En uno de los capítulos de Soy Georgina (Netflix), la modelo asegura que el verdadero lujo está al alcance de todos y es la naturaleza, «y hay que cuidarla». Un mensaje muy positivo, si no fuera porque momentos antes les hemos visto aterrizar de sus respectivos aviones privados a ella y a su pareja, el futbolista Cristiano Ronaldo.
¿A cuántos les gustaría vivir como esa pareja joven, guapa, rica y famosa? Seguramente a muchos. Y ahí está el choque y la contradicción: aspiramos a una vida de lujo y riqueza que es incompatible con nuestro deseo de conservar el planeta. Según un informe de Oxfam, en España el 10% más rico de la población emite 2,3 veces más de CO2 que el resto. Ese resto que querría vivir como esos ricos (el 84%, según el último estudio de Marcas con Valores) admira a quienes practican un consumo más consciente.
El problema que subyace de fondo tiene que ver con los clichés culturales en los que nos movemos. La idea de riqueza que heredamos es la de poseer cuantas más cosas mejor. Lo vemos en videoclips musicales, donde el éxito se retrata con el cantante rodeado de lujo, mujeres, motos, cadenas de oro, coches deportivos… Y lo vemos también en Instagram y en YouTube, donde los influencers acumulan ropa, maquillajes, libros… y la invitación al consumo es continua.
Y una vez más surge la contradicción. Igual que el 20% de los jóvenes de la generación Z aseguran que no vuelven a ponerse la misma ropa con la que han aparecido en una imagen de su Instagram, también se ha disparado el mercado de segunda mano entre ellos. La última campaña de Wallapop, por ejemplo, parece confirmar esa tendencia y es toda una declaración de intenciones.
Si una mayoría está de acuerdo en lo imprescindible de encontrar una forma de vida y de consumo más sostenible, ¿por qué no hemos cambiado aún esos modelos aspiracionales de lujo y riqueza? Guadalupe Bécares nos invita a reflexionar sobre ello.
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