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Traductor simultáneo: Tú ‘stalkeas’ y tu abuela cotillea

Si te dedicas a husmear en redes sociales la vida y milagros de tu vecino estás stalkeando y eres un stalkeador. Es decir, en lenguaje 2.0 (o 3.0, o 5.0… no sé, ya he perdido la cuenta), estamos hablando de cosas tan de toda la vida como cotillear, fisgonear y husmear, aunque en origen, esos dos palabros ingleses tenían un matiz bastante más negativo.

Stalk significa en inglés acosar y empezó a usarse en el ámbito de las redes sociales para hablar de quienes seguían, buceaban y atesoraban enfermizamente información de otras personas a través de sus perfiles con aviesas intenciones. El objetivo que buscaban esos acosadores era hacer pasar miedito a los perseguidos, que se sintieran amenazados, o en el mejor de los casos, molestarlos.

Después, en boca de los Z, tanto stalkear como stalkeador han ido perdiendo agresividad e historial delictivo y los jóvenes lo usan simplemente para hablar de cotilleo. Sin embargo, el stalkeo no está blanqueado del todo. Si te gusta que te observen, puede tener su punto ser stalkeado, pero si eres más de andar discretamente por la vida a tu aire y sin estar pendiente de lo que hagan los demás, la cosa ya no te hará gracia.

Tú puedes stalkear a la persona que te gusta para conocer más cosas de ella y facilitar el ligue. Saber cuál es su serie favorita o si le gusta Rosalía puede ser fundamental para hacerle ver que sois almas gemelas, aunque tú seas más de (pon aquí lo que convenga).

Pero no solo se stalkea a tu crush, también a ese famosete cuya fama puede ser tan duradera como lo que tardas en zamparte un torrezno con hambre, pero del que se quiere imitar hasta la manera de roncar.

La buena noticia es que ya hay unas cuantas aplicaciones que te ayudarán a evitar el cotilleo o a avisarte de que lo están haciendo. Claro que, bien pensado, la cosa de saber quién es el mirón y poder tomarle después el pelo puede tener su morbo.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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