Un nuevo superhéroe ha nacido en la ciudad de Nueva York, y lejos de salvar a los ciudadanos de un ataque malvado, trata de hacerlo de ellos mismos. Es TrashMan. Cuando TrashMan camina por las famosas calles de la ciudad de los rascacielos, sus conciudadanos neoyorquinos observan a un hombre sonriente ataviado con un extraño impermeable transparente repleto de bolsillos donde colocar diversos residuos, diseñado por la artista ecológica Nancy Judd.
A medida que los días de su iniciativa van sucediéndose, el traje se llena de restos de todo tipo: envases de comida, cartones, botellas de plástico, papeles, envoltorios… Entonces TrashMan aparenta lucir músculos de basura por todas sus extremidades, lo que le otorga el aspecto real de un ser maravilloso. A su paso, las personas aumentan su apoyo al mismo tiempo que su historia llega a los medios de comunicación. «En todos los lugares a los que voy hay docenas de personas fotografiándome y haciéndome preguntas».
Entonces TrashMan utiliza su poder, que no es otro que el de la palabra que nace de la acción, para explicarles qué está tratando de transmitir. «Muchísimas personas me han dicho que les he servido de inspiración para acometer cambios de consumo en su vida diaria». Después de pasear por los lugares más concurridos de Nueva York, TrashMan vuelve a su morada con la sensación del deber cumplido, se quita el traje para dormir y lo limpia para evitar malos olores al siguiente día.
Estados Unidos crea unas 638.000 toneladas de basura al día. El dato parece demasiado rotundo y alejado, pero si dividimos el número entre las personas que viven en el país, nos da como resultado que cada estadounidense crea de media dos kilos de basura al día.
Rob Greenfield, un activista norteamericano, pensó que era necesario hacer reflexionar a los ciudadanos acerca de la enorme cantidad de restos que se originan diariamente y el impacto que tienen en el planeta. Para ello, decidió llevar un traje especial en el que ha colocado durante 30 días todos los restos de basura que ha producido en un día. En el caso de Greenfield, que genera algo menos de dos kilos diarios, acabará transportando al final de su iniciativa alrededor de 60 kilos de residuos.
Rob Greenfield explica a Yorokobu que su primer objetivo cuando inició esta acción fue el de colocar de nuevo la basura frente a las personas que la producen. «Una vez que la dejamos en la papelera o el contenedor, está fuera de nuestra vista y la olvidamos. Incluso muchos de nosotros hemos visto esas famosas fotografías en las que la basura navega sin rumbo en mares y océanos. Pero muy pocas veces admitimos nuestra conexión con esta situación. Este experimento trata de provocar un impacto visual en los consumidores, para que reflexionen acerca de todo lo que producen».
Y la tendencia, tal y como muestran algunos datos, es razonablemente preocupante. Entre 1950 y 2002, el producto interior bruto mundial aumentó un 716% y el comercio mundial lo hizo un 1.568%. Concretamente en Estados Unidos, la cantidad de desechos municipales se ha triplicado desde 1960.
La causa de este crecimiento exorbitado y descontrolado es el nulo compromiso para un consumo responsable en los países más desarrollados, además del crecimiento de la población mundial. Dejando a un lado las desigualdades obvias que campan a lo ancho del planeta y que precisan ser subsanadas, es evidente la necesidad de una mudanza en la cultura de consumismo que reina sobre la población mundial.
Es cierto que la importancia del reciclaje y su peso en la gestión pública ha crecido con fuerza en los últimos años. Pero esto no deja de ser un parche para Rob Greenfield, que espera que la promoción de este proyecto «inspire a los ciudadanos para realizar cambios cotidianos con el fin de crear menos residuos».
Esta idea conecta con la de Mark Boyle, un hombre de 36 años que en 2008 decidió no volver a usar el dinero. Boyle basa su acción en la creencia de que «el modelo político-económico del mundo occidental es tan insostenible que tirar los plásticos en el contenedor de reciclaje nunca va a ser suficiente».
De hecho, la industria del reciclaje se ha convertido en una de las más lucrativas en las últimas décadas hasta el punto de que a partir de 1970 este sector se considere, no sólo una actividad ambiental, sino también económica. Con estos datos, es razonable pensar que el reciclaje se ha convertido en una herramienta económica por encima de su fin ambiental, ya que parece claro que es imposible reducir el impacto humano en el planeta sin cambiar la cultura de consumo.
Greenfield tiene más proyectos en mente para tratar de concienciar a la sociedad acerca de los problemas de medio ambiente que el ser humano genera. Durante el próximo verano, cruzará Estados Unidos plantando huertos con el fin de potenciar el consumo de alimentos de producción propia.
El proyecto está abierto a todas las personas que deseen participar, y hasta el momento 150 han contactado con el activista para unirse a su ruta. Parece ser que TrashMan se convertirá en otro superhéroe el próximo año. Lo que sí tiene claro Robert Greenfield es que «los activistas deben utilizar la creatividad y los caminos positivos para atraer la atención hacia los temas importantes que afectan a la sociedad mundial».
Quizá ese sea el poder más potente de TrashMan: el de tratar de evolucionar y mejorar los procedimientos de la protesta social para que impacten en la conciencia ciudadana.