Bienvenidos a una película de ciencia ficción que tiene una particularidad. Es real. Y no solo eso. Una película de ciencia ficción que habla de educación sería un fracaso en taquilla. Yo les doy mi palabra de que esto es excitante y tiene toda la intención de cambiar la forma en que el ser humano se relaciona con la tecnología y la manera en que la usa.
Para la mayoría, la idea de cambiar el mundo parece una utopía y quienes van tras de ella unos locos que no saben por dónde les da el viento. Por suerte, a quienes intentan dar un giro a todo lo que les circunda, poco les importa lo que piensen los grises conformistas, los amantes de lo pragmático y los carentes de romanticismo. Y en esas batallas andan, intentando que todo sea diferente y luchando contra los incrédulos. Doble tanto para ellos, entonces. ¿Ejemplos? Innumerables. Pero la historia de hoy habla de Jon Bird e Yvonne Rogers, dos científicos que comparten labor en el Laboratorio de Interacción Global de The Open University, una institución de enseñanza remota con sede en Reino Unido.
Si les cuento algo de lo que han hecho Bird y Rogers en el pasado próximo, verán totalmente lógico que la cabra tire al monte y que The CHANGE Projectse haya planteado de la manera en que lo ha hecho. En 2009, presentaron MusicJacket, un sistema para alumnos de violín que captura el movimiento del cuerpo, lo analiza y ofrece una respuesta táctil a través de un dispositivo textil. Por otro lado, un año antes mostraron el TVSS (Sistema de Sustitución Sensorial basado en Visión Táctil), un sistema que sirve de guía para personas sin visión a través de la estimulación táctil.
Con precedentes como esos llegamos al momento actual y a The CHANGE Project, una iniciativa que, como describe el propio Jon Bird, “ahonda en la investigación acerca de la interacción entre humanos y computadoras y explora cómo las nuevas tecnologías pueden ofrecer una visión acerca de los patrones del comportamiento humano y, potencialmente, transformarlos, particularmente en aquellos casos en que dichos patrones tengan impacto en el entorno”. En el proyecto colaboran la Universidad de Sussex, la Universidad de Nottigham y Goldsmiths, la facción más creativa e innovadora de la Universidad de Londres.
La adscripción filosófica del proyecto puede parecer un tanto abstracta y se basa en el concepto ‘nudge’, que proviene del libro del mismo nombre escrito por Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein. “Más que intentar cambiar el comportamiento influyendo en qué y cómo piensan conscientemente las personas acerca de algún tema concreto, se trataría de cambiar el contexto en el que esas personas toman decisiones”. Sin embargo, su explicación y la aplicación al mundo real es mucho más mundana y comprensible.
Sobre sus dos proyectos que centran ahora la actividad del laboratorio flota una misma idea: la de conseguir que cada ciudadano sea consciente del efecto que sus decisiones y su estilo de vida tienen en el medio ambiente.
En el caso de The Tidy Street Project, el objetivo gira en torno a la racionalización del consumo energético. Todo comenzó a partir de un experimento de psicología social dirigido en 2007 por Wesley Schultz. El estudio mostraba que la influencia de las normas sociales afectaba al uso de la energía. Aquellos inquilinos que consumían una cantidad por encima de la media, si eran informados de ello, tendían a reducir su impacto. Sin embargo, los que consumían por una cantidad inferior incrementaban su consumo. “Con The Tidy Street Project”, describe Bird, “queremos mostrar el consumo medio combinado de una calle entera en comparación al del resto de la ciudad o el país —lo impresionan sobre el asfalto con una infografía—. Creemos que eso acabaría con el ‘efecto boomerang’ que hace que los que consumen responsablemente vuelvan a aumentar su cuota. Además, hemos notado que los participantes se implican y se motivan con la iniciativa y que incluso la explican a quien pasa por el lugar”.
La adscripción filosófica del proyecto puede parecer un tanto abstracta y se basa en el concepto ‘nudge’, que proviene del libro del mismo nombre escrito por Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein. “Más que intentar cambiar el comportamiento influyendo en qué y cómo piensan conscientemente las personas acerca de algún tema concreto, se trataría de cambiar el contexto en el que esas personas toman decisiones”. Sin embargo, su explicación y la aplicación al mundo real es mucho más mundana y comprensible.
Sobre sus dos proyectos que centran ahora la actividad del laboratorio flota una misma idea: la de conseguir que cada ciudadano sea consciente del efecto que sus decisiones y su estilo de vida tienen en el medio ambiente.
En el caso de The Tidy Street Project, el objetivo gira en torno a la racionalización del consumo energético. Todo comenzó a partir de un experimento de psicología social dirigido en 2007 por Wesley Schultz. El estudio mostraba que la influencia de las normas sociales afectaba al uso de la energía. Aquellos inquilinos que consumían una cantidad por encima de la media, si eran informados de ello, tendían a reducir su impacto. Sin embargo, los que consumían por una cantidad inferior incrementaban su consumo. “Con The Tidy Street Project”, describe Bird, “queremos mostrar el consumo medio combinado de una calle entera en comparación al del resto de la ciudad o el país —lo impresionan sobre el asfalto con una infografía—. Creemos que eso acabaría con el ‘efecto boomerang’ que hace que los que consumen responsablemente vuelvan a aumentar su cuota. Además, hemos notado que los participantes se implican y se motivan con la iniciativa y que incluso la explican a quien pasa por el lugar”.
La idea comenzó en una calle de Brighton (Reino Unido) y se ha extendido a más calles de la misma ciudad. También ha saltado a Estados Unidos, donde una ciudad del estado de Washington ha copiado la iniciativa.
The Lambent Shopping Trolley Display, el otro caballo de batalla de The CHANGE Project a día de hoy, sitúa el escenario allí donde el consumidor toma un alto porcentaje de sus decisiones de consumo: en el supermercado. “Los compradores tienden a hacer juicios acerca de lo que compran basándose en conceptos como un bajo precio, una marca reconocible y un empaquetado atractivo”, señala Bird. “Rara vez se toman el tiempo de leer las etiquetas de información del producto. Tenemos datos que afirman que los consumidores quieren más datos acerca de las consecuencias de sus decisiones a la hora de comprar”.
La iniciativa aumenta las capacidades del carro de la compra incorporándole un escáner que informa de cualidades nutricionales, éticas y medioambientales de un producto que no son tan obvias como los ingredientes que lo componen. A su vez, las pueden comparar con las de otros productos para comparar el mayor o menor impacto que estos tienen, por ejemplo, a la hora de fabricarlos y llevarlos al supermercado.
Nadie dijo, al menos nadie en sus cabales, que el mundo se puediera cambiar en un día. Menos probabilidad hay de que sean sus testarudos habitantes quienes cambien de una manera repentina. Sin embargo, un buen comienzo podría ser poner ante los ojos de todos las consecuencias de las acciones que se llevan a cabo en cada decisión cotidiana. Los integrantes de The CHANGE Project han puesto el camino en el mapa.
La iniciativa aumenta las capacidades del carro de la compra incorporándole un escáner que informa de cualidades nutricionales, éticas y medioambientales de un producto que no son tan obvias como los ingredientes que lo componen. A su vez, las pueden comparar con las de otros productos para comparar el mayor o menor impacto que estos tienen, por ejemplo, a la hora de fabricarlos y llevarlos al supermercado.
Nadie dijo, al menos nadie en sus cabales, que el mundo se puediera cambiar en un día. Menos probabilidad hay de que sean sus testarudos habitantes quienes cambien de una manera repentina. Sin embargo, un buen comienzo podría ser poner ante los ojos de todos las consecuencias de las acciones que se llevan a cabo en cada decisión cotidiana. Los integrantes de The CHANGE Project han puesto el camino en el mapa.
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Este texto se publicó en el número de julio de 2011 de Yorokobu, en su formato de papel.