twitter con los signos, los emoticonos y los emojis, ¿cree que es correcto usar la ¿ en un ámbito formal y olvidarla en las conversaciones informales?
—Lo estamos haciendo
o
Lo estamos haciendo?
😉
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