Ni el teatro del absurdo, ni el de la crueldad, ni el épico. El género teatral que más pasiones y críticas ha suscitado es el de las variedades. Para algunos es una expresión de cultura popular con mayúsculas del que han bebido otras muchas artes. Para otros, una sucesión de números inconexos y decadentes en los que reina la sal gorda, el machismo, lo incorrecto y la chabacanería.
Tal vez sea justamente el no dejar a nadie indiferente donde radique su grandeza y atractivo, pero lo cierto es que, décadas después de su época dorada y tras ser arrinconadas por espectáculos más baratos (en el más amplio sentido de la palabra) como la televisión, las variedades siguen estando presentes en nuestra sociedad.
Ejemplo de ello es Varietés, un libro firmado por Rafael Doctor y Juan Sánchez, en el que se recopilan decenas de fotografías de estudio de estrellas anónimas que un día brillaron en el mundo de las variedades.
Pero a todo esto, ¿qué son las variedades? Para aclararlo, nada mejor que recurrir a Juan José Montijano Ruiz, doctor por la Universidad de Granada y autor de una amplia producción bibliográfica sobre el tema. Según este expreto, las variedades serían «un supragénero que engloba en sí múltiples disciplinas del espectáculo, ya que, en cualquiera de sus manifestaciones tienen cabida el baile, la magia, el circo, la comedia de sketches, la ventriloquía, el escapismo, la copla, la canción ligera…».
En definitiva, una forma de entretenimiento «multidisciplinar», «poliédrico», un género de géneros al que le encaja mejor el prefijo «supra-» que el «sub-» que tantas veces le han adjudicado.
Sin embargo, esta frondosidad de disciplinas provoca que en ocasiones sea complicado delimitar qué es y qué no es el género de variedades y confundirlo con otros fronteros a él o que han surgido en sus orillas, como la revista, el género chico, el ínfimo o el frívolo. Montijano Ruiz nos lo explica.
Juan José Montijano Ruiz: Erróneamente tendemos a identificarlo todo como si fuera lo mismo, pero no es así. La revista, por ejemplo, es un supragénero que goza y bebe de la influencia de otros como el cabaré, el music-hall, el cuplé, la zarzuela, el sainete, el vodevil, el café cantante y el musical neoyorkino o londinense, conformando toda una pangea que lo viene a definir como el supragénero que hoy todos conocemos.
Yorokobu: Y el género chico, ¿qué sería entonces?
JJMR: En realidad, el género chico no es tan chico, dada la grandeza de sus libros y su música. Surge como contrapunto a la zarzuela grande, ofreciendo cuatro funciones de una hora en múltiples teatros, es lo que se llamó el «teatro por horas». Por ejemplo, obras como La verbena de la Paloma o La revoltosa pertenecen a ese mal llamado «género chico».
Y: Y finalmente, ¿qué son el género ínfimo, el frívolo y aquel que tiene el nombre más llamativo y tentador: la sicalipsis?
JJMR: El género ínfimo es el vulgarmente denominado cuplé. Se denominaba ínfimo por la picardía de sus letras, no por sus melodías, que eran maravillosas, y porque estaba muy mal visto en determinados sectores sociales.
Lo frívolo puede englobar tanto a la revista como a la opereta y a la comedia musical en tanto en cuanto consideremos «lo frívolo» como algo sin importancia, sin aparente complicación.
La sicalipsis es el común denominador de muchos de ellos, esto es, la inclusión del elemento sexual desde la perspectiva de la picaresca y hasta de la chabacanería.
El componente sexual más o menos sugerente fue uno de los alicientes del género de variedades a lo largo de su historia. Un elemento que lo convertía en un género muy apreciado por el público en épocas en las que la situación política, la censura y el poder religioso establecían férreas restricciones. Un hecho que, por otra parte, tal vez explique su decadencia en la época actual en la que no existe semejante represión.
Y: ¿Podríamos afirmar que el género de variedades es un espectáculo que funciona mejor bajo situaciones políticas y sociales adversas?
JJMR: Pienso que no. Las variedades, desde el último tercio del siglo XIX nunca han dejado de programarse en distintos teatros, locales y salones. Su popularidad ha sido tanta que ha sobrevivido a cualquier clase de régimen político: monarquía, república, dictadura, democracia, guerra, posguerra, «pertinaz sequía»… y aún perviven en la actualidad. Eso sí, no como el mismo clamor y popularidad que alcanzó a finales del XIX e inicios del XX, porque la cultura audiovisual proporcionada por la televisión ha echado para atrás muchos géneros de entretenimiento que han venido a introducirse en el mismo. ¿Qué son sino los programas de José Luis Moreno? Las variedades del siglo XXI.
Y: Entonces, si no depende de situaciones políticas, ¿cuál crees que es la razón de que ahora se cultive menos este género?
JJMR: Realmente lo que ha evolucionado ha sido la sociedad y sus gustos. Las mismas disciplinas de variedades que había a principios del siglo XX las hay hoy. Esto es, atenuando el éxito de muchas de ellas porque ya no gustan o simplemente no se cultivan. Es lo que pasa con el cuplé, que tanto éxito tuvo en el primer tercio del siglo XX. Frente a ello, la copla, la magia, el ventriloquismo, los números circenses, los eróticos, la canción, etc. Continúan funcionando lo mismo que lo hacían entonces. Lo que ha cambiado ha sido la sociedad y sus gustos.
Sea como sea, hubo una época en la que la sociedad española gustaba mucho, pero mucho, de las variedades. Tanto, que había toda una industria desarrollada entorno a ellas. Teatros, sastres, pintores de carteles, escenógrafos, coreógrafos, logopedas, profesores de canto, orquestas y, cómo no, fotógrafos cuyas instantáneas servían tanto para que el artista encontrase trabajo como para que el empresario promocionase su espectáculo.
JJMR: Las fotografías de estudio eran lo que hoy se conoce como el book del artista, esto es, una forma de darse a conocer, de publicitarse ante el público y el consiguiente empresario. Qué duda cabe de que la fotografía de las marquesinas de los teatros, antes y ahora, e incluso las pinturas murales que se hacían, eran un certero reclamo para el espectador. Los empresarios conocían de sobra lo importante que era el aparato publicitario para acaparar espectadores. De ahí que no reparasen nunca en publicitar con enormes portadas a sus llamativas vedettes o realizasen afiches publicitarios, como aquellos que inventó Chen Tse-Ping, valederos para canjear por un tanto por ciento la entrada y así esta saliese más barata al espectador. También estaban los grandes carteles en las fachadas de los teatros. Se cuenta al respecto que, en Sevilla, una de las múltiples compañías que tenía Colsada había colocado en una fachada una figura gigante de la supervedette Gracia Imperio. Al constructor se le había ido la mano proporcionando unos enormes pechos a la vedette, lo que provocó que la censura obligase a que bajasen el voluminoso pectoral de la fémina serrándolo.
Como buena tarjeta de visita, las fotografías de las estrellas de variedades no solo informaban de la disciplina que desarrollaban sino que también daban una idea certera del estatus del que disfrutaban dentro de la profesión.
Y: Al igual que había primeras vedettes y chicas de coro, también había estudios fotográficos de primera y de segunda.
JJMR: Evidentemente, no todos los artistas tenían el dinero suficiente para ser fotografiados por Pérez de León, Campúa, Antonio o Gyenes, quienes sí que daban caché a sus fotografiados. De todas maneras, los menos pudientes siempre se las ingeniaban para hacerse fotografías de menor calidad pero con la misma validez que aquellos otros que sí podían costearse acudir a los estudios de los grandes fotógrafos.
Varietés el nuevo libro editado por La Fábrica, recopila fotografías de estudio de diferentes artistas procedentes de las colecciones privadas de Juan Sánchez y Rafael Doctor, quien ya había abordado el tema de la fotografía del estrellas de variedades de El Paralelo Barcelonés en el magnífico Foto Ramblas, editado por TF ya hace más de una década.
En el prólogo de Varietés, Doctor reconoce su admiración por un mundo que «brillaba mucho menos de lo que quería aparentar» en esas imágenes, y reconoce que el libro es, además del reconocimiento al trabajo de esos artistas y fotógrafos en muchos casos anónimos, «la historia del destello efímero y del fracaso inherente a esta manera de entender el espectáculo. Varietés es un homenaje a tantas personas pertenecientes a un mundo que se extingue, en el que la ilusión y la magia de la noche recobraban, reclamaban, una fuerza tan bella como fugaz».
En sus más de doscientas páginas se suceden vedettes, bailarinas exóticas, transformistas, lentejuelas, cantantes melódicos, travestís, magos, plumas, las primeras parejas de espectáculos eróticos, senos sugeridos, cuadros flamencos, senos desnudos, trompetistas acrobáticos, algún pubis, parejas de bailes regionales, algún torso masculino, cómicos, glúteos, baturros, ningún pene, vestidos animal print al mejor estilo Piedradura, decorados de cartón piedra, taconazos, mobiliario psicotrópico…
En definitiva, todo ese imaginario relacionado con la época dorada de las variedades que no deja de ser un repaso de los gustos, estéticas y necesidades de la sociedad de la época y que, a pesar del tiempo transcurrido, lejos de perder ese atractivo, lo ha acrecentado.
Y: ¿Por qué nos siguen resultando tan atractivas esas imágenes?
JJMR: Estas imágenes nos atrajeron, nos atraen y nos seguirán atrayendo porque las variedades siguen formando parte de esa cultura popular que los críticos tanto han desprestigiado, pero que engloban una amplia nómina de disciplinas en la que tienen cabida enormes profesionales de gran valía y constituye su único instrumento de trabajo para salir adelante, ya sea en salas de fiestas, escenarios, tablados o platós de televisión.
Las variedades son un vehículo de entretenimiento que no cansa precisamente por su constante movimiento, por el rápido cambio que supone pasar de una disciplina a otra; de un cantante a un mago, de un número de baile a una copla, de un sketch a un desfile… es puro entertaiment.
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