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Traductor simultáneo: Los Z muy de barrio te llaman jambo y no tío

Las modas van y vienen, por eso te recomiendan que conserves tu fondo de armario aunque se haya quedado más desfasado que la tarara. A la vuelta de un par de años (y quien dice un par dice 20, tampoco nos vamos a poner exquisitos ahora) se volverá a llevar y tú presumirás de lucir el original y no la copia.

En el argot lingüístico también hay modas. Hay palabras que lo petan durante un tiempo y luego quedan relegadas al rincón del olvido hasta que otra generación las vuelve a rescatar. Algo así está pasando con la palabra jambo y su correspondiente femenino, jamba.

«¡Anda que no es tonta ni nada la jamba esta!», «Mira el jambo, ¿de qué va?», habrás oído decir a tus hijos en alguna ocasión. Y el caso es que la palabra te suena, la has escuchado alguna vez, pero no formaba parte de tu vocabulario ni siquiera cuando estabas con los colegas allá en los 80. Probablemente la tenías tan olvidada (al fin y al cabo, tú ya tienes una imagen y una posición) que te sorprende escucharlo en boca de quienes te llaman abuela con toda la retranca del mundo.

Jambo es el nuevo tío, el nuevo pavo. Aunque lo de nuevo, claro está, es relativo. Su origen está en el caló, y es una palabra despectiva que usaban los gitanos para nombrar a los payos. Era de barrio, claro, muuuuuy de barrio. En aquellos donde payos y calés convivían, jambo acabó siendo usada también por los no gitanos por pura apropiación y compadreo. Y por el camino cambió de camisa para designar simplemente a una persona, a un fulano, a un tipo.

«Jambos, no os queméis», cantaba El Langui en Jambo loco con su grupo La Excepción, cuando vivía en Pan Bendito, un barrio madrileño con mucha miga, como lo definía el rapero. Pero mucho antes la recogía ya Ramoncín en su Tocho Cheli, que publicó en 1993. Allí aparecía también jamba, con el mismo sentido pero con una acepción más: «amante, queriente o encelada».

Los Z la han recuperado y la están limpiando de marginalidad, aunque sigue siendo muy de barrio. De barrio obrero, se entiende. Pero, caramba, qué raro se nos hace a los boomer curtiditos escucharla en las tiernas bocas de quienes, aunque de barrio, viven en una urbanización.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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