Móntate una fiesta en casa con las amigas victorianas de Theresa Parker Babb

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No es lo habitual, pero en esta exposición el público acabó llevándose una obra bajo el brazo. Las fotografías de Theresa Parker Babb que se habían podido ver en Lens Escuela, en Madrid, se convirtieron en las protagonistas de La gran subasta. En la clausura de la muestra, sus comisarias se convirtieron en ocasionales marchantes de arte. El público solo tuvo que sentarse y hacer sus pujas por sus piezas favoritas. Los precios arrancaron en los 25 euros.

«No nos gustaba la idea de ocultar otra vez las fotografías de Theresa Parker Babb, de guardarlas en un cajón», responden a dos manos las responsables de la muestra, Laura C. Vela y Carlota Visier, que son también editoras y creadoras del libro Querida Theresa (Comisura). «Tampoco queríamos meterlas en un trastero hasta que surgiese la oportunidad de una nueva exposición, así que pensamos: ¿por qué no subastarlas?», añaden.

Primero la idea les pareció «disparatada», confiesan, pero esa percepción se les pasó en pocos minutos. «Nos pareció la mejor manera posible de seguir compartiendo la obra de esta fotógrafa a la que tanto queremos», afirman. A Lens Escuela también les pareció una buena idea y del pensamiento pasaron a la práctica. Así fue como ese día en el que se cerraba la exposición de Parker Babb se convirtieron en marchantes de arte.

Fue un éxito. Al público la idea les convenció, tanto como para superar las expectativas que tenían. «El día de la subasta nos sorprendió no solo ver la escuela Lens repleta, sino que todas las asistentes participaran tan entregadas. ¡Hubo hasta duelos de miradas por una foto!», comentan con humor. «Distintas personas compraban las fotos, incluso las traían ya apuntadas de casa», destacan. Y así las fotos de Parker Babb se han ido a toda clase de paredes y la recuperación de su obra se propagará por espacios que, seguramente, las comisarias de la exposición ni imaginaban cuando colocaban el material antes de la inauguración.

Y, en cierto modo, parece casi parte de una justicia poética que la fotógrafa y su obra se vayan a las casas del siglo XXI, porque sus fotos son una ventana a la vida cotidiana y, al final, lo que pasaba en las casas del siglo XIX. No se sabe mucho sobre Theresa Parker Babb (1868-1948). Nació en el seno de una familia acomodada estadounidense, se casó con el tesorero de un ayuntamiento de Maine y, en los últimos años del siglo XIX, capturó con su cámara fotográfica los espacios y paisajes de su zona, pero, sobre todo, a un grupo de cinco mujeres haciendo toda clase de cosas. Un pícnic, un paseo, el momento en el que se beben unas cervezas…

«La descubrimos de una forma muy posmoderna y poco romántica: a través de una cuenta de Instagram que comparte fotografías antiguas libres de derechos», apuntan sus editoras españolas. En la foto, cinco mujeres bebían unos refrescos a morro. Cuando empezaron a escarbar más allá de ese post se encontraron un filón, algo muy interesante. La foto era obra de Parker Babb, que es también una de las cinco mujeres de la imagen. «Al investigar en internet llegamos hasta un amplio archivo conservado gracias a que el hijo de la artista lo donó al Camden Public Library’s Walsh History Center, espacio que lo conserva en el pueblo de origen de su madre», añaden.

Y poco se sabe de ella, pero las imágenes son tan poderosas que invitan a querer conocer mucho más que un par de datos (Querida Theresa lo resuelve invitando a varias escritoras a escribir sus propias versiones a partir de las imágenes). «Las fotos de Theresa Parker Babb son tremendamente modernas: en realidad tiene sentido haberlas encontrado en Instagram porque podrían ser fotos hechas hoy en día», indican Vela y Visier.

«Son fotos casuales que registran nuestra cotidianidad. Vemos a mujeres que se representan entre ellas, sin un hombre que las mire, en una especie de hermandad», reflexionan. Son fotos, apuntan, sobre la amistad. «Esta sororidad e intimidad es también algo actual, atemporal, que hace que conectemos tanto con sus fotos», afirman.

Sin embargo, esa atemporalidad no debe hacer perder de vista el propio valor que tienen estas imágenes con respecto a su contexto histórico. «Salimos de la intimidad de la casa para verlas en la vida pública. Tampoco se retrata a la perfecta casada ni encontramos posados solemnes», aseguran las comisarias. «En las fotografías tiene gran relevancia la amistad, pero también encontramos escenas tan peculiares como dos mujeres casándose», añaden. Esto es, son imágenes que van mucho más allá de los tópicos sobre cómo debía ser una buena mujer victoriana.

Recuperar estas fotos también nos invita a plantearnos qué otras historias y artistas hemos perdido en los cajones de los archivos a lo largo de los años. «Siempre ha habido un sesgo, ya sea de clase, de género, de raza, que hacía que unas personas tuviesen valor y otras no», explican Vela y Visier, que se preguntan qué habría pasado si el hijo de Parker Babb no hubiese donado el trabajo de su madre a un archivo que, con el paso de los años, ha hecho el trabajo de digitalizarlo y lanzarlo al mundo. «Por desgracia hay muchos trabajos de mujeres en el olvido o en la basura porque nadie decidió que merecía la pena conservarlos, solo por el hecho de ser mujeres», apuntan. «O incluso muchos trabajos que se han conservado pero que no llegaremos a saber si eran de mujeres porque en los procesos archivísticos se utilizaban solo iniciales», suman.

Ahora, en cierto modo, la memoria física de esta fotógrafa se ha multiplicado, con cada una de esas personas que se llevaron una de sus fotos a su casa. Para las comisarias, ¿piensan repetir la experiencia de subastar al final de una exposición el material expositivo? «Totalmente. Ha sido algo muy experimental, pero que sin duda repetiremos si tenemos la ocasión en otros proyectos», prometen. La idea no funcionaría con todos los proyectos, pero si tiene «sentido» volverán a desenfundar el mazo de las subastas.

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