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Cuestión de estado (una canción de jazz)

Se conocieron en La mujer y la trompeta, un espacio sin más (ni menos). Sin más estructura que un escenario, una barra y mesas con secreto; ni menos que un local de jazz que únicamente tenía sentido aquella noche. Era más bien una idea planteada por un conocido común en su muro (tan social como virtual). Ella andaba buscando un argumento perdido en algún siglo anterior. Él no era consciente de estar buscando nada. Ella surgió de un comentario nostálgico sobre La mujer y la trompeta. Él, seducido por la nostalgia ajena descubierta por una alerta en su pantalla, entró en escena. Cuando se encontraron, era tarde, tarde para arrepentirse, para volver atrás, para poner cara de póquer o para jugar al despiste.

Aquella noche ambos hicieron un paréntesis en sus vidas. Habían abandonado sus escaños, organizados para dejarse seducir por las letras de una abstracta y canalla inquietud común. Al principio había más gente opinando alrededor, pero la realidad les fue retornando a su situación… Rita, la camarera, que parecía salida de una película de serie C (jamás rodada), les miraba y atendía con la complicidad de alguien que sabe que existe porque él y ella se han conocido. Cuando por fin se quedaron solos, Nelson y Marley, dos jazzistas (pintados por otro sin técnica en un cuadro decorativo sin más pretensión) salieron al escenario (en penumbra por falta de presupuesto) a poner melodía a la seducción.

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Fotografía de William Claxton

El encuentro no fue casual. Ambos, él y ella, llevaban tiempo moviéndose por distintos estados, sin horarios, para buscar el contexto de las ideas que no paraban de producir últimamente. Les unía un sueño ligero: despertar de pronto a las tres de la mañana impulsados por una comedura absurda de tarro.

Pensamientos estancos que pedían a gritos espacio y autonomía. Y ahora, ella y él se habían convertido en pensamiento común para ocupar un contexto, en principio, del conocido que los vinculó, que convertirían en propio el final de esta historia sin más (ni menos).

A medida que iban dando huecos a las ocurrencias y verbos no verbalizados, sabían que ‘aquello’ ganaba enteros y perdía extremos. Se consideraban personas o personajes libres de prejuicios y convencionalismos, pero el deseo es común a todo ser con cabeza y extremidades y, por mucho que se empeñaran en estar por encima, la gravedad les anclaba inevitablemente al suelo. Sin embargo, preferían hacerse los locos de momento.

Y Rita, a lo suyo, sirviendo en bandeja las necesidades entre hielos y cortezas de limón. Nelson y Marley, sencillamente, disfrutaban de este pedazo de realidad ficción que él y ella les habían brindado y que les hacía sentir que sí pintaban.

La noche iba a quedarse corta. Lo sabían. Pero como la complicidad ya era un bloque, se atrevieron a transgredir y preguntarse a sí mismos. La respuesta nunca la pronunciaron. No hacía falta, estaba en la melodía de Nelson y Marley, en las copas contextuales de Rita, en la noche, en las miserias de las estructuras, en el deseo. Así que no, no la pronunciaron, pero se la bebieron, la notaron, la escribieron.

Mucho tiempo después…

Nelson y Marley tocan por su cuenta. Rita sirve contextos en bandeja sin plata. Pero nadie sabe nada ni de él ni de ella. Salvo él y ella (Nicola y Pol), que tras lograr en equipo escapar de la huida perenne, han decidido quedarse para no volver a quedarse, sin más. Porque qué menos, claman, que saber estar en el lugar adecuado por uno mismo: el estado de la imperfección.

Dani Seseña es autor del blog Periodismo Ficción

Imagen de portada de Craig Sunter, reproducida bajo licencia CC.

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