Cuando el implacable Anton Ego, crítico gastronómico en la película Ratatouille, prueba el plato con ese nombre en el restaurante Gusteau’s, sus recuerdos de la infancia reaparecen con tal intensidad que toda su anterior aspereza se viene abajo.
Lo que le ha sucedido es que su remembranza ha surgido con tal intensidad que le ha permitido alcanzar un nuevo nivel de conocimiento. Pero lo más interesante es que ello no hubiera sido posible sin que antes se produjera el necesario olvido.
¿Cómo es esto posible? Pues porque el cerebro, para poder progresar mentalmente, precisa eliminar archivos de su memoria. Pero ahora ya se sabe que esos archivos no son eliminados definitivamente, sino que permanecen ocultos hasta que hagan falta. Y si eso sucede, es decir, si la memoria rescata una información olvidada, esta se fija en ella con mayor intensidad que si hubiera estado allí de forma permanente.
A veces se nos borra el nombre de un amigo al que no vemos desde hace tiempo. Pero su nombre reaparece (eso sí, con bastante esfuerzo) cuando regresa a nuestra vida. Pues bien, resulta que en esta segunda ocasión su nombre se fija en nuestra memoria con una consistencia muy superior a la de la primera ocasión en la que estuvimos juntos. Esto es algo que todos comprobamos cada día.
Pero las consecuencias de dicho reaprendizaje llegan aún mucho más lejos. En un artículo de la revista Neuron, se comenta que, hasta ahora, el foco predominante en el estudio neurobiológico de la memoria ha sido el recuerdo. Sin embargo, estudios más recientes han considerado también la neurobiología del olvido. Y resulta que es la interacción entre el recuerdo y el olvido lo que permite que tomemos decisiones más inteligentes.
Parece ser que el olvido aumenta la flexibilidad intelectual al reducir la influencia de la información obsoleta en la toma de decisiones marcadas por la memoria. La razón es que dicho olvido evita la sobrecarga de hechos pasados, facilitando así una mayor apertura mental.
Según este enfoque, el objetivo de la memoria no es solo la transmisión de información a través del tiempo, sino también el de optimizar la toma de decisiones. Ese es el motivo por el que el olvido es tan importante como el recuerdo en los sistemas mnemónicos.
Lo más importante de este descubrimiento es que ahora ya sabemos que el olvido no es nuestro enemigo, sino, muy al contrario, un aliado imprescindible para nuestra eficiencia mental.
Esto lo corrobora Ulrich Boser en un artículo del New YorK Times, en el que comenta que las memorias débiles pueden mejorar la comprensión de las cosas. De hecho, escribe Boser, una remembranza débil puede facilitar la resolución de problemas. Porque si, por el contrario, la memoria es muy rígida, podemos terminar perdiéndonos en un inabarcable bosque conceptual.
Hasta ahora se ha dicho, de forma más bien sarcástica, que todos los sabios son distraídos y olvidadizos. Pero tal vez resulte que la cosa sea justo al revés: hace falta ser ser distraído y olvidadizo para llegar a ser sabio.
Una respuesta a «Las enormes ventajas de tener mala memoria»
A cuento de lo necesario que es el olvido, el filósofo chino Lao-Tsé del siglo IV a.C. decía: «Para ganar conocimiento, agrega algo todos los días. Para ganar sabiduría, elimina algo todos los días»
Amigo Miguel Angel, Me ha encantado tu artículo.