Taylor Swift es la mayor estrella de la música del mundo. Y este año continúa con el que ya es el tour que más dinero ha facturado de la historia de este sector, con su correspondiente récord Guinness: más de 1.000 millones de dólares en 150 conciertos. Swift es tan famosa que, desde enero, ha dado más que hablar en redes sociales que todas las marcas que se anuncian en la Super Bowl de este año combinadas.
La cantante de Pensilvania es tan célebre que ha hecho que el equipo de fútbol americano en el que juega su novio, los Kansas City Chiefs, vendan más entradas para sus partidos. También ha hecho que él, Travis Kelce, venda más camisetas. Son una pareja que parece diseñada para estar en el ojo del huracán mediático: son jóvenes, famosos y los dos están en la cúspide de un campo profesional que implica dosis importantes de exposición pública.
Al mismo tiempo, encajan con el molde del binomio romántico yanqui por antonomasia: son la animadora rubia pizpireta y el jugador aguerrido. Los colmos de la feminidad y masculinidad tradicionales; una combinación que podría haber salido de los sueños húmedos de los Estados Unidos más conservadores. Y por eso, para la derecha deberían ocupar un lugar privilegiado dentro del firmamento de celebrities. Y lo hacen, en cierto modo, pero de otra manera.
En lugar de adorarlos, una porción importante del Partido Republicano de Donald Trump ha dedicado las últimas semanas a difundir una delirante teoría de la conspiración sobre la cantante y su novio. Una teoría que afirma que están envueltos en una trama que busca amañar la Super Bowl para que ganen los Chiefs. Y que todo ello forma parte, en realidad, de una operación del Pentágono dirigida a mantener a Biden en la Casa Blanca.
La idea, dirigida a desacreditar a la cantante, nace del miedo de la derecha trumpista. Porque a los seguidores de Trump, más que probable candidato republicano a la presidencia, les preocupa que en este año electoral Swift tome la misma ruta que en 2020, y se pronuncie públicamente a favor de la reelección de Joe Biden. Y que termine marcando una diferencia que podría ser mínima. Al menos, según la tónica de las últimas citas electorales.
En 2020, sin ir más lejos, las elecciones se saldaron con una derrota de Trump por menos de 50.000 votos. El post con el que la cantante anunció que apoyaba a Biden, por su parte, tuvo más de 3 millones de ‘me gusta’.
La teoría se ha extendido con rapidez en los últimos días. Ha sido gracias a la amplificación en redes sociales de algunas figuras con influencia dentro de la ultraderecha estadounidense. Fue el caso, por ejemplo, del exrival de Trump en las primarias, el emprendedor y millonario, Vivek Ramaswamy, que hace una semana dejaba caer en su cuenta de X que pensaba que la Super Bowl podía estar amañada. Se preguntaba «si habrá una declaración de apoyo presidencial que llegue de una pareja manufacturada culturalmente de manera artificial este otoño. Algo de especulación alocada por aquí, veamos como envejece durante los próximos ocho meses».
También mencionaba la posibilidad Jesse Waters, uno de los presentadores de noticias más famosos de Fox News, la cadena conservadora (y frecuentemente trumpista) con mayor influencia entre la derecha de EEUU. «¿Es Swift una tapadera para la agenda política?», se preguntaba Waters antes de afirmar que era una psyop, una operación de propaganda psicológica.
Las teorías de la conspiración sobre Swift se enmarcan dentro de un tipo de propaganda determinado que considera que «la oposición real es la prensa. Y la forma de lidiar con ellos es inundar la zona de mierda». La frase es de Steve Bannon, estratega de la ultraderecha estadounidense y responsable en parte de la primera llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Describe una forma de desinformación muy particular. Un conjunto de prácticas que buscan que los individuos sean incapaces de estar bien informados a través de torpedearlos con una marabunta de información.
Pero la táctica no es una creación de Bannon, más bien es una adaptación de una estrategia empleada habitualmente por la Rusia de Vladimir Putin. La organización estadounidense RAND, dedicada al asesoramiento político, se refería a ella en estos términos: «Caracterizamos el modelo contemporáneo ruso de propaganda como “la manguera de falsedades”». Un apodo que, sostenido de nuevo por una metáfora hídrica, describe unos modos propagandísticos que se caracterizan por cumplir dos condiciones.
En primer lugar, por mandar un gran volumen de mensajes a través de numerosos canales (la manguera); y en segundo lugar, por transmitir medias verdades o mentiras completas (las falsedades). Unos bulos desconectados totalmente de las realidades objetivas y sin compromiso con la consistencia entre mensajes. Una táctica destinada a «confundir y sobrepasar a las audiencias».
El objetivo de la manguera, en este caso, es erosionar la credibilidad de Swift. Echar por tierra cualquier posibilidad de prescripción política que pueda tener entre los potenciales votantes de Donald Trump.
Tampoco es la primera vez que Swift recibe el chorreón fétido de las mangueras de los radicales de derechas de Estados Unidos. El ataque anterior que sufrió se estudiará en el futuro en las universidades como ejemplo de cómo la inteligencia artificial fomentó la mentira online.
Empezó, como muchas de las teorías conspiranoicas más locas de EEUU, en el mentidero digital de ultraderecha 4Chan. Allí fue donde a finales de enero apareció una serie de fotos explícitas de la artista. No tardaron en saltar a las redes sociales, vulnerando todas las salvaguardas de las compañías de Silicon Valley.
Una de las imágenes, colgada en X por un usuario, recibió más de 47 millones de impresiones. Unas fotos que, en realidad, estaban realizadas con una inteligencia artificial generativa. La filtración solo tenía un objetivo: inundar la zona de mierda, por si a Swift se le pasaba por la cabeza tener las preferencias políticas equivocadas.
Si eres un imperio, la única verdad de la que puedes estar seguro es que…
Les gustaba leer, pero nunca encontraban tiempo. También les gustaba quedar y divertirse juntos, pero…
La tecnología (pero no cualquiera, esa que se nos muestra en las pelis de ciencia…
La ciudad nos habla. Lo hace a través de las paredes, los cuadros eléctricos ubicados…
Cultivar aguacates en zonas secas es forzar la naturaleza: alto impacto ambiental y un futuro…
¿Qué tienen los chismes, los cotilleos, que nos gustan tanto? Para el ser humano, son…