«En un triángulo rectángulo, la hipotenusa al cuadrado es igual a la suma de los cuadrados de los catetos». Puede que conozcas a Pitágoras por estas palabras, pero el filósofo griego pronunció otras, quizá menos famosas, cuya repercusión ha demostrado ser más profunda en la sociedad. Hablamos de un discurso que empezaba tal que así: «¿Puede darse mayor delito que introducir entrañas en las propias entrañas, alimentar con avidez el cuerpo con otros cuerpos y conservar la vida dando muerte a un ser que, como nosotros, vive?».
Efectivamente, Pitágoras fue el primer vegetariano occidental del que se tiene noticia y de hecho, los seguidores de esta dieta fueron conocidos con el nombre de pitagóricos hasta que se fundaron las primeras asociaciones de vegetarianos en el siglo XIX. Desde entonces las cosas han cambiado considerablemente. En los años 60 y 70, con el auge del movimiento jipi, la cultura vegetariana y vegana empezó a crecer y a asociarse a un estilo de vida determinado. De alguna forma esta idea ha pervivido hasta nuestros días. Pero en la última década, con un crecimiento que en algunos países ha superado el 300%, el vegetarianismo y el veganismo han empezado a cambiar.
Como explica Cecilia Díaz Méndez, socióloga de la alimentación en la Universidad de Oviedo, «el vegetarianismo es viejo y es ideológico, pero algunas manifestaciones actuales tienen rasgos que trascienden la historia de estas prácticas alimentarias». No es que ya no haya vegetarianos como los de antes. Es que la práctica está mutando en tendencia y junto a los vegetarianos ideológicos, los de toda la vida, se está captando nuevos públicos. Estamos asistiendo al rebranding del vegetarianismo en pos del mainstream.
[pullquote author=»Pitágoras»]¿Puede darse mayor delito que introducir entrañas en las propias entrañas, alimentar con avidez el cuerpo con otros cuerpos y conservar la vida dando muerte a un ser que, como nosotros, vive?[/pullquote]
Para ver la cara —y el cuerpo— del nuevo veganismo (una vertiente más estricta del vegetarianismo que tampoco contempla el consumo de lácteos, huevos y otros productos de origen animal) hay que echar un vistazo a la web de Vegan Bros. Con herramientas propias de la teletienda más chusca, los hermanos Matt y Phil Letten (otrora gordos e infelices, hoy grasientamente musculosos) desgranan los beneficios de su nuevo modo de vida. Se valen de frases con gancho y vídeos tan científicos como el clásico ‘Por qué el Acción de Gracias vegano es jodidamente estúpido’ o ‘Haz este entrenamiento para salvar pollos’.
Los Letten se presentan como los líderes de «un ejército de veganos cachas y sexys». Siguiendo con el símil militar podrían compararse, por su exceso de testosterona y su alergia a la ropa, con los espartanos de 300, pero según su página de Facebook, su armada supera a la de la película de Zack Snyder en más de 70.000 miembros.
Ellos explican su veganismo combinando razones ideológicas con tablas deportivas y consejos para perder peso. Su mensaje podría resumirse con un seductor ‘salva el planeta mientras defines tu six pack’.
En cualquier caso, el mérito de estos estadounidenses es ofrecer otra visión de los veganos alejada del estereotipo. Como ellos mismos comentaban en una entrevista con el periódico The Guardian, «hemos entrado en la era del nuevo vegano. Solía haber ese tipo de idea preconcebida sobre los veganos. Estaba considerado algo más femenino o jipi».
¿ES EL VEGANISMO FEMENINO?
No les falta razón. El mensaje de Popeye no caló y diversos estudios concluyen que el consumo de carne, en la cultura occidental, está considerado como algo masculino, mientras que las verduras se asocian más a las mujeres. Teniendo esto en cuenta no es de extrañar que el 68% de los veganos y vegetarianos sean mujeres. Pero figuras como los Vegan Bros, o los muchos deportistas que se están sumando a la dieta vegana, están derribando estos prejuicios.
Ella Woodward no se considera vegetariana pero no come carne. Con casi un millón de seguidores en Instagram, Woodward, más conocida como Deliciously Ella, es la cara más visible de un nuevo tipo de bloggers. Woodward se dedica al mundo del bienestar y sigue una dieta basada en frutas y verduras más por motivos estéticos y saludables que por razones éticas. Es lo que se ha venido a llamar Plant Based Diet, una dieta basada en vegetales que no reniega de añadir una loncha de queso o de jamón si la ocasión lo requiere.
En su caso, Woodward hace platos cuquis, más fotogénicos que sabrosos. Y esto no es motivos de crítica, sino de halago. Esta bloguera está consiguiendo los mismos fines que predicaba Pitágoras hace 2.500 años, pero transmitiéndolos con un lenguaje que atrae a un público nuevo.
Son sólo dos ejemplos, quizá los más claros, pero hay muchos más. Piensa en Jared Leto, Ellen Degeneres o Mike Tyson. En las hamburguesas veganas sangrantes (si, alguien ha inventado eso realmente) y la cerveza para veganos.
Podríamos analizar todos estos factores de forma frívola, y la verdad es que los titulares dan para ello, pero estaríamos pasando por alto el quid de la cuestión: la reinterpretación del concepto de vegetarianismo y veganismo, la apertura de una dieta milenaria a nuevos segmentos sociales, perdiendo por el camino parte de su valor político y reivindicativo. ¿El postureo se cuela en la cocina vegetariana? Puede ser, pero quizá eso no sea algo necesariamente malo. Quizá ni siquiera sea algo nuevo.
[pullquote]Desde algunas administraciones y asociaciones se está potenciando una transición suave hacia este modelo, con menos presencia de carne y mayor protagonismo de las verduras[/pullquote]
En los últimos años, el relato del movimiento vegano no ha estado en manos de famosos, machos hipermusculados o niñas bien. La voz cantante, muchas veces, la han tenido gurús mal informados que han envuelto una dieta éticamente encomiable y (en principio) nutricionalmente saludable en una especie de oscurantismo new age, alejándolo de los postulados más racionales para convertirlo en una cuestión pseudoespiritual.
LA CIENCIA DEL VEGANISMO
«Si se quiere crear conciencia, creo que hay que hacer un cambio de enfoque», defiende Aitor Sánchez, dietista nutricionista del centro Aleris y autor de la web Mi dieta cojea. «Y yo creo que se está empezando a hacer, sobre todo porque personas que conocemos el tema estamos empezando a ser críticos con la forma en la que se divulga. Los mensajes de conexión con el planeta, pachamama y similares producen rechazo. Se juntan tantas personas que hablan desde el punto de vista esotérico y casi mágico que no ayudan nada».
Puede que este cambio en el lenguaje, cada vez más científico y menos esotérico, sea una clave importante para entender el auge del vegetarianismo y veganismo, pero Sánchez apunta también otros factores, como el medioambiental. Aquí no hablamos sólo de lo que supone para los animales el consumo de carne y pescado, sino del coste que esto tiene para el planeta una ganadería cada vez más industrializada.
Para poner las cosas en contexto: según un informe de la ONU, el 18% de las emisiones de efecto invernadero provienen de los gases que emiten las vacas. De sus pedos, vaya. El transporte representa el 13%. También entran en juego otros factores como la tala de bosques para convertirse en pasto y aquí basta con poner el ejemplo de la Selva amazónica, cuya deforestación responde, en un 91%, a la creación de pastos para ganado.
Hay otros efectos colaterales como la huella hídrica (el volumen total de agua necesaria para producir un bien o servicio). Se calcula que se necesitan más de 9.000 litros de agua para producir medio kilo de carne. No es un dilema de conciencia, sino de sostenibilidad.
«El problema medioambiental siempre ha estado ahí», considera Sánchez, «pero ahora tenemos más información que nunca sobre impacto ambiental, la huella ecológica y la huella hídrica que conlleva producir cada uno de los alimentos. Además, nuestra producción de alimentos de origen animal es más intensa que nunca», analiza.
Estos factores han empujado a mucha gente, si no a plantearse una dieta vegetariana, a cambiar sus hábitos y reducir el consumo de carne, en una variante que se ha venido a llamar flexitariana o reducetariana, por motivos de salud y de respeto al medio ambiente. Desde algunas administraciones y asociaciones se está potenciando una transición suave hacia este modelo, con menos presencia de carne y mayor protagonismo de las verduras. Hacia otra forma de comer.
El ejemplo más claro es el Meatless Monday, una especie de versión laica del viernes de cuaresma en el que los que mantienen una dieta omnívora pueden probar, un día a la semana, a comer como vegetarianos. En EEUU, muchas empresas como Google potencian esta iniciativa, mientras que en España, algunos ayuntamientos como el de Barcelona se han unido a ella, garantizando que los lunes, los menús de la administración tengan una opción vegetariana para el que quiera suscribirse.
Flexitariano, flexivegano, Plant Based Diet, pescetarianos… El vegetarianismo está desembocando en una marea de nuevos nombres y etiquetas que no toda la comunidad vegetariana ve con buenos ojos, pues aquí los dogmas pueden llegar a ser bastantes. «El vegetarianismo tendrá la justificación que cada uno quiera», zanja Sánchez, «hay gente que sigue la dieta vegana por motivos éticos, medioambientales, de salud… Desconozco cuál debería ser la justificación madre». Lo que está claro es que las razones son cada vez más variadas. Y que más allá de su reinvención en moda, el vegetarianismo y veganismo forman parte de una cultura nutricional milenaria.