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Universal Aunts, el Glovo de los años 20 donde solo trabajaban solteronas

«Voy a deciros algo terrible. Solo una de cada diez de vosotras se casará. Y no es una predicción mía. Es un dato estadístico». Eso advertía en 1917 la directora de un instituto femenino en Bournemouth, Reino Unido, a las alumnas que empezaban el curso. «Casi todos los hombres que se podían haber casado con vosotras están muertos», sentenciaba. Parece mórbido, pero era más bien una recomendación pragmática.

La cita la recoge Virginia Nicholson en Ellas solas. Un mundo sin hombres tras la Gran Guerra y captura una realidad histórica inesperada que tuvo importantes consecuencias en la liberación de la mujer: las elevadas bajas en los campos de batalla de la I Guerra Mundial —a las que luego se sumaron las causadas por la epidemia de gripe— crearon una fractura demográfica. Esas chicas que estaban llamadas a casarse en esos años tal y como funcionaba la sociedad se encontraron con que, aunque quisiesen hacerlo, no siempre podían.

Como insistían entonces los periódicos de los países que habían participado en la contienda, no había novios suficientes. Los cálculos que hacían los periódicos británicos era que dos millones de mujeres no tendrían más remedio que quedarse solteras. Lo trataban como una gran tragedia —no por nada las llamaban las mujeres del excedente—, pero esto permitió que durante los años 20 y 30 emergieran nuevos modelos de mujer.

Los avances en la lucha por los derechos de las mujeres ya habían sentado las bases para la aparición de la «mujer moderna», el nuevo prototipo femenino que se asentó en los años 20, pero la realidad de la posguerra hizo que muchas de esas chicas abrazasen nuevas maneras de vivir. Como explica Nicholson, entraron en el mercado del trabajo, abrazaron nuevas profesiones e incluso se inventaron otras, como fueron las «tías universales».

«Importa poco qué trabajo sea —encontrarse con niños en una estación de tren, cuidar a tus mascotas o comprar el trousseau para una novia—, las tías verán que se haga. Es su negocio», resume en una breve noticia en noviembre de 1922 The New York Times el trabajo que hacían estas tías universales en el Londres de entreguerras. Entonces, en la empresa de reciente creación ya trabajaban 165 personas.

Universal Aunts era una compañía que ofrecía tías «profesionales». Gertie Maclean tenía 37 años en 1921, un montón de sobrinos y sobrinas —era la tía favorita— y estaba soltera. En las Navidades de ese año se empezó a plantear su futuro, como recoge Nicholson, y, de su experiencia vital, surgió su idea de negocio (aunque, eso sí, lo montó con pseudónimo, Safara Fort; quizás porque era de clase alta y el trabajo remunerado hacía perder relumbrón o quizás porque su identidad ficticia —de una mujer recién llegada desde la India— le daba un lustre extra). Sus tías universales empezaron a operar al año siguiente desde la parte trasera de una zapatería, pero, como recoge Kate Herbert-Hunting en Universal Aunts (el libro que dedicó en los años 70 a la iniciativa), pronto ocuparon más espacio.

El negocio no era solo una vía para que Maclean encontrase qué hacer: como ella misma le explica a su abogado en las cartas en las que habla de montar la empresa, de la guerra las mujeres han salido «deseando que continúe la independencia», pero también «en muchos casos, con necesidad de ingresos extra». Esto es, todas esas mujeres abocadas a ser las tías solteras de alguien podrían serlo ahora de forma profesional y ganando un dinero por ello. No todas las mujeres que trabajaban para Universal Aunts eran solteras, como apunta Nicholson, pero muchas sí porque era una salida perfecta para esas «mujeres del excedente» que necesitaban encontrar un trabajo.

Las tías universales eran «damas de irreprochables antecedentes» que podían hacer prácticamente de todo. Los anuncios hablaban de cuidado de niños, carabinas, amueblado de casas, compras «para las colonias» o trabajo de investigación. De hecho, como apunta Herbert-Hunting, en los años 20 se había puesto de moda la decoración de interiores y las tías fueron solicitadas como guía de lo que era adecuado o no.

No era lo más raro que podían hacer: una madre las contrató para que ayudasen a su hijo universitario, que no era capaz de enfrentarse a su casera, y otra tía universal viajó desde Londres a Verona llevando la pistola que les habían pedido que comprasen desde Italia. Podían catalogar bibliotecas, cuidar a una mangosta mientras su dueño pasaba una semana fuera del país o hacer las compras de Navidad (y escoger los mejores regalos).

Servir como compradoras a distancia para quienes desde Europa querían hacerse con productos de las tiendas de Londres era uno de sus trabajos: si querías algo de Harrod’s, las tías iban a comprarlo por ti y te lo mandaban. Incluso, las tías universales se ofrecían como guías para los extranjeros que necesitaban hacer compras en Londres o —agencias de estudios antes de tiempo para las clases altas— a encontrar familias de confianza a las que mandar a sus hijas a vivir allí mientras pasaban la temporada en Londres. Por eso, abrieron oficinas en París o, como apunta el libro Universal Aunts, en Madrid.

También acompañaban a los niños que volvían del colegio rumbo a casa de vacaciones cuando tenían que hacer cambios de trenes (no solo ayudaban en sus viajes a los humanos, también lo hacían con los animales, como un loro verde que tenía que coger un tren en la estación de Euston). A finales de los años 20, tenían hasta un departamento de «coches y aire», que no solo te ayudaba a comprar un coche, sino también a acceder a lecciones de conducir ¡y de vuelo!

Pocas eran las cosas que no hacían. «No damos consejos en asuntos legales, médicos o financieros y no hacemos trabajos de detective. ¡Y no somos, salvo de forma involuntaria, una agencia matrimonial!», decía a finales de la década Emmie Story Faulder, la segunda de a bordo de Maclean.

La empresa no desapareció con el fin de los años 20. En los años 30 sus responsables reconocían que habían visto cómo aumentaban las cifras de mujeres que venían a pedir trabajo (a la crisis económica global se sumaba que en Londres vivían cada vez más refugiadas europeas que necesitaban una profesión). En los años 70, cuando Herbert-Hunting escribió su libro, las tías universales aún operaban en Reino Unido (y ya había también tíos), y una rápida búsqueda online demuestra que todavía hoy se puede contratar a una tía universal. Ahora, la empresa británica está especializada en la asistencia personal (desde limpieza a cocina).

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