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‘Twin Peaks’ 3×08: Cien por cien Lynch

Inocente. Receptivo. Atento. Así conviene entrar en el capítulo 8 de la tercera temporada de Twin Peaks. El guion de David Lynch y Mark Frost invita a la audiencia a una experiencia con un lenguaje poético.

Inocente: sin haber leído ni visto una imagen, ni sabido del contenido. Receptivo: predispuesto a dejarse llevar de la mano por Lynch. Atento: sin apartar los ojos de la pantalla. Requisitos necesarios para interiorizar el malestar por el origen del mal en el universo de Twin Peaks. Para Lynch y Frost es el resultado de un hecho histórico: la detonación del primer arma nuclear. Ocurrió el 16 de julio de 1945 en Nuevo México. Nombre en clave: prueba Trinity.

‘Tempo’ Lynch: el arte de crear molestia

Hemos visto en películas y documentales, en blanco y negro, el hongo nuclear resultante de la detonación. Planos que apenas duran unos segundos. Funcionan como testimonio histórico y no dramático. Brevedad que no sugiere la devastación ni el terror que provocó. En aquel momento, Robert Oppenheimer —conocido como «el padre de la bomba»— recordó con amargura un fragmento del texto sagrado indio Bhagavad Gita:

Me he convertido en muerte, en la destructora de mundos.

El Lynch director sigue un proceso para trasladar el temor atómico. Tras la muerte y resurrección del Cooper malo retrocede al momento de la explosión. Filma el desierto de Nuevo México con un blanco y negro que recuerda a una película de serie B de terror de los 50. Tras la detonación mete la cámara en la boca de la explosión. Emplea ruido y color. Mantiene el plano hasta que considera que ha cumplido su función de molestar al espectador.

A la explosión le sucede una gasolinera solitaria de la que sale humo. Trabajadores rudos con la cara ennegrecida se mueven alrededor de los surtidores, entran y salen del local. (Ellos resucitan al Cooper malo al comienzo del episodio). Estos hombres no se marchan a sus casas ni a sus trabajos. Caminan en círculos. Como coches que se calan continuamente. Sugieren el desconcierto y el terror que sucedió a la aparición de la bomba atómica.

Ambas secuencias-planos plantean una duda: ¿Lynch cronometra cuánto tiempo puede el público centrar la atención en un plano molesto y/o desconcertante? En cualquier caso, consigue sus propósitos.

Lovecraft en Lynch

Una figura humana suspendida en el aire vomita una sustancia viscosa —ecos lovecraftcrianos—entre la que está el huevo que contiene a Bob. El mal. Los líderes sociales o espirituales aparecen si el ambiente es propicio. La bomba atómica crea el ambiente para Bob.

Laura Palmer, Cristo lynchiano

Lynch sabe manejar los tiempos y los tonos. Al ruido y la furia sucede un mar embravecido que sin embargo sugiere tranquilidad. Con el plano, el director nos sitúa en la sala de espera (el purgatorio lynchiano).

En medio del agua, una fortaleza brutalista al estilo de la Metrópolis de Fritz Lang. A través de un ventanuco nos lleva a una sala donde se escucha en un gramófono una pieza creada por Lynch: Slow 30’s Room. La mujer es la señorita Dido. La imagen ha pasado del blanco y negro sucio a un blanco y negro refinado acorde con el ambiente de lujo de una época pasada en el que sobresale una campana con antenas e indicadores. Ecos de una época anterior a la explosión atómica, pero en la Sala de espera el tiempo es ajeno al tiempo terrestre.

La campana resulta ser una alarma. El Gigante mira a cámara pero no mira al espectador. La mirada que Rouben Mamoulian pidió a Greta Garbo para el final de La reina Cristina de Suecia: «mirada de nada». Tras parar la alarma el Gigante mira en una pantalla los hechos sucedidos: la explosión, los hombres en la gasolinera y la llegada de Bob a la Tierra. Eleva su cuerpo y emite una sustancia luminosa de la que surge una esfera luminosa. Crea el antídoto a la sustancia viscosa y el huevo del mal. Dentro de la esfera está Laura Palmer. La señorita Dido besa la esfera y la envía a través de un tubo a la Tierra.

Lynch y Frost sugieren que Laura fue creada a fin de revelar la naturaleza de Bob. Laura es el Cristo lynchiano que muere para salvar a la humanidad del pecado de Bob.

El apostolado del mal

Tras el interludio que muestra la cura, Lynch vuelve a Nuevo México. A 1956. Al blanco y negro de serie B. De una piedra-huevo surge una criatura híbrida: mitad saltamontes —quizá, langosta— y mitad rana. Plagas bíblicas. Como Bob.

La pequeña trama de los jóvenes recuerda aquellas historias en las que tras el beso llega el monstruo y así ocurre. El monstruo híbrido se introduce en la joven. Ella es la primera víctima de Bob, que pervive como parásito transmitiéndose de cuerpo en cuerpo.

Antes, los hombres de la gasolinera actúan como apóstoles del mal difundiendo la palabra a través de una cadena de radio:

Esta es el agua y este es el pozo, bebe hasta saciarte y baja.
El caballo es el blanco de los ojos pero oscuro en su interior.

La frase provoca el aturdimiento de quien la escucha. Una arenga para aquellos que temen la carrera nuclear en la que Estados Unidos y la URRS se embarcaron. El mal que alimenta el miedo para hacernos vulnerables. El caballo blanco anuncia la muerte en el universo de Twin Peaks. Uno de los caballos del Apocalipsis. Bob es un falso profeta.

Un episodio irritante para no iniciados. Fascinante para los seguidores. Prescindible para unos. Necesario para otros. El corazón de las tinieblas del universo Lynch-Frost.

Por Javier Meléndez Martín

Soy guionista desde 1998. He trabajado en producciones de ficción y programas para Canal Sur, ETB y TV3.

Co-escribí el largometraje para televisión Violetas (Violetes), una película para Televisió de Catalunya, Canal Sur Televisión y Canal 9. (2009).Violetas consiguió dos premios y dos menciones.

Imparto talleres de guion desde 2010.  Ahora, en Portal del escritor.

Puedes leer mi blog La solución elegante (recomendado por la Universidad Carlos III de Madrid para estudiantes de guion).

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3 respuestas a «‘Twin Peaks’ 3×08: Cien por cien Lynch»

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