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Traductor simultáneo: Flamer, la versión ‘light’ de un trol

Esto del clima y el medioambiente tiene sus defensores y sus fervientes detractores. Estos últimos son los más ruidosos, sin duda. Basta echar un ojo a las redes sociales para leer sus exabruptos y sus encendidos comentarios que, por decirlo suavemente, braman contra la conspiración de la sostenibilidad, el cambio climático y la desautoxicación de las ciudades.

Sus comentarios son incendiarios, broncos, hoscos y toscos. Y no siempre se basan en argumentos racionales ni buscan un diálogo constructivo donde se muestren dos visiones diferentes. Pues si a estos broncas los extrapolamos al mundo gamer y a las ligas LoL, estaremos ante unos flamers.

El adjetivo, que no es más que la adopción en bruto del palabro en inglés para describir a un incendiario, se aplica a ese jugador que no acepta la derrota y se dedica a meter el dedo en el ojo a los demás con sus comentarios fuera de tono. Si no soy capaz de ganarte, te molesto. Esa es la filosofía: crear un ambiente hostil e irrespirable, a veces solo con la egoísta intención de descargar tensión, aunque la mierda salpique al resto.

Más que lo que dice es cómo lo dice y la intención con que lo dice: nada constructiva. Es, más bien, una manera de situarse por encima de los demás, de demostrar autoridad. Y a esa acción de incendiar el juego se la conoce como flamear.

A pesar de que se parecen mucho entre sí, un flamer no es un trol. Hay algunos matices que los diferencian. Para empezar, el ámbito de uso. Un trol pasea su mala baba por las redes sociales. Su intención es más dañina y ofensiva. Digamos que lanza un anzuelo envenenado para armar bronca y provocar.

Pero el sistema para neutralizarlos a ambos es el mismo: no hacerles casito. Deja que ladren y sigue a lo tuyo. Como decía la Pantoja, dientes, dientes, que eso es lo que les jode.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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