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¿Sueña usted en blanco y negro? La culpa es del cine

No hace mucho apareció en un tabloide británico una noticia muy breve cuya imagen adjuntamos. La traducción literal sería esta:

«Un hombre ha soñado en color por primera vez como resultado de la radioterapia. Este australiano de 59 años solo soñaba en blanco y negro antes del tratamiento para su tumor. El oncólogo, el doctor Michael McKay, del Instituto North Coast para el Cáncer, en el sur de Gales, afirma que el cambio pudo ser un efecto de la radiación sobre la actividad cerebral».

Parece ser que un 12% de la población jamás ha soñado en color y el porcentaje se dispara si hablamos de personas con edades superiores a los 60 años, y no falta quien relaciona  estos datos con las fechas en las que el cine pasó a ser mayoritariamente en color, y más tarde la televisión.

La acromatopsia es un trastorno ocular congénito que impide a quienes la padecen distinguir cualquier tipo de color. Podríamos definirla como un daltonismo extremo que provoca ver exclusivamente blanco, negro y gamas de grises.

En 1997 el neurólogo y escritor Oliver Sacks viajó a una pequeña isla del Pacífico llamada Pingelap en la que más del 10% de la población es ciega a los colores, pero no pudo probar si alguno de ellos soñaba en color, precisamente por la imposibilidad de definir un concepto así a quien jamás lo ha percibido.

No todos los animales ven los colores tal y como los conocemos. De hecho, el color es una invención casi metafísica para explicar el muy reducido abanico de frecuencias que conocemos como espectro visible, cuya percepción varía de unas especies animales a otras. Y no digamos si son especies extraterrestres, como los predators de la divertida franquicia de Hollywood, que ven la temperatura de lo que les rodea como si utilizaran una cámara térmica.

Las cámaras con función night shoot muestran esas imágenes verdosas que dan tanto miedo en algunas películas de terror de serie B, empleando la misma tecnología que ciertas gafas y binoculares de uso militar en incursiones nocturnas.

Fotograma del film ‘Buenas noches y buena suerte’

Nadie recuerda si la piel de Humpfrey Bogart o la de Ingrid Bergman en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) estaba o no muy bronceada por los pretendidos rigores del sol africano (entre otras cosas porque casi todos los exteriores de Casablanca se rodaron en Arizona). Y quienes crecimos con televisores en blanco y negro tardamos años en descubrir que los ojos de Peter O’Toole eran todavía más azules que los de Elizabeth Taylor.

Si hojeamos el álbum de fotos familiar y vemos imágenes de nuestros abuelos o de antepasados más antiguos, indefectiblemente asociaremos esas épocas al blanco y negro pensando con arrogancia inconsciente que aquellas gentes no disfrutaban del color. Pero no era así, por supuesto.

A causa del cine tendemos a imaginar la primera mitad del siglo XX en blanco y negro. Curiosamente la Antigua Roma, la corte de Luis XIV, los tiempos del Cid Campeador o del Antiguo Testamento los imaginamos en color, también por culpa del cine. Y en buena parte, de Charlton Heston.

Son pocos los directores que hoy día contravienen los consejos comerciales de sus productores, y pueden permitirse rodar en blanco y negro. Veamos algunos ejemplos recientes de grandes películas que nos hicieron sentir en el cine como si padeciéramos acromatopsia.

George Clooney estrenó en 2005 Buenas noches y buena suerte. Siete años antes Darren Aronofsky nos deslumbró en Sundance con su debut Pi. The Artist conquistó en 2011 cinco estatuillas en la ceremonia de los Oscar, para disgusto de Pablo Bergés y su muy estimable Blancanieves; Woody Allen se ha sentido cómodo con la ausencia de color en tres ocasiones: Stardust Memories (1980), Zelig (1983), y Celebrity (1998). Probablemente quería emular a su adorado Bergman, y en especial a esa inolvidable El séptimo sello (1957).

Curiosamente, casi todas estas cintas incluyen alguna pincelada roja en sus carteles oficiales, para recordar a los espectadores que una película puede estar realizada en blanco y negro, pero ser sexy e impredecible. Y el color rojo parece aglutinar estas virtudes, como puede verse en las imágenes.

En 1993 Steven Spielberg quiso hacer más creíble la época en que se desarrolla su estremecedora Lista de Schindler precisamente a través de la ausencia de color. Las dos primeras cintas de David Lynch Eraserhead (1977) y El hombre elefante (1980) fueron en blanco y negro, la primera por razones presupuestarias y la segunda por razones estilísticas. Podemos añadir la polaca Ida (Pawl Pawilkowski, 2013) o el documental La sal de la Tierra (Wim Wenders, 2014). Coppola rodó en 1983 Rumble fish en blanco y negro, aunque los peces que dan título al film aparecen en color. En España, aparte del mencionado Bergés, podemos reseñar que Trueba dirigió en 2012 El artista y la modelo, ambientada en los años en los que todavía no había cine en color, y ello añade credibilidad a su propuesta. Y Almodóvar rodó en blanco y negro el cortometraje El amante menguante, inserto en Hable con ella (2002).

¿Nos ha condicionado tanto el mundo audiovisual que nos rodea como para provocar la aparición de sueños en blanco y negro?

Fíjense en la foto que hemos adjuntado con la noticia de ese tabloide, y verán que la breve pero inquietante historia termina con una frase demoledora:

«El paciente se ha curado, pero ha vuelto a sus sueños monocromáticos».

Si a usted le dieran a elegir, ¿preferiría soñar en color o vivir en blanco y negro? ¿El cine o la vida? Piénselo despacio, porque la respuesta no es fácil.

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