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Suso33: de marginado a superhéroe del barrio

Precursor del grafiti iconográfico en España y actual creador multidisciplinar, Suso33 sigue fiel al espíritu con el que empezó: la independencia, la libertad, el cuestionamiento de todo tipo de arte.

Bajo un nombre que cobija a un madrileño nacido en 1973, su trayectoria recorre desde una época cuya moda era estampar el mayor número de firmas posible en las paredes hasta la institucionalización de sus dibujos. Todo partiendo de la autonomía y de una mirada periférica, marcada por los componentes propios del oficio: lo efímero e ilegal.

Suso33 se crio en el triángulo que conforman los distritos de barrio del Pilar, Fuencarral y Tetuán, al norte de Madrid. Cuando se acercaba la adolescencia y notaba ese ardor por expresarse más allá de lo escolar, apareció el documental estadounidense Style wars, de 1983. Dirigida por Tony Silver, la película mostraba el auge de la cultura hip hop en Nueva York.

«El día que la proyectaron en TVE1, salimos todos a la calle a pintar más y más grande. Yo lo venía haciendo de antes, pero con eso ya pensé que el movimiento era muy bestia. Nos cambió la forma de entender lo que era el arte en las ciudades», recuerda el grafitero.

En esa época, añade, no había el acceso a la información que hay ahora. Y conocer cómo era ese mundillo del breakdance  o el grafiti en otros lugares del mundo abría la puerta a copiarlo. Pero en España no se propagaba igual de rápido que en esas urbes multiculturales de clubes nocturnos y luchas raciales. Aquí se acababa de salir de una dictadura, la música emergía en los sótanos antes de mercantilizarse con la etiqueta de la Movida y en los márgenes continuaban las batallas de quienes se asentaban para alcanzar una vida mejor.

Madrid, por ejemplo, inauguraba la unión barrial, con asociaciones de vecinos que pedían mejores condiciones en Orcasitas, San Blas y Vallecas. En estos cinturones urbanos era donde más prendía la llama del grafiti. Por los suburbios y sus estaciones de metro se prodigaban firmas como Muelle, Bleck La Rata o Tifón.

Suso33 alega que él es algo más tardío, pero que recoge la misma raíz. «Empecé con rotuladores o ceras, lo que se tienen más al alcance de un niño, y luego ya pasé al espray», detalla, diferenciando entre quienes se movían por los locales de moda y «los hijos de obreros que no se podían comprar discos».

«Vengo del tag, del aquí estoy yo, del grito por la libertad de expresión», explica, refiriéndose a esa escena de bombardeo o irse a imprimir tu nombre o tag de forma compulsiva. Suso33, sin embargo, modificó los parámetros: entonces se llevaba el estilo flechero, que consistía en adoptar un mote y rubricarlo con una flecha.

Él eliminó este ornamento y fue limando su propia firma hasta convertirla en una plasta o una gota extendida. Sintetizó el ejercicio de pintar en un dibujo reconocible, rápido y fácil de hacer en cualquier muro.

Lo de la plasta, dice, se debe a una cuestión de ahorro. «Fue básicamente porque yo hacía cuatro letras, pero la letra era una mancha de pintura, de suciedad, con cara de sorpresa o de susto: lo que la gente entiende por grafiti, que por ser legal o ilegal no tienen por qué conllevar una propuesta artística interesante», comenta.

«También es estropear el mobiliario público», sostiene. «El grafiti es, en origen, un grito. Y esto es mundial. Hay gente por todos los lados haciéndolo, y lo que ocurre es que no tienes que pedir permiso», zanja.

De su apodo pasó a ese borrón fluido que no le limitaba a lo horizontal ni a un lienzo específico. «Podía adaptarme a cualquier superficie: esquinazos, rincones, suelo. Y lo hacía del tamaño que me apetecía, de un solo trazo. Pinté mucho. Eso me ayudó a analizar la calle, los soportes o los contextos y verles más posibilidades, porque ya no era poner tu nombre de una forma invasiva», comenta.

La plasta, que evolucionó de unas rayas con forma de estrella a una imagen animada, le llevó a otras acciones, como las denominadas sombras, que son torsos difuminados en los que se simboliza la ausencia. «Es una conceptualización de la firma», apunta.

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La época de la plasta dio pie a otra más experimental. Suso33 nunca dejó atrás esos momentos de frenesí, de la presión que supone «resolver y generar cosas en directo» y de la adrenalina por lo prohibido, pero sí que amplió su obra.

De la gota burlona y las sombras al live painting, al videoarte, a la escenografía en teatros o a ser el comisario de exposiciones. Incluso trabajó mano a mano con Henry Chalfant, coproductor de aquel documental que le introdujo en esta cultura.

Igual que las coloridas plastas, gozan de reconocimiento sus máscaras de la angustia, en blanco y negro, o esas performances donde pinta en vivo con luces y varios espráis simultáneos.

«Quiero darle valor al proceso. Crear algo para documentarlo y transmitirlo. Darle importancia a la acción. El resultado final siempre ha sido secundario. Y también he querido apoyar a otros artistas, poniéndome de lado», agrega Suso33, que menciona una exhibición colectiva cerca de las principales pinacotecas de Madrid titulada Perdiendo los papeles y que orbitaba en torno al concepto de identidad en el dibujo.

«Quizás era fea, pero puse mis reglas. Me entregué al público, que muchas veces no viene del coleccionismo», aduce, enumerando otras acciones junto a La Fura dels Baus o una colección en el Museo de Arte Contemporáneo de Nueva York.

Algunas de sus exposiciones cuestionan los conceptos que giran alrededor del grafiti. Suso33 retuerce el significado del street art o arte urbano y muestra sus múltiples versiones.

«Juego con el lugar y con el contexto o el espacio. Según donde esté pintado, es grafiti o cultura. Siempre me ha gustado jugar mucho con las palabras. He aprendido mucho por la experiencia y a veces se sitúan términos teóricos en cosas que ya existen y chirrían», reflexiona quien convocó en 2004 a la prensa para realizar una de sus obras en medio de la Gran Vía ilegalmente. «Y estoy con una recopilación que me puede dar problemas», ríe.

Sede central de CUALTIS en Madrid.

«Hay mucha gente que se beneficia del arte urbano y se dedica a una carrera profesional», sopesa el creador, que compara la época en la que comenzó, sin apenas transmisión entre los protagonistas, con la clandestinidad y el estigma sobrevolando y con pocas referencias al panorama contemporáneo.

«Yo no tengo casi fotos de mis primeros trabajos porque había que gastarse dinero en el carrete y en el revelado. Ahora las fotos son gratis. Y las redes sociales han hecho que puedan mostrarse sin intermediario y acceder al público, que era lo que ocurría en el capitalismo con las galerías. Todo es más libre y hay quien está sabiendo adaptarse a los tiempos», concede.

Son tiempos del telegrafiti, según su definición. «Muchos trabajos se hacen para la captura, para mostrarlo en otros soportes, no en el espacio y el tiempo real. Pero son muy interesantes. Están aprovechando a su favor las posibilidades que les da la sociedad. Y no está limitado. Han servido para que esto siga creciendo y para desarrollarse. De hecho, es el movimiento de expresión pictórica más universal en la historia del arte. No hablo de calidad, solo de cantidad», puntualiza.  

Suso33: de marginado a superhéroe del barrio

Para Suso33, en cualquier caso, el arte urbano «nace de la necesidad de reivindicarse, de hacerse presente ante la sociedad, de comunicarse libremente con ella interviniendo el espacio público».

En el gremio, del que se considera miembro activo «aunque sea mayor», la obra no se fiscaliza ni se valida por críticos o galerías. Tampoco engloba la preocupación por ser aprobado dentro de los mimbres académicos. «Es libre y democratiza el mundo del arte», aduce este pionero que sigue debiéndole todo al grafiti.

«Siempre he tenido aptitudes, pero me faltaba el camino. Gracias a la cultura hip hop encontré un medio y vi que no era un mierda», señala Suso33, a quien le obligaban a escribir con la derecha a pesar de ser zurdo y a quien esa angustia o inseguridad se le tradujo en tartamudez.

«De estar ninguneado y marginado me convertí en un superhéroe de barrio. Por eso lo he llevado a un plano muy muy personal. El grafiti ha sido mi vida y lo he llevado a otras disciplinas, como el teatro, la performance, la danza o el comisariado», concluye.

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