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Stephen Wiltshire dibuja ciudades desde la mirada del síndrome del Sabio

Stephen Wiltshire empezó a dibujar antes que a hablar. Las formas de su ciudad natal, Londres, le interesaron antes que las palabras, y desde muy pequeño componía sus primeros bocetos tan sólo con un papel y un lápiz, siempre tratando de representar los edificios que más le sorprendían. El dibujo le permitió expresarse, ya que a los tres años fue diagnosticado de autismo y no comenzó a hablar hasta que tuvo ocho años. Desde entonces, el diseño es una de las maneras que tiene para comunicarse con el mundo.

En la actualidad, Stephen Wiltshire se ha convertido en uno de los artistas más deseados por las ciudades, gracias a su pasión por sobrevolar las urbes y dibujarlas utilizando únicamente su retentiva, la música y un rotulador.

Su memoria fotográfica atribuyó rápidamente a Wiltshire el síndrome del Sabio o Savant. A los 13 años acudió a un programa de televisión en la BBC en el que demostró su capacidad. Dibujó en este show llamado The Foolish Wise Ones (Los sabios tontos) un boceto calcado al milímetro de la catedral de Salisbury, que tan solo había visitado una vez.

Wiltshire no sabía entonces ni ahora cómo lo hace. De hecho, cuentan a Yorokobu desde su equipo de comunicación, que no sigue ninguna técnica. Tan sólo observa y memoriza sin esfuerzo y sin error. Necesita un simple vistazo para ser capaz de dibujar lo que ha visto. Esa capacidad le ha dado la posibilidad de viajar por todo el mundo haciendo diversos trabajos artísticos.

Su primer viaje fuera de Inglaterra fue en Nueva York en 1988, cuando sólo tenía 14 años. Inmediatamente después llegaron Ámsterdam, San Petersburgo, Moscú y Venecia. Sus dibujos comenzaron a ser publicados en varios libros que trazaban, a golpe de su memoria y su habilidad, una silueta que unía todo el planeta.

Su carrera artística se hizo imparable y Stephen nunca supo cómo era capaz de hacerlo. Simplemente lo hacía. Su entorno explica a Yorokobu que «Stephen posiblemente no conoce su excepcional condición y nunca la menciona. Él sólo se ve como un hombre normal y un gran artista que hace lo que le gusta». En efecto, el equipo que acompaña a Stephen pide a los medios que quieren contar su historia que eviten las etiquetas relacionadas con su autismo. Únicamente quiere que se le trate como a un artista más.

Pero su éxito no es un éxito más. Wiltshire fue elegido miembro de la Orden del Imperio Británico en 2006 por sus servicios prestados al mundo del arte. Fue entonces cuando abrió una galería permanente en la Royal Opera House, ubicada en la capital británica.

Allí cualquier persona puede presenciar el proceso de creación de Wiltshire, que siempre escucha música mientras trabaja. En sus oídos suena soul, rock and roll, Motown, funk, r ‘n’ b o pop, siempre con una mirada a los 70 y 80. La música lo acompaña. Viéndolo dibujar, parece que se siente cómodo a través de las líneas, con la creación desde lo real, sin códigos establecidos, como son las palabras.

Nietzsche, en su opúsculo Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral, aseguraba que la palabra no es más que la reproducción en sonidos de un estímulo nervioso. El estímulo de Wiltshire se configura a través del trazo preciso y cercano a la realidad, como si no se fiara de la palabra por la inexactitud inherente a la misma. Los dibujos lo tranquilizan, la realidad lo pacifica.

Ahora Wiltshire sobrevuela ciudades para después dibujarlas. En estos momentos se encuentra trabajando en Ciudad de México, una ciudad enorme que supone un gran desafío al artista. Antes de comenzar a plasmarla, explicaba en diversas entrevistas que «le llamaba mucho la atención la combinación entre las zonas antiguas de la ciudad con edificios modernos y zonas residenciales». La capital mexicana es la primera urbe latinoamericana que va a trazar y supone un auténtico reto, ya que Stephen tiene verdadero interés en mostrar la vida de las calles, el pálpito de las ciudades.

El trabajo de Wiltshire tiene algo de rito. Llega al evento público donde va a dibujar y saluda tímidamente a la muchedumbre que lo espera y graba cada uno de sus movimientos. Sonríe, con un aire despistado, y se pone manos a la obra. Siempre con los audífonos en sus oídos, las primeras líneas son un acertijo. Hasta que el trabajo no avanza unas cuantas calles, es imposible determinar que lo que está dibujando es la ciudad en cuestión.

Después, todo parece fluido, preciso. Se concentra y da la impresión de que el propio artista camina por las calles de la ciudad, visita sus barrios conflictivos, atraviesa los polos financieros. Es entonces cuando la ciudad se revela frente al espectador. Si se acompaña el trabajo diariamente, incluso el ciudadano más longevo descubre una nueva forma de observar su contexto, donde creció, donde se enamoró o donde perdió.

Stephen Wiltshire tiene la intención de seguir trazando las líneas de las ciudades del mundo. Con tan sólo 42 años se ha convertido en un artista capaz de unir el show business, atrayendo a cientos de ciudadanos a sus espectáculos, y la estricta creación visual. Uno de los objetivos del artista es movilizar a la sociedad de tal forma que acoja su mensaje, lo acune y lo reproduzca. Este creador tiene esa capacidad que deriva de la humildad que le proporciona su condición. Porque no es consciente de su genialidad.

Ha habido varias personas a lo largo de la historia que han logrado gran éxito teniendo el síndrome del Sabio. Kim Peek fue el más famoso. Su vida fue narrada en la película Rain Man, en la que se cuenta cómo era capaz de recordar el 98% de los 12.000 libros que se había leído. Richard Wawro es otro artista escocés con el síndrome del Sabio que ha llegado a crear más de 1.000 imágenes. Otras personas con esta sintomatología son capaces de realizar cálculos muy difíciles en un breve espacio de tiempo.

Wiltshire, concentrado, sigue trabajando hasta que acaba su objetivo. Su lema de vida es «haz lo que te propongas y acábalo». Sus líneas siguen a otras y preceden las siguientes. No hay final. La memoria se vuelca, poco a poco, sobre el lienzo. Pero los recuerdos no son inacabados, como tampoco lo son las ciudades. La arquitectura urbana finalmente se mezcla con la memoria en la obra. Y la timidez vuelve hasta que llegue el momento de memorizar y dibujar de nuevo.

3 respuestas a «Stephen Wiltshire dibuja ciudades desde la mirada del síndrome del Sabio»

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