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Sonia Díez: «Los niños merecen que cambiemos la educación»

La crisis sanitaria ha dejado sin colegio a 1.500 millones de niños de 188 países y 60 millones de profesores. En todos ellos se ha reproducido un patrón similar: aquellos que tienen acceso a recursos tecnológicos, a profesores bien preparados y a estructuras escolares con un alto grado de autonomía muy cohesionadas en torno al bienestar del alumno están avanzando y descubriendo incluso posibles mejoras del sistema. Por el contrario, los que pertenecen a entornos privados de recursos, incluidos los tecnológicos, están sufriendo muchísimo más esta realidad, sobre todo por el aislamiento. 

La educación es la gran artífice de la equidad social. Sin ella, la brecha de desigualdad crece, y lo hace de una manera exponencial, en la medida que pasan los días y las semanas», señala Sonia Díez, experta en educación.

¿Ha afectado igual a todos los países?

Cada país actúa de forma coherente con su cultura. Países como Dinamarca han priorizado el bienestar de los niños y no solo han abierto sus escuelas, sino que lo han hecho delegando la forma de velar por su seguridad y el bienestar en la comunidad educativa. Los padres y profesores somos muy capaces de colaborar y contribuir cabalmente al bien común. Los sistemas asiáticos han buscado soluciones más orientadas al cumplimiento de los programas académicos.

A mi me gustaría ver que España sigue creyendo en la unidad familiar como el gran agente de cambio social que, junto con las instituciones educativas, saben buscar soluciones en torno al mayor bienestar del niño. El norte de Europa es mucho más disciplinado que nosotros, es cierto, pero creo que España está corriendo mucho más riesgo impidiendo a los niños ir a la escuela que depositando la confianza de seguir pautas de flexibilización del confinamiento con el apoyo de los centros educativos y las familias.

¿En qué hemos fracasado?

Deberíamos haber visto con mayor claridad las verdaderas necesidades de los niños y haber liberado el mayor potencial de los profesores y centros escolares: la posibilidad de asumir plena responsabilidad para buscar soluciones con un objetivo claro, el de no renunciar al acompañamiento de los niños hasta el final del curso. Las discusiones sobre si se cancelaba el curso, si se avanzaba materia o se daba un aprobado general solo han dejado a los profesores en una posición desconcertante con respecto a la verdadera esencia de su profesión y han supuesto una distracción del verdadero debate: ¿qué podemos aprender de esta situación? ¿Cuáles son las necesidades concretas? ¿Cómo las vamos a resolver? 

¿Qué hemos aprendido?

Hemos aprendido que sobra legislación obsoleta y faltan garantías sobre otras formas de hacer educación, como la virtual; que gran parte del éxito de los colegios depende también de sus líderes, del compromiso de los directores escolares; que la inspección educativa tiene margen para hacer cosas más importantes que controlar y que su experiencia y conocimiento de los centros puede aportar valor y equidad en procesos de inestabilidad y cambio.

Que los sindicatos tienen que abandonar las posiciones conservadoras que solo llevan a inmovilismos y empezar a proponer soluciones flexibles de trabajo; que hay todo un mundo de posibilidades tecnológicas al servicio de la educación, pero que la tecnología, sin pedagogía, ni enseña ni educa; que la escuela es, ante todo, comunidad y que se debe a ese compromiso, por encima de todo, el compromiso con el que muchos profesores se han reinventado en un tiempo récord y han dado todo lo que son capaces frente a la adversidad.

Que la seguridad no existe y que somos resistentes, somos resilientes, somos capaces… Que sabemos más, que podemos más y que no todo está dicho y hecho en educación. Hemos aprendido mucho. Ahora queda pendiente hacernos cargo de qué debemos aprender JUNTOS para que el impacto de nuestro aprendizaje llegue a todos los niños en forma de mejora educativa.

¿Ve preocupante la brecha social que puede crecer entre las familias que tienen acceso a la tecnología e información y las que no?

Mucho. Mientras en otros países creaban soluciones para llevar un punto de conexión wifi a través de autobuses escolares aparcados en cada barrio, aquí nos entreteníamos discutiendo si los exámenes tenían que ser galgos o podencos. A veces basta con hacer algo que sirva de forma inmediata. Nos sobran decretos; nos falta criterio, liderazgo y gestión inmediata. Se nos llena la boca hablando del niño, pero luego les fallamos y no contamos con ellos para tomar decisiones.

¿Cómo debería ser el nuevo sistema educativo?

Flexible, personalizado, orientado a tres tipos de aprendizajes académicos: humanos, sociales y experienciales. Un sistema centrado en el bienestar y desarrollo de las capacidades y competencias del alumno, ofreciéndole la posibilidad de descubrir cuál es su talento, su genuina diferencia y la mejor manera de ponerla al servicio del mundo en el que vive.

Un sistema en el que el profesor es un experto en el arte de acompañar y sostener, un referente, un rastreador de posibilidades… la autoridad querida y respetada. Un sistema en el que las innovaciones estén basadas en evidencias científicas y las empresas y organismos participen, colaboren y creen oportunidades.

Un sistema en el que la naturaleza sea obligatoria como lección fundamental. Un sistema en el que, por las mismas razones, la tecnología sea libre, accesible y también innegociable. Los niños merecen que cambiemos la educación con independencia de que estudien en colegios públicos, concertados o privados.

¿Qué le parece el hecho de que las asignaturas más útiles en el confinamiento hayan sido las denominadas marías: música, dibujo y gimnasia?

Me ha encantado que fuera así porque nos ha hecho ser conscientes de que aprender requiere un grado de gozo, de disfrute, que permita la asimilación del contenido. La educación se ha alejado de la felicidad y es un error. Es más, hay quien incluso piensa que disfrutar aprendiendo es una suerte de frivolidad. Nada más lejos de la realidad. El arte, la creatividad y el juego deportivo son genuinamente humanos y necesarios para el aprendizaje.

¿Están los profesores preparados para el cambio?

El tiempo dirá. Yo me apunto a pensar que no estábamos preparados para el cambio pero que seremos capaces de abrazar la adversidad como una oportunidad de mostrar nuestra lealtad a los niños y su futuro, porque las escuelas de hoy representan el mundo de mañana. Yo quiero ser parte de un mundo más sostenible, más consciente, respetuoso y comprometido con el desarrollo integral del ser humano. Creo en el posibilismo educativo. Creo que siempre estamos preparados para aprender. Eso es, en definitiva, lo que somos los educadores. Depende de nosotros. Si creemos que es posible, tendremos la posibilidad de hacerlo realidad. Si caemos en la desesperanza, jamás será posible. El momento es hoy.

Y, DE REPENTE, EL MUNDO SE PARA

Cuando hablamos de educación acabamos refiriéndonos a una parte del sistema y contando de forma aislada e inconexa lo que sucede con los profesores, los contenidos, los horarios…, cuando no de los deberes, del comedor escolar, de la evaluación o del acoso escolar. Sonia Díez considera que es un error y así nos va. «Lo tenemos tan arraigado que lo seguimos haciendo incluso ahora en tiempos de la COVID-19».

Según la docente, la educación es un organismo vivo que, como el cuerpo humano, está compuesto por sistemas con distintas funciones. El sistema esquelético-articular tiene capacidad para crear estructuras legales y dotacionales sobre las que sustentar y articular el sistema (legisladores, inspectores y los sindicatos). El sistema muscular, compuesto por los órganos encargados de dotar de movimiento y llevar las acciones educativas hasta el alumno (familias, profesores y directores escolares). Y el sistema circulatorio, cuya característica principal es la liquidez y su misión, la de dotar de oxígeno renovado y nutrientes valiosos a cada célula (investigadores –neurocientíficos, tecnólogos, psicólogos, pedagogos…–, emprendedores y empresas) .

Este organismo forma parte de un ecosistema que tiene el cometido de mantener vivo y en buen estado de salud al alumno hasta que esté en condiciones de ser autónomo.

Antes del coronavirus, el estado de salud de este sistema ya era de alta vulnerabilidad, con estructuras obsoletas diseñadas para un mundo que ya no existe, una altísima tasa de abandono y fracaso escolar, baja motivación y un clima emocional deteriorado y crispado en el que existe una obsesión por la estandarización frente a un mundo que demanda una creciente personalización de los servicios, familias poco participativas y profesores con una formación muy directiva y una carrera profesional limitante.

Y, de repente, el mundo se para… y la educación pierde los pocos anclajes que, aunque fuera de la realidad, la mantenían en pie. Desaparecen los horarios, calendarios y espacios confinados (fuera de casa), el control, la normativa, las referencias de lo que es y no es una buena educación, un buen contenido, una buena evaluación, un buen profesor… Aparecen los padres, los ordenadores, las semanas sin rutinas, sin tacto, sin tribu, sin certezas…

Por primera vez, todas las partes del sistema comprenden que pueden elegir entre rezar para que pase pronto con la esperanza de volver a la normalidad en breve, o asumir que ya no hay punto de posible retorno, que todo ha saltado por los aires y ha quedado en evidencia la fragilidad del sistema. «Si elegimos la pastilla roja, la realidad nos enfrentará al hecho de que todas las partes del sistema están débiles, perdidas y se necesitan mutuamente, pero también nos estaremos dando la enorme oportunidad de poder contribuir a un momento histórico sin igual». 

Para Díez, la inmunidad que el sistema necesita se llama EducAcción y está compuesta por el incómodo pero apasionante proceso de reinventar el futuro educativo. «El sistema articular tendrá que asumir que su rigidez solo limita y entumece al resto y que la única manera de mantenerse erguido será, precisamente, dotando de flexibilidad y empoderamiento al resto; o, dicho de otra manera, fortaleciendo y contando con el conocimiento, iniciativa y talento de las otras dos partes del sistema (familias, profesores, directores escolares, científicos, empresas, tecnólogos…). A su vez, ellos tendrán que huir de la inercia natural al quejido y victimización por parte de unos o al mero desafío disruptivo por parte de otros, para asumir su responsabilidad a la hora de aportar soluciones válidas y eficaces».

Estábamos débiles y acabamos de sufrir un grave accidente. Quienes pongan su esperanza en la evolución natural se exponen a vivir para siempre en el temor de la indefensión. «El resto estamos a punto de emprender un camino hacia lo desconocido, un camino de esfuerzo y amor a nuestra profesión y a los niños. Los EducActores somos más necesarios que nunca para el futuro de la humanidad», apostilla Sonia Díez.

Por Juanjo Moreno

Juanjo Moreno es director de Yorokobu y Ling.

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