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Solo se muere dos veces

Siempre que hay una catástrofe natural (o no tan natural) se barajan tres cifras: muertos, heridos y desaparecidos. Cabe suponer a estos últimos en el primer grupo. Pero solo cabe. Un naufragio, un atentado, un terremoto o una erupción volcánica nos pueden dar la oportunidad de iniciar una nueva vida bajo otra identidad. Hablamos de los neovivos.

El tsunami que asoló las costas del Pacífico en 2004 dejó cientos de miles de cadáveres, y una cantidad de heridos inimaginable, dada la imposibilidad de contabilizarlos… pero lo más sorprendente fue el elevadísismo número de desaparecidos noruegos, la mayoría de los cuales disfrutaban sus vacaciones navideñas en Thailandia.

Entre las personas que han fingido su propia muerte para cobrar un seguro, o para dar esquinazo a la Interpol, o simplemente por macabro divertimento encontramos capos del narcotráfico, criminales internacionales o incluso alguna celebrity pasada de rosca… Pero hay muchos más.

El atentado islamista que costó la vida a 188 adinerados turistas en Bali en 2002 dejó una abultada cifra de desaparecidos de nacionalidad alemana. Muchos jubilados, otros probablemente hartos de sus esposas o maridos…

¿Qué pasa por la cabeza de un no muerto, antes de convertirse en un neovivo? Cabe imaginar que es un destello el que le lleva a tomar esa resolución, que no tiene vuelta atrás. Primero piensa: “Me he salvado. Estoy respirando de milagro”. Y luego recuerda sus problemas familiares, su vida frustrada llena de agujeros, como un calcetín que ya no es posible remendar más, y se dice a sí mismo: “Ahora o nunca. Merezco una segunda oportunidad”. Y se afana por sostener esa impostura hasta hacerla verídica. Se asoma entonces con cautela a los periódicos, buscando información sobre su caso. No le falta audacia, pues debe alejarse cuanto antes del lugar del suceso. Ha de procurarse documentación, dinero, ropas nuevas… Si ha tenido el valor de evaporarse lo encontrará para proveerse de estas cosas, pues ya ha cruzado su particular Rubicón.

El caso de los miles de noruegos desaparecidos en el tsunami es mucho más sospechoso. No les hace falta documentación alguna. Simplemente se quedan a vivir con los nativos, abrazando una existencia robinsonesca y aventurera. Nadie va a buscarlos, y al cabo de unos años (esto depende de la legislación de cada país) “fallecen” de manera oficial, con lo que sus familiares pueden disputarse a gusto la herencia o las deudas que dejaron tras su desaparición. Y Olaf, Gustav o Snörri pasan los últimos años de sus vidas en enclaves paradisíacos. No es difícil imaginar que la decisión puede tomarse de manera colectiva. Doscientos o trescientos escandinavos se ponen de acuerdo y colonizan una islita casi perdida en el Océano Índico, y forman una nueva sociedad…

Aun quedan varios desaparecidos en el Costa Concordia, encallado en las costas italianas, y aunque el Airbus que se volatilizó en el aire en un trayecto entre Brasil y Francia en 2009 deja pocas opciones para los neovivos nunca podemos estar seguros de las decisiones que se toman en esos momentos críticos.

El interés por desaparecer es mucho más comprensible cuando se produce una tragedia en alguna prisión. El último incendio en una penitenciaría de Honduras deja un rastro de cientos de muertos, y de muchos más desaparecidos. Los reclusos ven aquí su mejor opción para comenzar de nuevo, pues sus engrasados contactos con el hampa les proveerán de documentación fresca. Algunos querrán volver con sus esposas y familias… Otros no.

El pack para un neovivo se compone de pasaporte, tarjetas de crédito, publicación de esquelas en los diarios de mayor tirada, una visita a un cirujano plástico de confianza (cambio de huellas dactilares y retoques faciales) y un buen fajo de billetes. Podemos ir ahorrando durante toda la vida para dar el cambiazo al cumplir… digamos 60. Es una modalidad más drástica que el típico plan de pensiones, y frente a la actual volatilidad de los mercados no parece una opción descabellada, después de todo..

Es preciso leer minuciosamente las noticias en busca de desastres, accidentes, incendios, terremotos, erupciones volcánicas, avalanchas, desprendimientos de tierras, etc. Cuando un suceso catastrófico se ajuste a nuestras necesidades hay que estar listo. Es muy sencillo enviar una notificación a la oficina consular más próxima al “evento” informando de nuestra presencia. Tras ver en televisión o en la red la dimensión de la catástrofe, sea cual fuere, es el momento de hacer las maletas. Nuestros parientes y amigos (si los hubiera) notificarán a las autoridades nuestra desaparición, y pronto lo que era una fatal conjetura se transformará en una realidad.

A partir de ahí, el futuro será nuestro.

Antonio Dyaz es director de cine

Foto Portada: Katsushika Hokusai

 

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