Nic Pizzolatto, el creador de True Detective, es un ejemplo del artista que desafía al público y, a pesar de ello, triunfa. La serie protagonizada por Matthew McConaughey (Cohle) y Woody Harrelson (Hart) es arriesgada desde la concepción.
Circulan por las redes sociales frases como «conoce a tu público», «satisface a tu público» o «el público es tu cliente». Consejos válidos para los empresarios, pero no para los artistas.
El artista cuyo pago de la hipoteca no depende del mercado o vive con un trabajo no artístico debe plantearse a quién ser fiel: a la obra o a los demás. Parece obvio que el artista que quiera sobresalir no debe seguir tesis mercantilistas, tan castrantes. Siguiendo el mercado no se llega lejos; se es una gota más.
Nic Pizzolatto, el creador de True Detective, es un ejemplo del artista que desafía al público y, a pesar de ello, triunfa. Que HBO haga posible True Detective no resta méritos a Pizzolatto. ¿Cuántos artistas trabajan con una estabilidad económica y sin embargo ofrecen productos ramplones, clónicos?
A continuación, se verá una serie de puntos sobre la singularidad de True Detective contra el mercado actual de series.
UNA HISTORIA DE TÍOS BLANCOS
True Detective es una historia de dos tipos en un lugar y una época que dan poca relevancia a las mujeres. Ellas son esposas sufrientes o prostitutas o amantes adultescentes o víctimas. Aquí no hay una forense precisa ni una oficial de policía sagaz. Esto provoca que la crítica más extendida contra la serie sea que es misógina. Sería extraño que Pizzolatto no hubiera reparado en ello y doctores de guion tiene HBO para observarlo.
Sin embargo, Pizzolatto opta por mantener la coherencia de la obra. True Detective son las voces de los personajes masculinos, en permanente dualidad, con sus mentiras y tergiversaciones. Y como hombres, ignoran el universo femenino, de la misma manera que para Don Quijote las mujeres eran doncellas a las que rescatar. El polo opuesto estaría representado por series como Orange is New Black o Sex in the City, donde los hombres son comparsas.
La breve interrupción de la esposa de Hart solo aclara por qué ambos detectives se distanciaron; ella no interfiere en el debate ideológico ni la trama ni el tono. Para cuando ocurre la infidelidad de la esposa de Hart, ambos detectives ya están distanciados.
NO ES OTRO ESTÚPIDO ENTRETENIMIENTO
Las primeras noticias sobre True Detective hacían pensar —al menos para quien escribe—, en una buddy movie alargada (una comedia de colegas policías). Allí estaban McConaughey y Harrelson, habituales de películas ligeras, como protagonistas de un procedimental.
Pizzolatto rompe las expectativas del consumidor voraz de policiales industriales desde los créditos. McConaughey y Harrelson no habían sido contratados para hacer reír.
EL FINAL
Desde el primer plano, Pizzolatto ofrece un caramelo al espectador culto y ateo con Rust Cohle: es brillante, absorbente, lapidario. Por otro lado, Martin Hart es presentado como un estereotipo: casado, cristiano, borracho e infiel. De alguna manera, Cohle aparenta mayor integridad que Hart. De hecho, Cohle se arrepiente pronto del sexo con la esposa de Hart, por lo que lo coloca unos peldaños por encima de su compañero. Pero esto es un guantazo de Pizzolatto: nadie es mejor que nadie, viene a decir.
Más adelante, un mazazo en la última escena: Rust Cohle, adalid del racionalismo, azote de la religión, comenta que ha visto otra realidad… al margen de la física, una substancia cálida, profunda, donde su padre y la hija le esperaban. Cohle elude la mención a Dios, pero el espectador relaciona las palabras con la imagen popular de la subida al Cielo.
Pizzolatto hace una jugada valiente al permitir la transformación de Cohle. Lo fácil, lo complaciente, con los admiradores de Cohle, hubiera sido mantener a Cohle en su nihilismo. Los ateos, que también recurren a profetas y tenían a Cohle como tal, consideran esto una tergiversación del personaje. Sin embargo, hay una coherencia dramática: Cohle ha estado a punto de morir. En un estado así, cualquier personaje se replantearía su vida, al menos por un tiempo. (Tony Soprano escapa de la muerte en la sexta temporada y se replantea su vida, aunque pronto vuelve a su ser).
Pizzolatto no cae en maniqueísmos, no pretende agradar a los ateos ni a los creyentes. Como todo intelectual valiente, expone distintas voces, distintos personajes, con igual respeto, y abre un debate. Esto no es frecuente. El intelectual que se debe a una causa ofrece obras unidimensionales, cojas, mostrando a «los otros» —los que piensan distinto al artista— como dementes, tarados o estúpidos. El rigor intelectual exige la exploración.
Es probable que las críticas al final no tengan tanto que ver con una supuesta incoherencia dramática —que no la hay—, como con el hecho de que la espiritualidad como objeto de debate o reflexión molesta en cualquier expresión del arte contemporáneo.
LA CORRECCIÓN POLÍTICA RARA VEZ HACE BUENAS HISTORIAS
Al final parece que los ateos se comportan como la protagonista de Bailando en la oscuridad ante los finales de las películas: quieren ignorar la transformación de Cohle; se quedan con el Cohle «original». Por otro lado, los creyentes se quedan con el Cohle que mira a las estrellas. Las mujeres que protestan por la misoginia reconocen haber visto todos los capítulos con interés creciente. Y los creyentes de HBO, otra religión, se sienten satisfechos por haber asistido a los comienzos de una nueva mitología.
Y todo ello, no siguiendo las leyes del mercado, sino atendiendo a las necesidades de la obra, lo que demandaban los personajes. Pizzolatto escogió la fidelidad a la obra en lugar de complacer a grupos de presión o atender a requerimientos políticamente correctos. El resultado es una obra compacta, coherente consigo misma, personalísima. Pizzolatto se convierte así en ejemplo de la tesis de Alan Moore sobre qué es un artista:
«No es el trabajo del artista darle a la audiencia lo que la audiencia quiere, Si el público supiera lo que necesita, ya no sería el público, sería el artista».
Las palabras de Moore se oponen a expresiones como «agradar al espectador», «escribe para tu nicho de mercado», «el espectador es tu cliente». Y sin embargo, funciona.