La vuelta al cole es para muchos uno de los momentos más emocionantes del curso. El simple hecho de abrir una caja de lápices de colores y observarlos ahí, todos firmes, como en una multicromática formación militar, coger uno e inaugurar con su afilada punta la hoja en blanco de su también nuevo cuaderno, se convierte en un placer que tiene nombre: Stationary Fetish.
En muchas ocasiones, este sobrevive a la etapa escolar. Para quien lo padece, sus síntomas se empiezan a disfrutar ya en el momento de la compra. La sensación al entrar en una papelería es para los que sienten fervor por los artículos de escritorio similar al que Charlie debió de experimentar cuando visitó la fábrica de Willy Wonka. Sin chocolate ni Umpa Lumpas, pero trufado de colores y de agradables olores a papel, tinta o goma de borrar. Y todo colocado en perfecta armonía.




Un estimulante cóctel sensorial del que cuesta prescindir. «Me cuesta elegir artículos de papelería online porque siempre prefiero verlos y tocarlos», explica la escritora y periodista Isabel Garzo.
En su caso, dice, la afición por el material de papelería le viene de lejos: «Abrir mis cuadernos o reencontrarme con mis rotuladores ha sido siempre como volver a casa». Sigue sintiéndolo así, en parte, porque ahora «forma parte de mi oficio. Mis plumas y papeles me sirven para dar forma a mis textos (las novelas siempre las escribo en papel)». Pero también de su tiempo de ocio: «Dibujar, pintar con acuarelas o hacer lettering o caligrafía me entretiene durante horas».
¿Coleccionismo o terapia?
En casos como el de Garzo no debería extrañar encontrar un rincón de trabajo repleto de bolígrafos o blocs de notas. Aunque trazar el límite entre lo necesario y el capricho es difícil, a veces.
Ella misma lo confiesa: «Da igual cuántos rotuladores de punta pincel o bolígrafos de colores tengo: si encuentro una marca o un tono nuevo tengo que comprarme uno».
«Es cierto que son artículos muy prácticos. Pero si miras un poco más detenidamente, serás atraído hacía su campo magnético, ya sean los colores llamativos, los diseños elegantes o la promesa de reducir el desorden en su escritorio y en su mente», explica la investigadora y periodista Piya Srinivasan.
De ahí lo fácil que resulta para los stationary fetishists caer en la tentación. A la diseñadora e ilustradora Konsu Llorente le pasa especialmente con el papel, una de sus perdiciones: «Me encantan las texturas, los papeles ligeramente coloreados (los blancos puros me cuestan). En general, si veo un papel único, me lo compro y ya le buscaré uso. A veces hasta me hago cuadernitos de retales de papeles chulos, y si no, ya vendrán bien para un collage o un boceto».
Por cosas así Srinivasan compara esta afición con el coleccionismo. Lo hace tras preguntarse cuántos cuadernos, por ejemplo, hacen falta hoy, cuando el teléfono inteligente te permite tomar todo tipo de notas, hacer listas o llevar la agenda telefónica encima.
Marcas como Moleskine, «el Jimmy Choo» de los cuadernos, como lo denomina Srinivasan, se han posicionado de lado de los que se siguen resistiendo a delegar todo su día a día a los dispositivos electrónicos.
Porque por muy útiles que puedan ser estos a la hora de organizarnos, no disponen del poder terapéutico que para muchas personas tiene lo analógico. Para Garzo, el mero hecho de poner lápiz sobre papel ralentiza el tiempo. En el caso Srinivasan, «escribir a mano te permite hacer una pausa en tu pensamiento e infundirle sentimiento».
Isabel Garzo habla directamente del poder «curativo» de la escritura manual : «Me relaja, reduce la ansiedad y me ayuda a ordenar las ideas.
»Sin duda, la parte sensorial influye en tu ánimo y en tu creatividad. Lo entiendes cuanto escribes con una fountain pen oblicua, por ejemplo. Al mismo tiempo que la usas, el flujo de tinta sobre el papel te hipnotiza», nos cuenta Isabel.
«¿No es increíble todo lo que puede tener dentro de un lápiz?»
.
Una afición muy extendida
No existen datos que lo avalen, pero es probable que el margen de error sea mínimo si afirmamos que la de escritores, periodistas, diseñadores, administrativos, arquitectos, ilustradores, estudiantes y, en general, todas aquellas cuyo desempeño requiera o requiriese antaño de bolis, libretas y demás artículos de oficina, son las profesiones que aglutinan un mayor de stationary festischist.
«En mi caso, mi afición influyó en mi formación en Bellas Artes y esta, a su vez, ha influido en mis aficiones. En definitiva, se han retroalimentado. Mi profesión, sobre todo, me ha enseñado a experimentar con los materiales: con los papeles, sus texturas, sus porosidades, gramajes… y las distintas técnicas. También me ha enseñado a apreciarlo desde otro punto de vista. Quizás por eso me encantan los papeles artesanales», explica Llorente.
Entre los más organizados abundan quienes siguen recurriendo a las agendas y planificadores en papel. De ahí fenómenos como el de los bullet journals.
«Tiene una explicación: igual que una forma clara de escribir demuestra una forma clara de pensar, un planificador limpio y ordenado hace que tus planes parezcan también más claros y ordenados», explica Garzo.
Este artículo se ha desarrollado gracias a Cultura y Ocio de El Corte Inglés.