«No entraba en mi magín aparecer en los libros porque no sé leer ni escribir», dijo Sancho Panza al gacetillero de El castellano viejo. «El licenciado Pérez ha intentado enseñarme, pero me aturullo. La letra con sangre entra, dicen los antiguos, pero entraría mejor con una hogaza de pan».
Cuenta que muerto don Quijote volvió a la tierra.
«Dicen que oficio bueno es el que da de comer a su dueño, y que bien se está San Pedro en Roma», sentenció Sancho. «Pero cuando los forasteros llegaron al Toboso preguntando por los lugares de don Quijote, me dije que a la ocasión la pintan calva y me hice cicerone».
De esta manera, Sancho condujo a los forasteros por los caminos de don Quijote a dos reales por persona. Por tres reales más, el interesado realizaba el recorrido en burro acompañado con media bota de vino picado, un poco de queso y pan duro.
«Como comían los caballeros y los escuderos en la batalla», dijo Sancho.
El escudero adornaba los hechos recogidos en las crónicas cervantinas. Los molinos eran gigantes que echaban fuego por el culo, y en cada venta vivía un villano o un brujo.
Luego llegó el teatro.
«Contraté a un viejo del lugar para que hiciera de mi viejo amo, a razón de un pellejo de vino y un queso viejo por semana. Pero pasaba más tiempo en el suelo que de pie y tuve que hacer de don Quijote, de mí mismo y de Dulcinea, porque mi santa no estaba por el teatro».
A los dueños de las ventas les cobró un dinero curioso para formar parte de la ruta del Quijote. El mejor postor pasaba a ser el lugar donde don Quijote estuvo en vela para armarse caballero o comió un plato de sardinas. Para amenizar las veladas en las ventas, Sancho trajo a artistas como Sarita del Monte, Lola Arriates o Marifé de las Indias. Pero estas industrias eran pocas.
«La gente quería reliquias de don Quijote como si de un santo se tratara. Y sabiendo que algunos doctores de la Iglesia habían vendido treinta veces el cáliz de la última cena, me dije que yo no iba a ser menos. Así que la barba cana de mi señora se convirtió en la barba de don Quijote y las astillas de mi silla, en las astillas de la lanza de mi señor».
Una vez que hizo fortuna, se compró un campo; y desde entonces pasa las tardes dormitando bajo un olivo. «Dormir no hace daño a nadie. Recibo lo que me merezco: el sueño de los gustos».