Categorías
Ideas YSchool

Relatos ortográficos: Superlativos con ‘érrimo’ para hacer lo grande grandísimo (en plan coña)

El día que la torre del ayuntamiento amaneció varios metros más alta de lo que era, todo el mundo tuvo claro que a la ciudad había llegado un superhéroe. Se llama Superlativo y su misión consistía en hacer aún más grande todo cuanto tocaba.

Empezó por agrandar los monumentos locales, que pasaron a ocupar páginas y páginas del libro de los récords, y cuando hubo acabado con toda la arquitectura, les tocó el turno a los habitantes de la ciudad.

La cosa fue bien cuando el afortunado que era enaltecido por Superlativo veía ampliada con creces su estatura o su belleza (o ambas cosas a la vez). Los líos llegaron cuando el superhéroe hacía también superlativa la gordura, la fealdad o la delgadez de quienes ya eran gordos, feos o demasiado delgados. «¡Serás cabrón!», se encaró con Superlativo la primera persona que vio cómo sus kilos de más pasaban a ser muchísimos más. «¿En qué momento te pedí yo pasar de ser gordo a gordérrimo?».

Dice la norma lingüística que el sufijo -érrimo/a sirve para formar el superlativo de aquellos adjetivos que contienen el fonema /r/ en su última sílaba. Palabras como celebérrimo, paupérrimo o pulquérrimo, que son el sumun de la celebridad, la pobreza o la pulcritud, sirven de ejemplo. Son, dice la Nueva gramática de la lengua española, «variantes alternantes cultas de origen latino».

Pero luego venimos los hablantes a darle vidilla a la lengua, que de tan fina y elegante que se nos pone se hace aburrida, sosa y gris. Y como lo de crear superlativos por el método tradicional (guapísimo, bellísimo, gordísimo…) ya está demasiado visto, en nuestras conversaciones coloquiales nos ponemos creativos y acudimos al sufijo -érrimo/a para hacer aún más grande lo que nos parece enorme, con cierta intención paródica o sarcástica.

Así lo aprecia la RAE, aunque alguno diría que es solo por puro cachondeo. De ahí que exageremos con gordérrimo, tristérrimo, buenérrimo, elegantérrimo y todos cuantos se nos ocurran nuestras conversaciones entre colegas.

¿Es correcto? Depende del registro en el que nos instalemos. No se lo digas a un catedrático de la lengua (a no ser que quieras verle palidecer), pero entre amigos, ya se sabe, todo vale.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Salir de la versión móvil