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Un Lego a 24 kilómetros sobre el nivel del mar

O por qué esos proyectos de ciencia en institutos de secundaria de América del Norte molan tanto. Luego los chicos, salen como estos, que en lugar de embarcar balones en azoteas, ponen muñecos de Lego en la estratosfera. Matthew Ho y Asad Muhammad pensaron que ya eran mayores para seguir jugando con figuritas. Así que cogieron uno de sus Lego, 400 dólares, y lo mandaron a la aventura más apasionante de su plástica vida.

El caso podría servir ciertamente para llamar la atención acerca de el poco empeño que se pone en España hacia el «emprendimiento científico», hacia una actitud inquieta qee sea capaz de trascender límites tecnológicos en plazos previos a los que nos corresponden. Sin embargo, nos quedaremos en la bonita historia de los estudiantes canadienses.

Matthew y Asad son dos chicos que tenían tiempo libre los sábados. Decidieron que era mucho mejor hacer algo de provecho que pasar el día en el aparcamiento de un Wendy’s. Ni siquiera necesitaron que los obligaran en su instituto. Hace dos años, el primero vio un vídeo del MIT en el que unos estudiantes hacían algo similar. Un poco de inquietud hizo el resto.

Comenzaron el proyecto hace cuatro meses. «Hacíamos esto en la mesa de la cocina. La gente pasaba y nos veía y preguntaba. «- ¿Qué hacéis?». «Vamos a enviar unas cámaras al espacio», cuenta Ho a The Star. Esas miradas de incredulidad se convirtieron en ojos como platos cuando las cámaras y el muñeco de Lego, unidos al globo que los elevaba, comenzaron a ascender. Perdieron las señal GPS a 7 kilómetros de altura. Un par de horas después el iPad en el que se recibía dicha señal volvió a avisar. Lo que quedaba del lanzamiento estaba a 122 kilómetros del punto desde el que se había lanzado. “Nunca pensamos que nos fuera a salir tan bien,” dice Ho. Un pequeño paso para un Lego, un gran paso para los juguetes que pueblan el mundo.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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