Es lunes, uno de los muchos de este año 2097, en una casa unifamiliar residencial cualquiera, cerca del centro de la ciudad. La familia que nos ocupa está, como tiene que estar, haciendo sus quehaceres: los progenitores teletrabajando en sus respectivos despachos y el hijo siguiendo la lección en el metaverso de su escuela concertada.
Le encantan sus clases de historia. Desde hace dos años, una nueva actualización del sistema les permite hacer una inmersión en el tiempo y conocer de primera mano cómo era el pasado. Ya están estudiando el cambio de milenio, el último, el que más cerca les pilla y la temática de este lunes es el transporte y la movilidad. «Y así es cómo salvaban cortas y no tan cortas distancias», relata la profesora, acompañante de su viaje al pasado. «Por culpa de esto casi destruyen el planeta».
A la hora de la comida, hijo y progenitores tragan sus píldoras proteicas y aprovechan el descanso laboral para dar un paseo por el barrio. Este lunes llueve, y eso es algo que no pasa todos los días.
—Tenían una propiedad que llamaban coche —dice el pequeño, que sigue al ver el desconcierto de sus progenitores— y lo usaban para ir al cine, a entrenar, a ver a sus abuelos. A todo.
La familia camina por el anillo verde que conecta su casa con la zona de tiendas y servicios que le corresponde. Necesitan hacer algunas compras y probar una medicación que el médico les había recetado tras un chequeo a través del metaverso.
—¡Y lo iban a hacer volador! —grita antes de reírse a carcajadas.
Los progenitores, que no saben muy bien a qué se refiere su hijo, no entienden cómo podían caber tantos coches, encima a ras de suelo. Si estaban en movimiento, serían como una fila eterna de un punto a otro punto; y si estaban parados, ¿dónde tendrían el anillo verde?, ¿irían en coche a sitios para andar?
—Dice la profesora que casi destruyen el planeta, por eso inventaron la ciudad de los 15 minutos.
Se miran como para confirmar que el coche debía ser aquello con lo que empezó, o más bien terminó, la quinta revolución industrial. Todavía se acuerdan del último avión que cogieron, mucho antes de que naciera el pequeño. Nunca ha viajado y, tras la prohibición de los vuelos, nunca lo hará. A no ser que recorra el mundo a pie o que paguen el servicio premium del metaverso. «Quizás hoy sea el día», piensa uno de ellos.
En la plaza donde se encuentran todos los servicios de su ciudad de 15 minutos deciden entrar primero a la pequeña agencia de viajes. El dependiente, un señor muy majo, muy leído y muy viajado, les enseña opciones para visitar por todo el mundo mientras le actualiza al chaval su metaverso a uno premium durante el tiempo que dure el viaje.
—¿Dónde te apetece ir, joven?
—Al anillo verde de cualquier otra ciudad.
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