La primera vez que el líder de VOX, Santiago Abascal, habló de la Reconquista la mayor parte de la población pensó que deliraba. Pero él estaba convencido. Hasta montó en un caballo, y creyéndose un capitán de El señor de los anillos, proclamó: «La Reconquista comenzará en tierras andaluzas».
La escena se hizo chiste, la red se inundó de memes, pero, entre los jijís y los jajás, Abascal se salía con la suya: su mensaje iba calando, despacio, paciente, como una mancha de aceite, en la opinión de muchos.
A unos los convencería y a otros los acostumbraría. La opinión pública se doma igual que se adiestra a un perro. Solo hay que lanzarle un mensaje una y otra vez para que un grito radical se convierta en algo corriente; para que la «barbaridad» pase a ser «lo normal».
Así va cambiando la mentalidad de las sociedades a lo largo de la historia. Así es cómo las sociedades oscilan de posturas liberales a conservadoras (péééndulo hacia un lado =>) y de posiciones tradicionales a progresistas (<= péééndulo hacia el otro). Así, el machismo, el racismo y la homofobia, execrables hasta ahora para la mayoría, vuelven a alentarse sin vergüenza, justificados por las frases de unos políticos.
El inventor de la ventana de discurso
A mediados de los años 90, Joe Overton, el entonces vicepresidente del think tank Mackinac Center, dijo que el conjunto de ideas que una sociedad tolera en cada momento marcan su «ventana de discurso». La opinión pública solo admite los mensajes que tienen cabida dentro de esa franja de pensamiento. Todo lo que se sale de ahí es radical (malo), ridículo (peor aún) e impensable (lo peor).
Pero esa ventana de opinión por donde se interpreta el mundo no es fija: el marco se va moviendo continuamente. A principios del siglo XXI se fue desplazando hacia posiciones progresistas (el matrimonio de personas del mismo género, la libertad sexual, la condena a expresiones racistas…). Defender la diversidad, el feminismo y rechazar el maltrato animal ha sido hasta hace muy poco lo políticamente correcto. Pero, de pronto, en 2018, se produjo una sacudida. Alentados por los exabruptos de Donald Trump, algunos políticos españoles están empujando el marco de la ventana de discurso hacia el otro lado para normalizar los mensajes de la extrema derecha.
Arrastrar a la opinión pública tiene una receta: primero, decir lo impensable. La población se queda boquiabierta, pero se ve obligada a pensar en algo que hasta el momento ni pasaba por su cabeza. Al escuchar varias veces lo impensable y lo ridículo, las ideas radicales empiezan a parecer moderadas. En comparación con lo impensable, lo radical se vuelve moderado, y así se desplaza la ventana de discurso hacia posturas más extremas.
Esto es lo que hace Donald Trump como un maestro. Algunos analistas dicen que el presidente de EEUU lanza ideas tan salvajes para que la población acabe aceptando medidas que apenas unos años atrás hubieran resultado inadmisibles.
Para blanquear un mensaje impopular y darle legitimidad hay varias fórmulas:
– Que lo diga un político
– Que lo exprese alguien de la comunidad científica
– Que los medios de comunicación lo repitan tanto que el público llegue a verlo como algo normal
– Justificarlo por la libertad de expresión
Estas tácticas (a veces diseñadas a conciencia, a veces dictadas por la intuición) son las que arrastran a la opinión pública de unas ideas a otras. Es la perpetua oscilación que va dirigiendo los incesantes cambios de mentalidad.