El arte de matar sin dejar rastro es tan antiguo como la civilización. Desde los tiempos de Roma, los catadores de los emperadores probaban cada bocado y cada copa antes de alcanzar los labios del César… No fueron pocos quienes cayeron fulminados ejerciendo esta profesión de alto riesgo y bajo salario. Este es un repaso a los venenos más asequibles, ya que algunos de ellos están en nuestra cocina…
Nerón se deshacía de todos sus posibles enemigos con el arsénico que le suministraba una mujer gala llamada Locusta. Fueron tantos los envenenados que el siguiente emperador, Galba, mandó matar a Locusta… con arsénico. A esta sustancia se la conoce también como el «polvo de la sucesión», por su empleo por herederos impacientes. También era la sustancia favorita del frenesí envenenatorio de los Borgia, y cuando el papa Alejandro VI cursaba una invitación para cenar lo más probable era estar muerto al día siguiente. Está contenido en los raticidas que se venden en cualquier droguería, y se puede disolver en la comida, pero el sabor suele ser intenso, por lo que no es difícil detectarlo.
Alejandro Magno murió de un envenenamiento que le hizo padecer horribles dolores durante casi dos semanas. Según parece, uno de sus capitanes disolvió en el vino eléboro blanco, un veneno que los griegos utilizaban en pequeñas dosis para inducir el vómito. Esta planta, también conocida como ballestera, se encuentra en los Pirineos y en la sierra de Gredos, y contiene un poderoso alcaloide muy fácil de extraer de sus raíces secas.
Quienes hemos disfrutado de la fértil y prolífica imaginación de Agatha Christie, estamos familiarizados con sustancias como la estricnina, la cicuta, la belladona o la cantarela. Esta última se extrae de los élitros secos de un bonito escarabajo llamado cantárida, o Spanish fly, a la que se atribuyen poderosas propiedades afrodisíacas, pero que en grandes dosis es un alucinógeno de insospechadas consecuencias, incluida la muerte. Para prepararla basta con capturar cuatro o cinco cantáridas, dejarlas morir y machacarlas en un mortero hasta convertirlas en polvo.
El olor del cianuro es semejante al de las almendras, pero más intenso y húmedo. Esa es la razón por la que Rasputín fue envenenado con cianuro en un pastel de almendras… que por alguna razón no le hizo efecto. Se puede obtener a partir de brotes de bambú o de ciertos tipos de césped.
Todo parece indicar que el Papa Juan Pablo I fue envenenado con digitalina disuelta en una taza de té. Esta sustancia se puede extraer de manera casera de las hojas de la Digitalis purpurea, que podemos encontrar en cualquier floristería, ya que es una apreciada planta ornamental.
Hay muchas sustancias a nuestro alrededor que pueden provocar la muerte de la gente que nos cae mal, como por ejemplo, el laurel, que es terriblemente venenoso si las hojas están verdes y tiernas. Los vapores que exhalan se emplean en los laboratorios de entomología para paralizar insectos y crustáceos.
La nuez moscada es un caso extraordinario de veneno cotidiano, pues se encuentra en cualquier mercado o herbolario. Su empleo en la cocina data del siglo XI, y alcanzó su apogeo con la ruta de las especias, pero si se consumen más de diez gramos, además de alucinaciones, psicosis y convulsiones puede provocar la muerte. Con cinco gramos el colocón está asegurado. Palabra de cronista.
Otro ejemplo cotidiano son las adelfas, esas plantas tan frecuentes en las medianas de las autopistas o en los parques y jardines públicos, con vistosas flores rosas o blancas. Sus hojas son muy tóxicas, y una exposición a su veneno puede provocar daños orgánicos irreversibles.
Así que ya saben, matar es fácil, barato y asequible. Lo peor son los remordimientos…