Hay un lenguaje callejero que no necesita palabras. En ese idioma, el abandono es esto:
En esa lengua gráfica hay millones de grafías. Tantas como sillas tiradas en la calle. Estropeadas, rotas, desvencijadas. Thierry Gracia lleva ocho años buscándolas por las calles de París, la ciudad donde vive, y por cualquier lugar del mundo, porque está empeñado en documentar la vida de estas «sillas vagabundas».
Le interesan todos los trastos que se amontonan en las aceras. Pero su debilidad son los asientos y tiene ya fotografiados casi mil en su serie Roaminchairs. «De todos los objetos abandonados, la silla, más que ningún otro, cuenta una historia completa. Habla de su dueño, de su diseño, de su función, de cómo se rompió y cómo se deshicieron de ella», explica Gracia. «Una silla vacía siempre recuerda a la última persona que la ha usado, ¿no?».
En estos asientos y en estos escenarios encuentra belleza a rabiar. Lo hermoso está en todas partes, dice el fotógrafo. Cómo no habría de estar también en lo roto, lo sucio y lo que ya no quiere nadie.
—¿Tienen personalidad estas sillas? Los humanos tendemos a humanizarlo todo.
—¡Ese es el asunto! Personalidad y actitud. Pero, sobre todo, me interesa la escena, una puesta en escena real que fotografío justo como la encuentro. Nunca la toco. Una vez se me ocurrió mover una silla para que quedara mejor la foto y desapareció la magia.
A veces las busca (a conciencia), a veces las encuentra (por puro azar). Ocho años mirando estampas que otros consideran estercoleros y la emoción persiste. Dar con un asiento tirado y descuajaringado aún le conmueve: «Siempre me digo “¡Oh! Una silla” con el placer de lo inesperado».
Esos encuentros ocurren con frecuencia. Hubo épocas en las que Gracia salía a la caza, pero ahora se deja llevar. No hay que buscarlas. Salen al paso más a menudo de lo esperable. Dice que basta con caminar. No escasean.
En algunos países es imposible toparse con un trasto tirado en la calle. El fotógrafo los busca, pero el civismo no permite la indigencia de muebles que han habitado hogares, bares, oficinas. En otros lugares solo aparecen una vez a la semana (es su día del Señor).
Pero en París, Gracia se pone las botas. Cuando más, al anochecer. La caída del sol anuncia la hora de las basuras. La oscuridad llama a deshacerse de los trastos. «Todos los días encuentro sillas en la calle», indica. «Y quizá un poco más durante los fines de semana».
—Después de ocho años fotografiando sillas vagabundas, ¿has llegado a alguna conclusión sobre ellas?
—Si encontrara alguna conclusión, tendría que parar de inmediato.