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Vivir del cuento

Érase una vez tres mujeres que tenían la cabeza llena de historias.

Sus trayectorias habían sido muy diferentes y sus caminos, distintos. Una, Rebeca Segovia, era filóloga hispánica y se declaraba enamorada de la literatura. Otra, Laura Virumbrales, era educadora infantil, artesana e ilustradora. Ambas tenían en común otra ocupación: ‘cuentacuenteras’. A ellas se les unió una periodista, Marta de la Aldea, que ya había trabajado escribiendo para niños y que también había cantado para ellos.
Las tres venían de caminos diferentes. Pero tenían una cosa en común que las unía con fuerza y que las hacía complementarse a la perfección: el amor por la palabra.
¿Es compatible ese amor por la narración, oral y escrita, con un mundo tan tecnológico como el que nos rodea? ¿Tiene sentido la palabra sin artificios en un universo tan mediatizado? Sin duda. «Es precisamente en este contexto tecnológico y frío donde la narración oral adquiere un papel fundamental. No hay pantallas, micrófonos ni altavoces. Ni siquiera cuarta pared como en el teatro. El narrador mira a los ojos del que escucha y capta su atención y sus emociones. Le lleva con él a un mundo recreado por las palabras del que, durante el tiempo que dura la historia, ambos son partícipes y cómplices y, a la vez, totalmente libres de crear y recrear en cada imaginación particular», opinan las tres creadoras al alimón.
El público tiene ganas de escuchar historias. «La gente acude a contadas orales, a los niños les sigue gustando que les cuenten cuentos. La gente va mucho al teatro aunque no lo parezca. No es raro porque vivimos de comunicarnos y al fin y al cabo es lo que hacemos: comunicar».
«Esta ancestral forma de comunicación es el primer contacto que todos, de niños, tenemos con el mundo de la fantasía y los sueños, y, no es solo importante, es imprescindible para nuestro desarrollo y nuestro aprendizaje», aclaran.

«Un mundo tan mediatizado, tan tecnológico, con tantas barreras, está muy necesitado de algo verdadero. Y no hay nada más verdadero que la palabra desnuda dicha por una persona (el narrador) que, al exponerse al público, también se desnuda y queda al descubierto», expresan convencidas.
De esta manera y con esta filosofía por bandera, hace tres años nació Traspalabradas. Primero fue un blog donde «dar salida a todas esas historias, tanto en palabras como en imágenes, que teníamos en la trastienda de nuestros discos duros». Pero al poco tiempo quisieron dar un paso más, convertir ese afán de contar en una profesión, y ofrecer esos cuentos a quienes quisieran hacer de ellos un regalo artesanal y único. «Enseguida recibimos los primeros encargos y, casi sin darnos cuenta, habíamos dejado de tener tiempo de crear historias para el blog y solo escribíamos cuentos personalizados».
Esta nueva faceta se unía a otro proyecto que ya tenían en marcha desde hacía cuatro años, junto con Pilar Galindo: el grupo de narración oral para adultos ‘Las hijas de Bernarda’. Luego llegaron los talleres de creatividad. Y todo en torno a la palabra.

Con Traspalabradas querían ofrecer un relato y unas ilustraciones donde los protagonistas «se vean reflejados, se reconozcan y se sientan protagonistas de la historia de su vida o del cuento de hadas que siempre soñaron». De esta manera, construyen un relato único, que no se repite, como tampoco son repetibles las personas a quienes van dedicadas las historias.
«En el proceso de creación de la historia establecemos una comunicación continua con el cliente para captar cómo son las personas a las que va dirigido el cuento. De esta manera podemos construir los personajes con esos rasgos propios que los caracterizan; con su personalidad, sus gestos particulares, aquella frase que dijo una vez…», explican.
No buscan lo recargado ni lo complicado. Por eso el diseño de su producto final es sencillo, no es lo que prima. «Intentamos, eso sí, que sea coqueto, manejable y duradero, aunque con un punto de delicadeza y fragilidad para que se guarde con cariño, como algo único. Queremos dar artesanía porque está encuadernado a mano y si consideramos la artesanía como algo tradicional, pues sí, queremos ofrecer también eso», aclaran. «Y si consideramos el libro (físico) como algo tradicional, apostamos por ello, por ofrecer la historia particular, el cuento exclusivo en un formato que se pueda guardar para toda la vida, junto a todos esos objetos con significado propio», nos dicen.
Siguiendo esa filosofía de lo sencillo, sus herramientas son también simples. «Contamos fundamentalmente con nuestras tres cabezas, de donde salen las ideas y las palabras, que es lo que consideramos fundamental; un pequeño taller de encuadernación en el que muchas de las herramientas son artesanales y una mesa de mezclas para grabar las locuciones». Porque no solo escriben e ilustran los relatos ellas mismas. También les ponen voz, si así lo pide el cliente. «En cuanto a la ilustración, mezclamos medios digitales con materiales tradicionales, utilizándolos conjuntamente o por separado, en función del tipo de historia y la clase de ilustración».

Entre las tres se reparten el trabajo de creación. Quienes contactan con ellas buscando una historia personalizada les dan unas pautas sobre qué quieren que se cuente en ese relato. Para ello, se le envía al cliente un sencillo cuestionario «para que nos cuente qué quiere ver reflejado en la historia, cómo son los protagonistas, qué tipo de historia ha imaginado». Cuantos más datos, cuantos más detalles se aporten, mejor. «A partir de ahí, dividimos el trabajo, porque cada una tiene un estilo distinto, y empezamos a crear sin demasiadas reglas. A cada persona le corresponde una historia que ni nosotras tenemos clara de antemano. Se empieza a tejer y se cose o descose según lo va pidiendo la historia».
Las temáticas, pues, son variadas y dependen de cada encargo. «No tenemos límites. Si nos piden un estilo en especial (no suele ocurrir) nos ceñimos a eso. Nosotras solo ordenamos palabras en una historia. O construimos una historia a partir de una vivencia, un detalle, un suceso especial… No hay límites. Ni los ponemos ni los queremos».
No escriben solo para niños. Las historias que inventan van dirigidas también al público adulto y al adolescente e incluso para bebés. A cada público adaptan el relato.
Si son cuentos para niños, «más que moraleja o personajes clásicos (tipo princesas, brujas y sapos encantados), buscamos una estructura con ciertos elementos que se repiten, que se acumulan o que aparecen en un número determinado a lo largo de la historia. No se trata de cambiar el tono de voz al hablar con un niño, se trata de buscar la manera adecuada de contarle las cosas».
¿Y para bebés? ¿Cómo se construye un cuento para bebés? «No podría decir cómo se cuenta un cuento a un bebé, lo que sé es que tienes que bajar al suelo, ponerte a su nivel… te lo tienes que pasar muy bien, tienes que disfrutar contándolo, y entonces él o ella disfrutarán», comenta una de ellas.
Con los adolescentes la historia es diferente. El reto está en conseguir engancharles, que te presten atención. «La selección de historias es muy importante, no vale cualquier cosa. El humor funciona muy bien con ellos, cuanto más irreverente y canalla, mejor. Pero cuando ya están entregados y metidos de lleno en la contada, un buen relato será mejor acogido por un adolescente que por un niño o un adulto». Lo que las tres creadoras tienen muy claro es que el éxito está en no tratarles como tontos que se pueden tragar cualquier cosa. Dejarles muy claro que se les respeta como público.

Decir qué debe tener una historia para ser buena es complicado. Pero las tres creadoras de Traspalabradas tienen claro qué es lo que no debe tener: una moraleja explícita. «Creo que no nos deben dirigir ni desvelar qué tenemos que sentir o pensar. Grandes y pequeños, tenemos que ser libres para sacar nuestras propias conclusiones», asegura una de ellas. Un buen cuento puede enseñarte algo, sí, pero debe hacerte pensar, sentir… transmitir. Comunicar, en una palabra.
La pregunta final es obligada: ¿se puede vivir del cuento? «Con mucha dificultad», reconocen, «y teniendo en cuenta que vivimos en un mundo donde se recorta en cultura y en educación, donde la parte artística del currículo escolar está siendo exterminada y donde se nos encamina, desde pequeños, a ser parte de una cadena de producción, sentir está mal visto y pensar, casi prohibido».
Y colorín, colorado, este cuento aún no se ha acabado.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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