Titubear mientras hablas demuestra que eres un ser evolucionado

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Dudar, pararse a pensar, emitir sonidos sin sentido o titubear no siempre son signos de una oratoria deficiente. En ocasiones, son elementos que engrasan la conversación y facilitan la comprensión de los hablantes.

La conversación humana se rige por una norma denominada («no gap, no overlap»), algo así como «sin hueco, sin solaparse», según explica la revista The Economist. Esa teoría, enunciada por lingüistas de la Universidad de Sídney, como Nick Enfield, explica que las conversaciones no suelen tener silencios demasiados prolongados porque si el oyente percibe que el interlocutor deja un hueco en su discurso, interpreta que puede comenzar a exponer el suyo.

Esta explicación tiene un matiz añadido: el tiempo de reacción del que desea empezar a hablar ante ese silencio es de, aproximadamente, 200 milisegundos. Si se tiene en cuenta que el interrumpido precisa de 600 milisegundos para retomar el hilo de lo que estaba diciendo, Enfield concluye que los hablantes aprovechan los huecos con una rapidez y una eficacia que ya la quisiera para sí el propio Lionel Messi. ¿La solución? La misma que se usa para parar al astro argentino: achicar espacios.

Por ejemplo, en casi todas las culturas, las entonaciones descendentes invitan al oyente a interpretar que el hablante está a punto de hacer una pausa. Por ello, mantener un tono constante transmite la idea de que la conversación continúa. Lo mismo sucede con esos latiguillos o expresiones que muchos consideran interferencias pero que, en realidad, son «lubricantes de la conversación».

Se trata de sonidos como «ehhhhh», «mmmmm», «uh», que rellenan esos huecos necesarios para que el hablante reordene sus ideas, al tiempo que indican al oyente que aún no es su turno de palabra. A esos sonidos se suman otros, como «ajá», «sí», «mmh», que esta vez no son emitidos por el hablante sino por el oyente, que indica con ellos que está entendiendo lo que se le cuenta y que la conversación puede continuar.

De hecho, los investigadores de la Universidad de Sídney realizaron un experimento para ver qué sucedería si se eliminan de la conversación esas pistas que el oyente da al hablante para mostrarle que está prestando atención a lo que se narra. El experimento consistía en proponer un tema de conversación y pedirle al oyente que, cada vez que escuchase una palabra que comenzase con una determinada letra, apretase un botón.

Al tener que estar pendiente de detectar esas palabras, el oyente no acompañaba la conversación con esos «mm», «ajá» y otras expresiones semejantes. En consecuencia, el hablante mostraba mayor dificultad para expresarse y desarrollar su argumentación de forma coherente.

Por todo ello, y aunque ya los griegos y latinos establecieron reglas de oratoria en las que se ponía de manifiesto la necesidad de dejar hablar al otro para que la conversación fuera fluida e interesante, los investigadores de la Universidad de Sídney ven en este extendido comportamiento algo que va más allá de lo cultural.

Para expertos como Enfield, este tipo de normas estarían estrechamente relacionadas con el proceso evolutivo de los humanos. De esta forma, saber escuchar, respetar el turno de palabra y emitir esos sonidos de apoyo sería una demostración de que no se es un troglodita.

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