Imagínate qué historia más chula para una serie de televisión o una novela negra: un misterioso asesino en serie, aquejado de síndrome de Stendhal extremo, persigue a hombres y mujeres con tatuajes especialmente bellos para arrancarles la parte de la piel donde se encuentra el dibujo. Después enmarca los tatuajes y los expone en una macabra galería de arte.
Mola, ¿verdad? Pues ni se te ocurra escribirlo, que la idea es mía. Y tampoco se te ocurra ponerlo en práctica, por favor, que lo de despellejar a gente es una cosa que está muy muy fea.
El caso es que el arte de dibujar sobre la piel es una disciplina milenaria de raíces profundamente arraigadas en las culturas del Pacífico, sobre todo en la Polinesia y en Japón. De hecho, la palabra tatuaje deriva del polinesio «tátau», y es un tipo de ornamento corporal abstracto que se remonta al principio de su civilización. A veces tenía un sentido esencialmente comunal, pero en otros casos, como en el de los maoríes, se trataba de pinturas de batalla con rango jerárquico.
En Japón, por el contrario, el tatuaje adquiría una significación de índole narrativa, que servía para contar hechos, hazañas o referencias culturales especialmente relevantes para el portador del dibujo. Ambos tipos de tatuaje han sobrevivido a lo largo de los siglos y se siguen practicando en sus áreas de influencia aunque, en algunos casos, se ha perdido el concepto guerrero o jerárquico.
Estando tan alejados, es lógico pensar que la cultura del tatuaje llegase a Occidente a través de los marineros que surcaban las aguas del Pacífico y que imitaban la decoración corporal que habían visto en los nativos. Así, y quizá debido al choque cultural que supuso, durante casi todo el siglo XX el tatuaje se vio en Occidente como una aberración, un atentado contra el cuerpo que solo se aceptaba en las pieles de los propios marineros, los delincuentes, los presidiarios y, más tarde, las estrellas del rock.
Sin embargo, desde hace unos quince años, la cultura del tatuaje ha sufrido una explosión por todo el globo, hasta el punto de que es complicado encontrar a personas entre los 16 y los 50 años que no tengan algún tipo de dibujo permanente en su cuerpo.
Pero vamos, cuando digo ninguna persona es que verdaderamente nadie parece haberse resistido a inyectarse un poco de tinta en su piel. Deportistas, atletas, cantantes, presentadores de televisión, diseñadores de moda, hipsters urbanos, las chicas y los chicos que pueblan los centros comerciales un domingo por la tarde y hasta la señora Felisa que compra el pan en el mercado del barrio lleva un pequeño delfín dibujado en el omóplato izquierdo.
Lo malo es que la mayoría de esos tatuajes suelen ser bastante horribles: desde el ínclito delfín hasta la brujita feliz, pasando por unos caracteres en chino (que vete tú a saber lo que dirán) y terminando por los espantosos «tribales» que decoran los bíceps de la población masculina de la mayoría de los gimnasios.
No obstante, en los últimos 3 o 4 años han surgido un grupo de artistas –porque así debemos llamarlos- que han avanzado varios pasos en la cultura del tatuaje llevándolo a terrenos a menudo inexplorados. El éxito de estos tatuadores se basa tanto en la gran pericia técnica que poseen, como sobre todo, en el desarrollo de una inventiva y una creatividad a prueba de cualquier prejuicio.
Vamos a ver algunos de ellos. Y sí, molaría tener una copia en papel para colgarla en la pared del salón.
1. Expanded Eye
El colectivo Expanded Eye lo forman los ilustradores Jade Tomlison y Kev James. En su estudio franco-británico realizan delicadísimas obras en soportes poco convencionales que exponen en galerías de arte. Posteriormente, suelen plasmar obras similares en soportes aún menos convencionales. Como la piel.
2. Victor Octaviano
Tatuador brasileño afincado en São Paulo, Victor Octaviano trabaja con acuarelas que dibuja sobre papel. Luego, mediante un sistema de tintas aguadas, reproduce esos mismos dibujos, a veces propios y a veces originales de otros artistas, en el cuerpo de sus clientes. El resultado es fresco y sorprendente.
3. Peter Aurish
El estudio berlinés Nevada Johhny está integrado por varios tatuadores, como las estupendas Jessica Mach y Marie Kraus. Quizá el más interesante de sus componentes sea Peter Aurish, que suele recrear obras conocidas de la historia del arte bajo una afiladísima perspectiva propia del cubismo de Pablo Picasso o Georges Braque.
4. Ondrash
El checo Ondrash también aproxima sus tatuajes a los terrenos del puro arte pictórico. Empleando tintas enormemente saturadas, sus mejores piezas se relacionan con la abstracción y con el expresionismo. Y claro, también con el expresionismo abstracto.
5. Xoïl
Xoïl –también conocido como Loïc- es francés, pero tanto su trabajo como él mismo han dado la vuelta al mundo, habiendo participado en decenas de convenciones y eventos donde se le rifan para que tatúe algunas de sus obras. Xoïl se enfrenta al tatuaje como lo haría un diseñador gráfico delante de la pantalla de un ordenador. No en vano, su trabajo es el máximo exponente de un estilo de tatuaje denominado Photoshop Tattoo o Collage Tattoo. Con formidable destreza, crea vertiginosas composiciones acumulativas casi fotográficas, en las que emplea recursos propios de otros medios, como los degradados, el esténcilo las tipografías.
Nota: todas las fotografías están extraídas de las webs o las páginas de Facebook de sus respectivos artistas.
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