El recelo ha comenzado. El crecimiento vertiginioso del almacenamiento de datos en internet ha condenado a la humanidad a la exhibición perpetua. Y eso la inquieta. Tanto como para estampar duras acusaciones en el estado de Facebook o en un tuit encrespado. Entonces llega Google y la serena con un humilde derecho a no ser nadie. Pero como detrás de la cruz está el diablo, al mismo tiempo, el Goliat tecnológico ha comprado la empresa Skybox Imaging y, con ella, una flota de dos docenas de satélites que orbitan la Tierra y envían imágenes constantemente, a tiempo real y en alta resolución. Se acerca el fin de la era incierta, cuando fisgabas tu vecindario en Google Maps o planificabas un viaje por carretera, a través de fotografías estáticas y borrosas.
«Google tendrá un gran número de satélites que orbitan bajo, por tanto, dan la vuelta a la Tierra en poco tiempo para obtener un número mayor de imágenes y con menor tiempo de espera. Estas aplicaciones estarán así mucho más al día», explica Pablo Fernández, investigador de comunicaciones por satélite en la Agencia Espacial Europea.
«La compra se veía venir por dos razones: en primer lugar, por la dependencia que Google tenía con terceros para poder ofrecer tanto sus servicios de mapas como los relacionados con la aplicación Google Earth. El segundo motivo es el Google Project Loon, un proyecto lanzado hace más de un año que pretendía crear una red de globos estratosféricos para ofrecer internet en los sitios más remotos donde actualmente no hay conexión, es decir, en potenciales mercados que aún no han sido explotados y que son un suculento negocio. Con los satélites de Skybox, Google tomará el control sobre esos mercados y servicios».
Probablemente esto vaya a ser la panacea de la agilidad, cuando podamos echar un ojo al oleaje antes de ir a la costa, al estado de la nieve antes de cargar con los esquíes o al flujo del tráfico, a fin de elegir la hora perfecta para escabullirse de la capital. Afortunadamente, el satélite agorero nos evitará sorpresas desagradables, en pos de una apatía vital plácida y sistematizada. Algo que no imaginaba la primera familia de satélites espía en los 70, los famosos CORONA de EE UU, cuando arrojaban películas en paracaídas al Oceano Pacífico, capturadas por aviones en marcha, ávidos de aquella mirada sideral.
El año pasado, Skybox lanzó su primer acólito en órbita y, en diciembre, obtuvo el primer video en HD grabado desde el cosmos. El siguiente paso se produjo durante las protestas de Ucrania, cuando los ingenieros de la compañía lo pusieron a revolotear sobre Kiev para captar en tiempo real cómo la ciudad se convertía en un campo de batalla.
«La principal intención de Google es ser líder de un mercado ignoto, que le hará ganar mucho dinero, pero ¿quién no lo haría?», se pregunta Fernández. Para 2016, la empresa planea dominar una constelación de 24 satélites en total, todos capaces de enviar vídeo y fotografías desde, y hasta, cualquier parte del globo. El objetivo, sostienen las compañías, es inocente: organizar la información del mundo y hacerla universalmente accesible y útil, incluso en áreas remotas.
Pero tal acopio de geoinformación abre nuevos reinos de análisis de datos. «Google es el punto de referencia en cuanto al flujo de datos que se genera continuamente en internet. Este tipo de adquisiciones le permite dominar también la parte del mundo físico que todavía no está ‘conectada’. En definitiva, el fin último pasa por saber qué está pasando en el mundo en todo momento, en cualquier ámbito», explica Rubén Santamarta, consultor de seguridad informática en IOActive.
Cualquier tipo de actividad comercial, desde el volumen de tráfico aéreo en Moscú, hasta los movimientos en las reservas de petróleo de Arabia Saudita, quedará nítidamente registrada. Si bien, en principio, Google pondrá las imágenes a disposición del público en general, este ejercicio de prospección tecnológica tan certero se convertirá en un puro lingote para las corporaciones.
«Los cielos ya llevan años plagados de satélites militares, usados por los gobiernos y los servicios de espionaje para labores de observación y recolección de información. En el ámbito de la inteligencia no es algo que vaya a suponer un punto de inflexión», argumenta Santamarta. Sin embargo, otras voces apuntan a que nos encontramos ante un compendio de información sin parangón. El propio director ejecutivo de Skybox, Dan Berkenstock, declaró, en una entrevista a The Wall Street Journal, que su empresa podría ser utilizada para espiar a los competidores de Google. Sin miramientos. Es más, ha explicado que, actualmente, ya vigilan el movimiento de Foxconn (fábrica de Apple en China) para predecir cuándo aterrizará un nuevo iPhone.
Muchos curiosos que hayan jugueteado con las últimas versiones de Google Earth no verán tanto cuento en esta escalada. Pero lo que subyace en tal mosaico de imágenes, que reproducen lo que parece el mundo en tiempo real, es un cúmulo de distintas fechas y fuentes heterogéneas. La aplicación muestra, de forma predeterminada, las mejores imágenes disponibles, cuyo detalle ya nos parecía sobrado.
Sin embargo, EE UU imponía restricciones sobre la alta resolución. No se podían utilizar imágenes donde se distinguieran claramente objetos de menos de 50 centímetros. Bien, pues como ya sabemos qué más hizo el que hizo la ley, una semana después de la adquisición de Google, el gobierno de Obama le ha brindado una grata sorpresa. Se levantan las cortapisas. A partir de ahora, se aceptan imágenes satelitales de objetos minúsculos. Absolutamente todo es vulnerable al escrutinio.
«Puedes correr, pero no esconderte», sentencia Santamarta. Después de todo, a dinero en mano, el monte se hace llano, y Google ha llegado a la conclusión de que su sed de información mundial solo se puede saciar con un mapa bueno y pormenorizado. Aunque valga 500 millones de dólares. Contemplado aún sin perspectiva, no creemos que haya sombrero de mariachi en este planeta que nos proteja del inminente acecho cenital.
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Más información: The Independent
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