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Creatividad

Tecnología y sentimiento

Imagina una ventana por la que pudieras ver que está pasando en este momento en una fábrica en Ghana o en un embarcadero en las Islas Caimán. Una reproducción tridimensional en miniatura y en directo de mundos distantes. Una vida en diminuto que pudieras observar e, incluso, tocar. Esa ventana al mundo existe. Está en una casa en Berlín, en el estudio del artista Markus Kison.

Roermond-Ecke-Tropical Gate es su último trabajo, en realidad, una revisión del primero, Am Graben-Ecke. En ambos, Kison usa una maqueta en blanco de un espacio real, lo reduce a siluetas y proyecta sobre ellas vídeos del lugar. El resultado es asombroso y le ha granjeado una gran reputación que se ha hecho patente en varias exposiciones en todo el mundo. Kison confiesa que es el trabajo del que más orgulloso está, pero quizá no es el que más repercusión ha tenido.

Este berlinés se ha convertido en un referente en el mundo del activismo tecnológico, aunque él prefiere hablar de artista digital. Trabajos como Charming Burka le pusieron en el mapa. En él, una modelo esconde su cuerpo bajo este atuendo y, a través de una tecnología incluida en el tejido del burka, puede enviar mediante bluetooth fotografías de su cara y su cuerpo a los móviles cercanos. “No pretendo provocar” asegura Kison, “solo aportar algo de humor. Falta sentido del humor en el mundo digital”.

No parece que su obra Tikker Croos, de 2009, causara carcajadas entre la jerarquía eclesiástica. En ella, Kison dispuso un tradicional crucifijo pero sustituyó la leyenda con el escrito INRI por una pantalla LCD. “El Evangelio según San Juan dice que la inscripción ‘Jesús de Nazaret, rey de los judíos’, estaba escrita en arameo, latín y griego, pero por la falta de espacio fue reducido al acrónimo INRI. Ahora, gracias a una pantalla LCD, se puede mostrar todo el texto. Además, la pantalla muestra la cotización en bolsa de los activos del Vaticano en tiempo real. Así la gente puede comprobar la influencia secular de la Iglesia católica”.

Pero no todas sus obras abordan la religión ni todas lo hacen desde el humor. Kison se ha atrevido a tocar temas duros como la II Guerra Mundial. “Con Touched Echoes quería sorprender, quería trasladar a la gente al pasado”, dice Kison con voz pausada. La trasladó a un momento concreto: febrero de 1945. En esta fecha, la ciudad alemana de Dresde sufrió el ataque de las fuerzas aéreas aliadas. Se arrojaron más de 4.000 toneladas de explosivos que acabaron con la vida de decenas de miles de personas. 52 años después, los habitantes de esta ciudad pudieron volver a recordar la tragedia imitando la postura de quienes sufrieron el ataque: tapándose los oídos. Kison instaló unos dispositivos vibradores en la barandilla de la bulliciosa Terraza Brüll. Cuando los viandantes apoyaban los codos sobre la barandilla y se ponían las manos sobre las orejas, la vibración viajaba a través de sus huesos hasta los oídos, donde se convertía en un sonido: la grabación real de los bombardeos. “La instalación estaba pensada para seis meses pero finalmente se mantuvo durante un año y medio” comenta Kison sin el mínimo ápice de orgullo.

Estos trabajos, aparentemente tan dispares, tienen un nexo en común: la tecnología. La obra de Kison trata sobre el rol del hombre contemporáneo en el mundo digital, algo que se hace patente en sus trabajos más recientes. Beautiful Ring es un anillo pero, en lugar de tener un diamante engarzado, tiene una pantalla que busca y muestra toda la información que ofrece Google sobre su portador. Pulse es un corazón de plástico que está conectado a internet. Unos ordenadores analizan en tiempo real los sentimientos que vuelcan los blogueros de la plataforma Blogger en la red, y modula y encoge el corazón de látex para dar forma a estos sentimientos. Son solo dos ejemplos en la prolífica carrera de este artista berlinés.

“Tenemos que preguntarnos cuánta tecnología y cuánta naturaleza queremos”, concluye Kison. «Internet es un ente pervertido y onanista que tiene una gran fascinación sobre nosotros, tenemos que preguntarnos hasta qué punto es algo real, hemos de construir una opinión al respecto”. Él no ofrece respuestas a esta reflexión, solo la plantea. Lo hace trasladándonos al pasado o planteando cómo será el futuro. Lo hace sirviéndose de ecos tangibles o de un corazón de plástico. Lo hace de mil maneras distintas pero lo hace siempre aunando dos conceptos, en principio, antagónicos: tecnología y sentimiento.

Por Enrique Alpañés

Periodista. Redactor en Yorokobu y otros proyectos de Brands and Roses. Me formé en El País, seguí aprendiendo en Cadena SER, Onda Cero y Vanity Fair. Independientemente del medio y el formato, me gusta escuchar y contar historias. También me interesan la política, la lucha LGTBI, Stephen King, los dinosaurios, los videojuegos y los monos, no necesariamente por ese orden. Puedes insultarme o decirme cosas bonitas en Twitter.

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